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Para ir más allá de la crisis

Publicado: 10/07/2012: 10699

Artículo de L´Osservatore Romano sobre el encuentro del cardenal Cañizares y el ex presidente Rodríguez Zapatero, en el que trataron sobre el humanismo en el siglo XXI.

Se puede descartar una actitud pretenciosa cuando se anunció como «el debate del año» el encuentro organizado por la Universidad católica de Ávila y el diario «La Razón» entre el cardenal Antonio Cañizares Llovera y el ex presidente del gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero, una iniciativa sin precedentes en el país.

Fue el acto que en Ávila, el 28 de junio, clausuró la II Escuela de verano cuyo tema, «La España de las reformas. La responsabilidad de los medios de comunicación: crisis y bien común», preparó el terreno para el «Debate Cañizares/Zapatero».

EL HUMANISMO EN EL SIGLO XXI

En las dos jornadas anteriores el mundo de los medios estuvo representado por más de treinta ponentes que ejercen responsabilidades relevantes, a quienes se sumaron la vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz del actual gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y los ministros de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, e Interior, Jorge Fernández Díaz. 

Una iniciativa universitaria de entrada libre y elevada asistencia que ya anticipaba un debate final concurridísimo. El cara a cara Cañizares/Zapatero fue seguido por dos mil quinientas personas in situ (mil más de las previstas). Entre los presentes se contaron obispos —de Ávila, Jesús García Burillo, de Ciudad Rodrigo, Raúl Berzosa Martínez, y de Segovia, Ángel Rubio Castro—, ex ministros, políticos de signo diverso, exponentes de la sociedad civil, del mundo académico, cultural y de la comunicación, miembros de instituciones públicas, de plataformas ciudadanas.

Se acreditaron más de cien periodistas y treinta medios, no sólo nacionales. Una docena de portales de Internet solicitaron la señal streaming. Hirvió la actividad en las redes sociales. Todas las televisiones estuvieron presentes. El evento se convirtió en la noticia del día.

Origen de la crisis; crisis de los valores; Europa; relaciones Iglesia-Estado. Estas fueron las líneas propuestas para el diálogo entre el creyente y el laico. Uno, cardenal prefecto de la Congregación para el culto divino; otro, político socialista al frente, hasta el pasado diciembre, de ocho años de gobierno.

Crisis e incertidumbre social van de la mano. Y en ese contexto ya el hecho de que los interlocutores aceptaran un debate público «sobre las cosas que realmente importan» —como habían pedido los organizadores —es notable. Igual que alimentó la enorme expectación esta primera aparición pública de Zapatero desde el final de su mandato. Que fue abucheado por una minoría en el auditorio. Un riesgo que se asume cuando se organiza un acto abierto, sin pre-selección de asistentes, o sea, en completa libertad.

«Ruego a los presentes que nos dejen hablar» —pidió el cardenal Cañizares—; «se trata de dialogar sobre el humanismo», que «exige respeto a las personas». El debate «es una su parte Zapatero—, un acto que será discutido, que generará algunas incomprensiones». Empezaron así noventa minutos de intercambio de ideas que, a pesar de las distancias, encontraron siempre su punto de encuentro en la dignidad humana.

Sin pretensiones de emulación, el debate de Ávila sí tomó impulso en el histórico diálogo que en 2004 protagonizaron el filósofo laico Jürgen Habermas y el cardenal Joseph Ratzinger en torno a los fundamentos morales del Estado. Con su acostumbrada concreción y una exposición de claro vínculo entre fe y razón, el cardenal se presentó «sin ningún poder o fuerza política o de cualquier orden», «sin pretensión de imponer ni juzgar», sino sólo con la intención de ofrecer «el testimonio de la verdad que ha recibido» en la Iglesia: que el hombre ha sido creado por Dios, es amado, ha sido redimido por Jesucristo y está llamado a una vida de plenitud eterna. Tal es la base del humanismo, su punto de referencia trascendente. Por eso la Iglesia «no pretende nada para sí», sino que es «servidora del hombre» y defiende una humanidad nueva, la convivencia, el respeto a la persona, a la vida, a la familia «no como único credo o patrimonio suyo, sino como patrimonio de la humanidad».

Por su parte Zapatero situó el momento decisivo del humanismo —que es «el ideal más alto de la historia del pensamiento» y está «de una u otra manera presente en todas las culturas, tiempos, civilizaciones, religiones»— en el Renacimiento y de manera singular en la Ilustración como afirmación de la razón y del valor de la dignidad del ser humano. Y el hito de plasmación del humanismo lo enmarcó en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.

