NoticiaActualidad El primer año de Benedicto XVI Publicado: 23/04/2006: 383 • Un Papa que ha sorprendido a todos en el inicio de su pontificado Un año de pontificado, demuestra que el entonces Cardenal Ratzinger no venía a tascar el freno ni a reducir la velocidad de marcha de la Iglesia en el dificilísimo contexto sociopolítico y económico del siglo XXI. Benedicto XVI, bajo la sombra alargada de Juan Pablo II, ha puesto de manifiesto que no es un conservador a ultranza, como vaticinaron tantos especialistas en premoniciones desastrosas, dispuesto a concluir con una etapa larga y objetivamente fecunda de la Iglesia. El nuevo Papa no ha cerrado nada. Se ha limitado a pilotar, con prudencia, el legado recibido, al que se remite en todas sus intervenciones con especial fidelidad. Su extraordinaria Encíclica “Dios es amor” constituye, si se la lee con atención, un mensaje-síntesis del pensamiento y la acción de Juan Pablo II. El nuevo Papa destaca y recuerda algo tan revolucionario como la misma esencia de Dios: el Amor. “El que ama es de Dios, porque Dios es Amor” dice el apóstol Juan. Benedicto XVI lo pone ante los ojos de la gente como clave de modernidad para llegar a ese futuro tan indefinido como inquietante al que políticos, sociólogos, analistas y demás designan como “Progreso”. Hasta ahora, curiosamente, el término no deja de ser una palabra, más valorada por las connotaciones que se le suponen, que por las esperanzas positivas que promete. Benedicto XVI -si se le sigue sin prejuicios- parece totalmente interesado por tomar la velocidad de crucero que marca el ritmo del Espíritu Santo. No es mal empeño. En una macroencuesta realizada por una prestigiosa fundación, muy difundida en las últimas semanas, la juventud española se retrata como consumista y egoísta; centra su atención en el ámbito de lo próximo y doméstico más que en las grandes preocupaciones mundiales, como la marginación y el hambre del tercer mundo. En el aspecto religioso los chicos sienten una desafección creciente por las instituciones- desconfían de todas ellas- en especial de la Iglesia Católica. No les preocupa la política, hasta el punto de que una inmensa mayoría de ellos no sabe a quién votar. Los motivos que les llevan a desconfiar de la Iglesia son, por este orden, sus riquezas, su injerencia política y su conservadurismo sexual. No es posible analizar unos resultados tan complejos en tan poco espacio. Pero es evidente que reflejan un cansancio existencial insólito en esa etapa de la vida. La juventud se ha quedado sin metas porque, en un proceso destructivo e inconsciente, les han ofrecido el placer como única meta atractiva. Muchos de nuestros jóvenes revisarían su juicio sobre la Iglesia si la conocieran más a fondo o realizaran una excursión, sin agencia de viaje, hasta las misiones de África, por ejemplo. Autor: Revista Diócesis