NoticiaHistoria de la Iglesia Los papas en Aviñón Publicado: 07/01/2016: 2701 La inseguridad en Roma era tal que Benedicto XI (1303-1304) se trasladó a Perusa, su ciudad natal. Allí murió y allí los cardenales se reunieron para el nuevo cónclave. Fue elegido el arzobispo de Burdeos, Clemente V (1305-1314) y coronado en Lyón. El rey francés Felipe IV se entrevistó con el nuevo Papa y consiguió el nombramiento de nueve cardenales franceses. Desde 1310, dada la anarquía imperante en Roma, los papas (todos ellos franceses) empezaron a residir en el Palacio Episcopal de Aviñón. Pronto esta ciudad, edificada junto al Ródano, vio llenarse de palacios para la residencia de los cardenales. En 1339 fue construido el enorme palacio-castillo-fortaleza que hoy vemos. Clemente V abrigó siempre el deseo de retornar a Roma, pero no le fue posible. Hombre recto en su vida privada pero débil y cobarde ante el monarca francés. Su sucesor, Juan XXII (1316-1334) era un buen canonista, de gran pureza de costumbres, muy culto, pero no dotado para el gobierno de la Iglesia en una época tan complicada. Tuvo serios conflictos con el Imperio y con los franciscanos espirituales que se unieron al poder civil para luchar contra el Pontífice. Los papas aviñonenses fueron buenos administradores, organizaron admirablemente el sistema de tasas y aranceles mediante un cuidadoso sistema de canonización de los santos reservada a los papas: la elección de los obispos, el nombramiento de obispos, la elección de nuncios para resolver asuntos diplomáticos, la creación de universidades. La Curia llegó a tener 400 funcionarios. Pero los cristianos sabían que el Papa es el Obispo de Roma y, ¿cómo un obispo puede cumplir con su misión pastoral alejado de su sede y residiendo tan lejos? Roma sufrió mucho. Gregorio XI, el último de los papas aviñonenses, se comprometió, desde su elección, a regresar a Roma. En enero de 1377 entró triunfalmente en la Ciudad Eterna. El júbilo de los cristianos fue indescriptible.