NoticiaHistoria de la Iglesia Las órdenes mendicantes (y III) Publicado: 20/10/2015: 4888 La tercera orden mendicante fue la del Carmelo. Hacia 1156, un caballero llamado Bertoldo de Calabria se retiró a la soledad del Monte Carmelo y se quedó a vivir en una cueva que, según la leyenda, había sido habitada por el profeta Elías. A esta experiencia eremítica se sumaron unos diez compañeros y empezaron a llamarse “Ermitaños de Nuestra Señora del Monte Carmelo”. Construyeron una pequeña iglesia en honor a la Virgen, cuya devoción sería clave en la futura Orden Carmelitana. Los seguidores de Bertoldo fueron en aumento. El papa Honorio III, en 1226, aprobó la regla de la nueva Orden. Una regla muy austera: los ermitaños debían vivir en celdas separadas, bajo la obediencia de un prior, dedicados a la oración; no podían tener propiedades, debían ayunar con frecuencia y guardar estricto silencio desde vísperas hasta tercia del día siguiente. Aquellos ermitaños del Carmelo, dada la difícil situación de los cristianos en Tierra Santa, fueron abandonando aquellos lugares, estableciéndose en el Occidente cristiano. En 1245 fue elegido superior general san Simón Stock y, gracias a él, la orden de ermitaños quedó transformada en una orden de cenobitas, suavizando la regla anterior. Fue el papa Inocencio IV quien convirtió la antigua orden en oården mendicante (1247). De esta manera, los frailes carmelitas pudieron dedicarse a los ministerios apostólicos. La cuarta orden mendicante fue la de los “Ermitaños de san Agustín”. En el siglo XII existían muchas pequeñas congregaciones de ermitaños, como los Guillermitas, los Juanbonitas, los Ensacados… El concilio IV de Letrán ordenó que se unieran en una misma orden todas las congregaciones que seguían el mismo género de vida. Así nació la orden de los Ermitaños de san Agustín. Constituida en orden mendicante en 1303 por Bonifacio VIII, siguieron la regla de san Agustín y se propagaron rápidamente por toda Europa. En su conjunto, las cuatro órdenes mendicantes realizaron una excelente labor en la evangelización de Europa y, posteriormente, en el resto de la Cristiandad.