En ese conjunto de derechos contextualizó Zapatero el modelo de relación Iglesia-Estado «de separación a las creencias de cada uno. Pero ¿se deja a la Iglesia que los aspectos inherentes a la fe tengan repercusiones en la vida pública? Es la cuestión que planteó Cañizares con el apremio de que toda sociedad, aunque sea enteramente laica, necesita de la afirmación de la verdad última de donde se deducen «valores que no son manipulables», sino absolutos y necesarios para la existencia de una sociedad que respete a la persona.

El político se dijo de acuerdo sobre la incuestionable trascendencia pública del debate religioso en las sociedades aconfesionales, como es el caso de Europa, cuyas raíces cristianas afirmó evidentes. De una Europa unida hicieron una fuerte defensa ambos interlocutores. Zapatero llamando repetidas veces al respaldo y a la confianza en el proyecto de Unión Europea como garantía de libertad política, paz, democracia, progreso y factor para que los valores del humanismo del habitantes de la tierra. Precisó que para «salir de la crisis cuanto antes y prevenir las dificultades lo más importante es la Unión Europea», una unión monetaria, pero también política y social. Y situó la raíz de la crisis económica en «una fe excesiva en la capacidad del sector financiero para ordenar la economía y garantizar crecimiento, desarrollo y bienestar».

Un paso más allá dio Cañizares señalando en la raíz de la crisis económica una crisis de valores expresada en el olvido del hombre, de la verdad, de qué es el bien y el mal, esto es, en el olvido de la base de una economía realmente al servicio de la persona. Y enlazó con el deseo de los padres de Europa, que en absoluto quisieron una «Europa de los mercaderes», de meras relaciones económicas. Tras los desastres de la guerra mundial «querían salvar esa Europa precisamente por sus raíces cristianas, por su raíz por la raíz de la razón, del derecho romano». Olvidar estos aspectos y optar sólo por el económico, alertó Cañizares, es jugarse la unificación de Europa.

Lejos de catastrofismos, pero también de un fácil triunfalismo, Cañizares apostó por un futuro lleno de esperanza, no sólo respecto a Europa. Un futuro que existirá sólo si se asienta en la verdad, en la dignidad de la persona humana y en los grandes valores que de ahí dimanan. «¿Acaso se puede avanzar en el progreso cuando no se avanza sobre la verdad, cuando se establece un relativismo tan tremendo como el que nos está atenazando y que también rige la economía?», preguntó. «¿Puede haber un desarrollo verdaderamente humano cuando la vida no es respetada, la familia no está suficientemente protegida, y el paro alcanza cifras tan alarmantes en todo el mundo?».

Precisamente al hilo de este diálogo entre demócratas Cañizares recalcó que «no hay democracia sin conciencia », sin base en principios que distinguen el bien y el mal, cosa que no depende de credos, sino de la razón humana. «Estoy de acuerdo en que no puede haber democracia sin conciencia —respondió Zapatero—; es más, la democracia es conciencia; conciencia de los valores más profundos de la dignidad humana».

Hablar del humanismo en el siglo XXI es abrir horizonte de futuro, y este es sinónimo de jóvenes, cuya situación —en particular laboral— preocupa a ambos interlocutores, conscientes del impacto que la crisis tiene especialmente en aquellos. Cañizares se hizo portavoz de las aspiraciones del «alma grande de los jóvenes», injustamente tachados de egoístas. Y Zapatero reconoció en ellos una generación «solidaria y participativa», reconociendo que la gran tarea de las autoridades públicas será afrontar el grave problema que dejará la crisis, o sea, el nexo entre jóvenes y empleo.

Y si fueron importantes los contenidos del debate Cañizares/Zapatero, igual lo fue el hecho de mostrar públicamente que se puede dialogar.

Predicando con el ejemplo. Porque el diálogo, como expuso Cañizares, es una búsqueda común de la verdad; no es intransigencia, sino tolerancia; tolerancia que no es relativismo, sino fidelidad a la persona sirviendo a la verdad del hombre y su dignidad, al bien común, y construyendo el futuro. Porque el diálogo, como dijo Zapatero, es más que sentarse a hablar; es oír y reflexionar; y si es respetuoso y sincero contribuye al progreso. ¿Más ejemplos de diálogo? Ambos interlocutores se refirieron a Benedicto XVI. «El diálogo es posible», observó Cañizares recordando la intensidad del encuentro en Asís, el pasado octubre, entre el Papa y representantes de las religiones con ocasión de la Jornada por la paz.

Reconociendo Zapatero que «de la doctrina de Benedicto XVI la más audaz, interesante y positiva es la posición tan firme y convincente que ha mantenido sobre el diálogo interreligioso.
 

Autor: L´Osservatore Romano

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