Me contaba el gran profesor de Patrística de la Universidad Gregoriana de Roma, el sabio P. Orbe SJ, que algunos Padres de la Iglesia, en su deseo de explicar los grandes hitos de la historia de la salvación, creían que la rebelión de los ángeles contra Dios la desencadenó la decisión del Padre Dios de que el Verbo eterno se encarnase. Con esta decisión, el Padre, después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y de su Ascensión a los cielos, sentaba a su derecha a la naturaleza humana, unida inseparablemente a la divina en el Verbo encarnado.

No sé si esa fue la causa de la rebelión de los ángeles con Satanás a la cabeza, lo que sí está claro es que la naturaleza ha entrado por las puertas del cielo y está sentada a la derecha del Padre.
El que fue creado poco inferior a los ángeles, como nos recuerda el Salmo 8, por la Encarnación, Muerte y Resurrección de Jesucristo, los ha superado sentándose junto al Padre en la gloria.

Ahora se entiende mejor lo que narra el Pregón en la noche de Pascua “Feliz la culpa que merecía tal redentor… “y “Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino…”.
Si Cristo nuestra cabeza ha entrado en la gloria y está sentado en la derecha del Padre, también nosotros que somos su cuerpo estamos ya convocados por su gracia a participar de su mismo destino como participó también la Virgen María, asumpta en cuerpo y alma a los cielos.

Está claro, la humanidad está también en el cielo.