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Semblanza de Antonio Ramírez Mesa

Publicado: 24/06/2005: 5899

 

La vida tiene coincidencias en ocasiones inexplicables. Ayer por la tarde recibo una llamada telefónica de Fray Evaristo Muñoz Soria, monje trapense de Venta de Baños. En los más de cuarenta y seis años de vida monacal es la segunda vez que lo hace. Fray Evaristo es malagueño, antiguo presidente de los jóvenes de Acción Católica de la Parroquia de San Juan.

Muy amigo de D. Antonio Ramírez Mesa. Hicieron la mili juntos en Zaragoza. Los dos habían conseguido colaborar con el capellán militar, porque sus afanes apostólicos lo querían continuar en aquella especial experiencia. Quien iba a decir que esta conversaciónse establecía cuatro horas después del fallecimiento del sacerdote malagueño.

Antonio ha fallecido en la solemnidad de San Juan Bautista, el profeta que anunció a Jesús. Como leíamos en el oficio de ayer, Juan responde a la pregunta, “¿Tu quien eres? Yo soy la voz que grita en el desierto”. Juan era la voz...

Antonio Ramírez Mesa, “el legionario” para muchas generaciones de sacerdotes, ha sido voz del Señor durante muchos años. Especialmente durante la celebración de la Eucaristía. Sus homilías, las distintas moniciones al comienzo, antes de rezar el Padre Nuestro, al final de la Misa, eran palabra que anunciaban a Jesucristo y que animaban a la mejor respuesta de vida.

Nació el 15 de Junio de 1929 y fue ordenado sacerdote el 17 de Diciembre de 1960. Hace unos días había cumplido 76 años. Vocación tardía, según se decía en los años cincuenta. Pero, en realidad, decisión de un joven cristiano, vivida la fe con entusiasmo en aquellos centros de Acción Católica de las décadas de los cuarenta y cincuenta.

Cómo recordamos la subida al Seminario de sus hermanas cada quince días para visitarle. La cercanía especial de Fuensanta preocupada al máximo por su hermano, consejera insistente.

Su vida sacerdotal ha tenido capítulos muy intensos. Formador del Seminario, vivió el traslado a Antequera.en cuya ciudad formó equipo de vida y trabajo pastoral con D. Antonio López Benítez, el rector nombrado Párroco de San Sebastián, con D. Salvador Montes Marmolejo, con D. Fernando Gil Carapeto y con D. Manuel Ginés. Vivencia fraterna extraordinaria.

Antequera conoció el trabajo en barriadas, la simpatía y la cordialidad, el espíritu de renovación cristiana que estos sacerdotes ofrecieron. Especialmente la presencia y el quehacer en favor de los más pobres y la presencia y la amistad ofrecida en el mundo de los hombres que aman el cante y con los que sintonizó y evangelizó.

Hace unos días Antonio Ramírez recordaba una de las veces que cantó el Padre Nuestro en flamenco, en la presencia de un sacerdote no andaluz. Este había manifestado cierta perplejidad cuanto le comunicaron cuál iba a ser la forma de rezar el Padre Nuestro. Cuando oyó a Antonio, además de felicitarle, le dijo que le había impresionado y que lo repitiera siempre que pudiera.

Porque Antonio era voz a manera del salmista que es ante todo un orante, un hombre que quiere llegar desde la humildad de su sufrimiento o alegría a Dios. Por eso Antonio contagiaba un no se que animaba a ser mejor.

En Antequera es vicario parroquial y posteriormente párroco de Santiago. Capellán de las Dominicas. Profesor de religión en el Instituto y en el Colegio de las Franciscanas. En el año 1977 viene a Málaga como vicario parroquial del Sagrario.

Después, en el año 1979, el Obispo le nombra párroco de Santo Domingo, la parroquia de El Perchel. Han sido muchos años de vida gastada , de trabajo, de cuidado otra vez de los más pobres. Generoso siempre, acogedor incansable, optimista contagioso y hombre-sacerdote del mejor espíritu.

Al interior de la parroquia quiso aunar a las cofradías y a las distintas asociaciones. Aun le recuerdan. Al exterior su preocupación era doble, cómo anunciar a Jesucristo y cómo ofrecer el pan de la palabra de Dios a los que no llegaban a la parroquia.

Las calles del barrio son testigos de muchas idas y venidas del párroco, de las visitas a los enfermos, del saludo a todos que encuentran una palabra, un gesto de cercanía. Porque uno de los capítulos del anuncio del Evangelio ha sido ser sacerdote de la compasión, en su sentido más genuino de padecer con el otro. Cuántas veces ha llorado Antonio al hacer suyo el dolor, el problema, la angustia del prójimo.

