NoticiaCine La vida de Pi, creer en lo increíble Publicado: 30/11/2012: 2785 El director Ang Lee ha llevado al cine La vida de Pi, la original novela del canadiense nacido en Salamanca Yann Martel, ganadora del prestigioso Booker Prize de 2002, y de la que se han vendido más de siete millones de ejemplares en todo el mundo. Aunque Lee simplifica bastante el rico fondo religioso y filosófico del libro —sobre todo en el desconcertante desenlace—, logra una fascinante película, con momentos de grandísima belleza, en los que da un paso adelante en el empleo del 3D estereoscópico. La película comienza en la Canadá actual. Un joven escritor en crisis creativa (Rafe Spall) escucha la alucinante historia, supuestamente real, que le relata un hombre indio (Irrfan Khan), emigrado allí hace años. India, años 70. Pi Patel (Suraj Sharma) es un adolescente vitalista, que vive en Pondincherry, al sur de la India, donde su familia regenta un zoo. El padre de Pi (Adil Hussain) es un agnóstico racionalista, la madre (Tabu) es hindú convencida y el chaval, fascinado por Dios y las religiones, acaba practicando el catolicismo —tras ser bautizado—, el hinduismo y el islamismo, al tiempo que adquiere conocimientos casi enciclopédicos sobre zoología. A causa de la inestabilidad política del país, la familia decide emigrar a Canadá, llevándose consigo sus animales más exóticos en un inmenso barco mercante japonés. Pero el navío naufraga durante una tempestad cerca de la Fosa de las Marianas, y sólo sobreviven en un bote salvavidas Pi y cuatro animales: una cebra, un orangután hembra, una hiena macho y un tigre de Bengala al que Pi llama Richard Parker. Sus conocimientos zoológicos permiten a Pi sobrevivir de mala manera hasta que sólo quedan en el bote el tigre Richard Parker y él. Perdido en el Océano Pacífico, casi sin comida ni agua, rodeado de tiburones y amenazado por tormentas, Pi establece con el tigre una singular relación, que le permite mantener la esperanza de que Dios realizará un milagro y los salvará. La sensacional interpretación del joven indio Suraj Sharma —que debuta como actor—; el abigarrado retrato inicial de la familia de Pi, sus andanzas en el zoo y su singular proceso espiritual; el impresionante naufragio; la increíble animación digital de los animales en el bote salvavidas; escenas como el mar fosforescente, la aparición de la ballena o la misteriosa isla de los suricatos… Todos esos elementos ya justificarían de por sí la inclusión de La vida de Pi entre los grandes títulos del cine contemporáneo. Porque, además, la puesta es escena de Ang Lee es magnífica en cada plano, en cada secuencia, de modo que refuerza la enorme capacidad emocional de todo el relato. Pero es que, además, a pesar de sus discutibles limitaciones, la película plantea una profunda reflexión sobre Dios, la religión y la fe, con especial incidencia en la confianza en la providencia divina, el sentido del sufrimiento y la naturaleza como imagen de Dios. Ciertamente, Ang Lee subraya en exceso el sincretismo religioso del protagonista, y desconcierta en el inquietante desenlace abierto del filme, que parece obligar al espectador a elegir una de las dos historias que finalmente relata el narrador, como si quisiera contentar tanto a los creyentes como a los ateos. Son enfoques erróneos, que enturbian los planteamientos muchos más profundos y ricos de la novela original, presentes de todas formas en el trasfondo de la película. En efecto, Yann Martel, aunque admira determinados aspectos del hinduismo y el islamismo, se declara católico practicante. Y, de hecho, a lo largo de toda su novela, desarrolla una antropología claramente católica, asentada en la racionalidad de la fe cristiana Autor: Pantalla 90