La fe, la experiencia de Dios genuina, guarda nuestra memoria más íntima. La experiencia de Dios está hecha de la materia de los sueños; pero también de la vida, de experiencias comunes, de aquellas cosas que todos alguna vez hemos sentido, vivido o soñado junto a Cristo. Cultivar la experiencia de Dios es condición imprescindible para el seguimiento de Jesús de Nazaret, al que los cristianos reconocemos Dios y hombre verdadero.

Aunque por el bautismo todos somos cristianos, la vivencia madura de la fe, pasa por el encuentro a diario con el Señor en la oración privilegiada por su Palabra. Y, a ser posible, en la Eucaristía. Es triste comprobar cómo cristianos que tienen la oportunidad de participar a diario de la Santa Misa no lo hacen; quizá olvidan que Cristo desea a diario estar en ellos.

Por eso con el poeta te invito a que digas a Cristo: «Ven dulce vida, nunca es tarde, salta sobre las confidencias del escombro». Dicho con otras palabras, te invito a abrir la puerta de tu corazón a Dios para que reine en tu vida, para que sea tu absoluto y desde Él ames con entrega a quienes te rodean. No te enganches a ilusiones que te harán perder el tiempo. Solo Dios es capaz de satisfacer tus deseos más profundos e íntimos.