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«San Manuel González fue un gigante de la piedad eucarística»

Mons. Juan Miguel Ferrer Grenesche
Publicado: 17/09/2019: 27212

Entrevista a Mons. Juan Miguel Ferrer Grenesche (Madrid, 1961), deán de la Catedral Primada de Toledo y asistente eclesiástico de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia, que celebran sus jornadas en la Casa Diocesana del 27 al 29 de septiembre centradas en las hermandades sacramentales.

¿Cómo nace esta federación?
El origen inmediato es el Jubileo del año 2000. La funda san Juan Pablo II, a instancias de miembros de Adoración Nocturna Española, ve importante crear una entidad que, vinculada a los Congresos Eucarísticos Internacionales, coordine y alimente la espiritualidad de todas las asociaciones de diverso tipo que se han ido creando a lo largo de los siglos en la Iglesia. Las más antiguas son las hermandades sacramentales pero a las que han seguido otras formas de adoración: Adoración Nocturna, Adoración Perpetua, órdenes religiosas... Y cuenta con una presidencia mundial pero con vicepresidencias por continentes o países con mucho volumen de asociaciones.

¿Cuál es el objeto de estas jornadas y por qué en Málaga?
De alguna manera vienen a preparar en España el Congreso Eucarístico Internacional que tiene lugar en septiembre de 2020 en Budapest, para que las asociaciones animen a la participación. La elección de Málaga viene motivada por el deseo de impulsar la inscripción en las jornadas de aquellas cofradías que llevan el título de sacramentales, y en Andalucía son muchas. La acogida ha sido muy buena y animamos a las cofradías y las asociaciones a verlas como una oportunidad de vivir una experiencia gozosa de encuentro. Además, están abiertas a cualquier persona interesada por la vida y piedad eucarística en la Iglesia.

La huella eucarística que también dejó aquí San Manuel González es mucha. ¿Qué valor le da?
Es una manera de agradecerle a san Manuel lo que hizo por revitalizar la devoción eucarística en España y otros lugares del mundo, especialmente a través de las obras que fundó: las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, las Marías de los Sagrarios, los Discípulos de San Juan... San Manuel fue un gigante de la renovación de la piedad eucarística, y tuvo intuiciones que luego fueron recogidas en el Concilio Vaticano II sobre la participación eucarística, la unidad entre la celebración y la reserva en el Sagrario, la adoración dentro de la celebración de la Misa y luego el resto del día en torno a la presencia del Sagrario o la Custodia. Esto él lo llevaba en el alma, y le llevaba a una pasión por la Iglesia y el sacerdocio que está recogida en sus escritos y en sus obras.

La Eucaristía es el corazón de la Iglesia, pero ¿comprendemos su grandeza?
Se nos pasa la vida aprendiendo. Lo que a mí me preocupa es que tengamos esa convicción, de que ahí está la fuente de nuestra vida y estemos siempre tratando de aprovecharnos mejor de ella, y respondiendo con mayor generosidad a esa vida que se nos transmite a través de esta fuente. Estar siempre pendiente, porque nunca nos podemos dar por satisfechos. Nunca podemos decir "yo ya he hecho todo lo que tenía que hacer. Ya tengo una piedad eucarística". Darnos cuenta de este tesoro que Cristo nos dejó conlleva asumir que no lo agotamos nunca, y que siempre tenemos que estar como un niño, sorprendiéndonos y descubriendo las maravillas de Dios. Eso pasa con la creación, cuánto más con esta obra extraordinaria del amor de Dios que es la Eucaristía.

Muchos cristianos en el mundo entregan la vida por defender la Eucaristía, ¿cómo podemos nosotros profundizar en el valor de participar en ella?
A veces nuestro enemigo es la rutina, hacer las cosas como una inercia, lo que nos impide dejarnos sorprender. Podemos caer en pensar que lo sabemos todo o que somos nosotros los que tenemos que aportar a la celebración de la Eucaristía cosas externas para hacerla más amena. Ese no es el enfoque. Tenemos que ir siempre conscientes de que algo nuevo vamos a descubrir. La Eucaristía está tan ligada al misterio de Cristo que lo está también a la Palabra de Dios. Son dos realidades que no podemos separar. Nos ayuda a descubrir la Palabra de Dios cada día más, y esta nos ayuda a entrar más en el misterio eucarístico. Y esa conjunción de Palabra y Eucaristía en un contexto eclesial nos lleva a la otra dimensión fundamental del cristiano: el amor a Dios y al prójimo. Porque le Eucaristía y la Palabra de Dios son inseparables de una vida que está abriéndose constantemente para recibir el amor de Dios y agradeciéndolo, y ese amor nos vincula cada vez más a los hermanos, viendo lo que todo ser humano pasa como algo propio.

Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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