Noticia "El Padrenuestro" (VIII) Así en la tierra como en el cielo Publicado: 02/04/2016: 15807 "Así en la tierra como en el cielo" es la conclusión de la tercera súplica del padrenuestro, conclusión que debemos aplicar también a las dos precedentes, pues estamos diciendo que, 'así en a tierra como en el cielo sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad', ya que sólo en el cielo se vive sin fisura la santidad, el reinado y la voluntad del Padre. Pero la pregunta que se nos impone es ¿cómo llevar a cabo la voluntad de Dios? Cuando recito el padrenuestro, alguna que otra vez, al llegar a esta conclusión me detengo en silencio –el silencio, a veces, es la mejor plegaria-, porque estoy convencido que tengo que ponerme a la escucha del Espíritu para descubrir la voluntad de Dios en cada circunstancia de mi vida. Hay que ponerse a la escucha, pues sin escucha no hay comunicación. "Escucha Israel", es el primer mandamiento para el pueblo del A.T. Escucha, porque la fe viene por el oído, dice san Pablo. La fe exige 'oír delante de', ob audire, es decir, ponerse cara a cara ante la Palabra, ante el Verbo encarnado, pues Dios ya no tiene otra palabra que darnos, como recordaba Juan de la Cruz. Sólo así descubriremos la voluntad de Dios y podremos decir sin mentira: "hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". Sólo así podremos recibir la fuerza que el Espíritu infunde en nuestra debilidad y amar con menos egoísmos. Sólo así sabremos que la voluntad de Dios es lo mejor para nuestra vida, ya que su voluntad es el sí de Dios a nuestra existencia. Se cuenta que en una escuela de Savoya se le pidió a los niños que escribieran un dictado, y se les dictó el padrenuestro. Y que uno de aquellos niños incurrió en un error, porque en vez de poner: "que ta volonté soit fait" (hágase tu voluntad), escribió: "que ta volonté soit fête" (que tu voluntad sea fiesta). Pero aquel desliz era un acierto. Un acierto, porque cuando se cumple la voluntad de Dios se entra en la fiesta del Padre. Lo que no significa que, a veces, no nos cueste. Sí, a veces, ¡cómo cuesta cumplir la voluntad de Dios! A Jesús, en Getsemaní ¡cuánto le costó aceptar el cáliz de la Pasión! Sudor de sangre. Suplicó que pasara de Él aquel cáliz, pero añadió: "mas no se haga mi voluntad, sino la tuya". Y aunque salió gloriosamente derrotado, tuvo fuerzas para llevar a cabo el bien mayor: la voluntad del Padre. Monseñor Bello decía que obedecer la voluntad de Dios: "no es un silencio resignado frente a las vejaciones, sino una acogida gozosa de un plan superior. No es el gesto cobarde de quien queda a solas con sus lamentaciones, sino una respuesta de amor. El que obedece no deja de querer." Y la voluntad de Dios, como dice san Pablo: "es nuestra santificación". "Sólo hay una desdicha, la de no ser santo" (León Bloy). Alguien tradujo así esta primera tabla del padrenuestro: "Padre nuestro que estás en los cielos, que en la tierra como en el cielo sea santificado tu nombre, venga tu reino, se haga tu voluntad." Amén.