NoticiaHistoria de la Iglesia Desviaciones doctrinales (siglos XII y XIII) Publicado: 01/12/2015: 6412 Es frecuente que, en épocas de notable religiosidad, aparezcan errores y desviaciones en la fe y en la moral. Y así ocurrió en los comienzos de la Baja Edad Media. Una de las herejías más extrañas fue la secta de los “luciferianos”. Sus miembros sostenían que al Lucifer injustamente condenado al infierno había que rehabilitarlo; se les acusaba de seguir el maniqueísmo y de adorar al dios Amoneo en forma de gato negro. Mayor importancia tuvieron los “petrobrusianos”. Negaban la validez del bautismo de los niños. Exigían la destrucción de los templos, pues Dios está en todas partes. Rechazaban las misas, oraciones y ayunos por los difuntos. Sostenían que la cruz no merece respeto alguno. Negaban la presencia permanente del Señor en la Eucaristía. Su fundador fue Pedro de Bruys, que en un día de Viernes Santo, mientras asaba un trozo de carne, el pueblo indignado por tal burla, lo arrojó a la misma hoguera, donde murió. La predicación en esta época, estaba reservada solamente a los obispos y sacerdotes. Un comerciante de Lyon, Pedro Valdés, inició un movimiento popular que predicaba la pobreza más absoluta criticando duramente a la jerarquía. Sus seguidores, los valdenses, se dejaron llevar de un fanatismo tal que les llevó al desprecio de obispos y sacerdotes, autoproclamándose los verdaderos hijos de la Iglesia. Los más peligrosos de todos fueron los cátaros o albigenses. Defendieron el dualismo maniqueo, es decir, la existencia de un doble principio, el del bien y el del mal. Ambos existen desde la eternidad. Del bien procede el espíritu, del mal, la materia. Cristo es una emanación de Dios, su cuerpo fue inmaterial, nacido de la Virgen María, que no era una mujer, sino un ángel. Negaban la Resurrección. Practicaban la “endura” o ayuno hasta la muerte. Rechazaban el matrimonio. Admitían una especie de sacramento: el “consolamentum”, cuyo rito consistía en una imposición de manos sobre la cabeza, y que perdonaba todos los pecados. La Iglesia tuvo que intervenir: Inocencio III y los Concilios III y IV de Letrán, junto con la Inquisición, condenaron y persiguieron estos errores.