NoticiaHistoria de la Iglesia Sociedad feudal e Iglesia Publicado: 23/11/2015: 30270 La población de la Alta Edad Media se estructuraba en tres grandes grupos: los “laboratores” (agricultores), los “bellatores” (guerreros) y los “oratores” (clérigos). Los tres eran indispensables: unos daban de comer, otros defendían los territorios y propiedades y los últimos cuidaban de la salud espiritual de todos. A partir de las invasiones germánicas, la antigua idea de Estado se fue eclipsando y vino a ser sustituida por los llamados “régimen señorial” y “régimen feudal”. Son parecidos, pero distintos. Nos interesa más bien el segundo por sus importantes implicaciones en el desarrollo de la sociedad eclesial. El régimen feudal se funda en un contrato bilateral entre dos hombres libres: el vasallo y el señor. Mediante un juramento de fidelidad, el vasallo se compromete a ser fiel a su señor en la guerra y en la paz. El señor entrega al vasallo, mediante un símbolo (“investidura”), un bien (“feudo”), generalmente de labor. La Iglesia no logró escapar del engranaje feudal. Es sabido que la única fuente de riqueza era la agricultura, la moneda era inexistente, el comercio era de intercambio. Los obispados poseían extensas tierras de labor; éstas eran concedidas a los obispos previamente elegidos por el propio señor feudal. Así, los obispos se convertían en vasallos de su señor y, a su vez, terminaban los obispos en convertirse en nuevos señores feudales con obligaciones militares, políticas, económicas y jurídicas. Gentes ambiciosas y sin vocación aspiraban a ser obispos, no tanto por gobernar pastoralmente una diócesis, sino por poseer unas tierras anexas al obispado que eran fuentes de riqueza. El resultado deplorable: el alto clero feudal vivía con frecuencia en concubinato, con actitudes cortesanas o castrenses más que sacerdotales. El bajo clero vivía sumido en la pobreza y en la ignorancia. Este orden de cosas será resuelto con energía por Gregorio VII, en la llamada Reforma Gregoriana.