Los reyes cristianos se sirvieron de una serie de órdenes militares fundadas en el ámbito peninsular con el fin de combatir a los islámicos del Al-Andalus. Aparte de los Hospitalarios y Templarios que se asentaron en el norte cristiano de la Península, se fundaron otras órdenes nuevas. 

Orden de Calatrava: de clara filiación cisterciense. Nació esta Orden en Calatrava (Ciudad Real), ciudad conquistada por Alfonso VII. San Raimundo de Fitero fue el verdadero fundador de los calatravos, a quienes dio una regla casi monacal. Intervinieron los calatravos en Alarcos (1195), en Navas de Tolosa (1212), en la conquista del Guadalquivir y en la guerra de Granada. El papa Paulo III, en 1540, permitió el matrimonio a los miembros de esta orden, conmutándoles el voto de castidad por el de defender a la Inmaculada Concepción.

Orden de Alcántara: muy parecida a la anterior y con una regla inspirada en la cisterciense. Intervino esta orden en la conquista de Trujillo, ciudad que les fue cedida por Alfonso VIII. Con el tiempo, los calatravos le cedieron la plaza fuerte de Alcántara (Cáceres) y de ahí su nombre.

Orden de Santiago: sus miembros siguieron la regla de san Agustín y asumieron la obligación de defender a los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. Podían casarse.

Orden de Montesa: se extendió por el reino de Valencia. Fue fundada con los bienes de los templarios y aprobada por Juan XXII.

Mención especial merece la Orden de Nuestra Señora de la Merced. En su origen fue militar; desde el siglo XVIII se convirtió en orden mendicante. Fue fundada por san Pedro Nolasco y su gran actividad fue la redención de cautivos. También sus clérigos se distinguieron como excelentes misioneros en África y en América.