La última vez hace unos días. Visitó a un conocido doctor para darle el pésame por el fallecimiento de su esposa. Le había ayudado en la parroquia en multitud de ocasiones. Nos contaba Antonio que había ido a consolar y a rezar y había terminado por compartir las lágrimas del anciano médico.

Así día tras día, año tras año. En la Parroquia, en la Catedral. Porque el año 1988 es nombrado canónigo-sacristán de la Catedral. Ahora será la sacristía el espacio donde recibe, escucha, anima, cuente el chiste oportuno que es también expresión de caridad y fuma. Alguna vez le dije que el humo de su cigarro siempre antecedía al del incensario en aquellos lugares. En el Cabildo también ha dejado su estilo de servicio incondicional, de pasión por lo que estimaba justo. Y de trabajo. Fue Ecónomo de la Catedral con todo lo que conlleva de preocupación por el mantenimiento del edificio, de búsqueda de financiación de lo urgente pero que desborda las posibilidades, del día a día. También aquí ha contado con la amistad y el aprecio de los hermanos de Cabildo, de las religiosas, de los empleados, fruto de su querer siempre hacer el bien.

Un hecho resume su talante especial. Durante años se celebran convivencias de sacerdotes de Andalucía. Una de aquellos encuentros veraniegos tiene lugar en el Seminario de Málaga. Antonio asiste y es quien aglutina la convivencia y la hace fraterna, fácil y divertida que también son días de descanso. Por la noche consigue que en la explanada se reunan todos y pasen un buen rato. Todos esperan la salida de Antonio, sus anécdotas exageradas. El profesor, el jesuita González-Faus, más bien serio, se rie con tanta fuerza que le pide no continúe.

De 1989 al 1999 es Consiliario de la Legión de María. Ayudó a vivir Espíritu y devoción mariana y, como siempre, a crecer en sana pasión por el Evangelio, vivido con alegría y con sufrimiento, especiales rasgos que han sido constantes en su vida.

Sufrió mucho el fallecimiento de su cuñado. Y, desde entonces, tuvo la posibilidad de vivir junto a sus dos hermanas, Manolita y Santa. Cómo las ha querido. Cuando por imposibilidad física de ellas tuvieron que trasladarse a una residencia, el ha vivido en la Casa Sacerdotal pero ha continuado con su fidelidad diaria de visitarlas, de llevarles esperanza, ampliada a los ancianos de la residencia y al personal de la casa. Estos días nos reiteraba cómo fue la última invitación que les hizo con motivo de su onomástico, el pasado dia 13. Y nos decía: mientras pueda subiré a la residencia a visitar a mis hermanas. Les hace tanto bien cuando me ven llegar.

A Pilar, su sobrina, a Juan, el marido los hemos conocido a través de él. Antonio ha sido el buen “tío” que esperaba la venida periódica de sus sobrinos, nos contaba sus cualidades académicas, su preocupación por la madre y la tía. Y era feliz cuando podía compartir la comida con ellos. Podía decir que hemos aprendido algo del Departamento de Química de la Universidad porque se sentía sanamente orgulloso de sus sobrinos catedráticos.

A la Casa donde vivimos ha sabido llevar ese especial tono de cercanía entrañable con las religiosas, con el personal que trabaja, con todos nosotros. Echaremos de menos el saludo con la mano cuando se acercaba a la mesa del comedor, siempre lento y casi siempre tarde.

Y en la conversación de la mesa, ha repetido algo que llevaba muy adentro. Dios es bueno, nos quiere. Vivamos de la fe. Es la síntesis a la que ha llegado después de tantos años de trabajo incansable.

A las religiosas les agradecemos los sacerdotes le hayan ofrecido no sólo cuidado sino cariño. El nos refería cómo alguna tarde se acercaba a la comunidad y les daba a las que encontraba una palabra buena y un chiste que les hiciera reir, que eso también es obra de caridad, de fraternidad.

Ha querido a los curas y a los pobres. Ha tenido muchas amistades. Cuando ayer conocimos la noticia de su muerte y la forma inesperada, vivimos el sobresalto. Después rezamos agradecidos por la vida de Antonio Ramirez Mesa. Y pensamos que está en las manos de Dios. Las mejores. El Dios bueno de tanta referencia en la predicación, en la conversación y en la vida de nuestro querido D. Antonio Ramirez Mesa.

Francisco Parrilla Gómez

Autor: diocesismalaga.es

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