NoticiaClero ALFONSO CRESPO. San Juan de Ávila, un evangelizador apasionado Clero malagueño en la basílica de San Juan de Ávila durante su peregrinación por el Jubileo del patrón del clero español Publicado: 08/05/2020: 22065 Ecos de un Año Jubilar Avilista Clausuramos este 10 de mayo un Año Jubilar Avilista, con motivo de los 450 años del fallecimiento del Maestro Ávila, de los 125 años de su beatificación y de los 50 años de su canonización. En estas especiales circunstancias, no podremos peregrinar hasta su sepulcro en Montilla pero sí podemos hacer presente su espíritu y seguir aprendiendo de su magisterio. En estos momentos dolorosos, el Maestro Ávila, nos predica de forma virtual: nos exhorta a que la llamada a la santidad resuene en el corazón de cada uno de nosotros, empeñándonos en dos miradas: una, al Buen Pastor que nos guía y otra, al rebaño de que somos parte. El Papa san Pablo VI en su homilía de aquella mañana del 31 de mayo de 1970, en la que se elevaba a los altares a este ilustre hijo de la Iglesia, mirando a la tierra querida de España, suplicaba a Dios: «Que este Santo, al que nosotros sentimos la alegría de exaltar ante la Iglesia, le sea favorable intercesor de las gracias que ella parece necesitar hoy más: la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo tal como debe ser en los nuevos tiempos. Y que su figura profética, coronada hoy con la aureola de la santidad, derrame sobre el mundo la verdad, la caridad y la paz de Cristo». Hoy, hacemos nuestra esta súplica, 50 años después, y pedimos al «buen Padre Dios» las mismas gracias no solo para España, también para la herida Europa. Juan de Ávila un «discípulo misionero» En la Carta Apostólica con la que el Benedicto XVI declaraba a san Juan de Ávila como doctor de la Iglesia, decía: «El amor de Cristo nos apremia (2 Co 5, 14). El amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, es la clave de la experiencia personal y de la doctrina del santo Maestro Juan de Ávila, un predicador evangélico, anclado siempre en la Sagrada Escritura, apasionado por la verdad y referente cualificado para la Nueva Evangelización». San Juan de Ávila encarna de modo ejemplar, y en las coordenadas de su tiempo, las claves para la evangelización que el Papa Francisco nos describe en Evangelii gaudium. Podemos definir al Maestro Ávila como «un evangelizador con espíritu» (cf. EG, 259). Francisco describe la misión, en Evangelii gaudium, como «una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús Crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así descubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado» (cf. EG, 268). Juan de Ávila es un modelo ejemplar de un «discípulo misionero» (cf. EG, 21). Su vida y doctrina recuerdan el espíritu de san Pablo, de quien era un profundo y devoto admirador. Así ha quedado recogido en el himno que entonamos en honor del Santo: «tu afán predicar a Cristo, tu amor la Iglesia y las almas, de Pablo el fuego divino prendido va en su palabra». Su espíritu nos invita a romper la seguridad defensiva del confinamiento en el templo para salir con valentía a los caminos de la misión, con un renovado espíritu que nos empuje a encontrar nuevos métodos desde una inventiva pastoral que rompa el «acostumbramiento». Una ruta hacia la santidad para todo el rebaño Francisco nos ha ofrecido un sencillo manual hacia la santidad en su Exhortación Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos), señalando las Bienaventuranzas como las señas de identidad del cristiano: «Si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de la bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas» (GE, 63). Hace siglos, el Maestro Ávila nos regaló otro sencillo manual: Audi filia, que acompañó a tantas personas en su camino hacia la santidad. Juan de Ávila fue un adelantado en la formación de los fieles laicos, invitándoles a desarrollar la gracia de su Bautismo hasta la santidad y acompañando cada proceso con un celo ejemplar. Su empeño en el acompañamiento personal le valió el título de Maestro: a él acudieron y en él encontraron amistad y consejo figuras como Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Francisco de Borja, Pedro de Ribera, Juan de la Cruz, Pedro de Alcántara, Tomás de Villanueva, o la misma Teresa de Jesús. Todo un florilegio de santos. Francisco, en una entrevista reciente, afirmaba que «toda crisis es un peligro pero también una oportunidad». Esta crisis puede convertirse en una invitación a poner nuestra mirada en lo esencial y dedicar a ello nuestras mejores energías. Urge alentarnos en la comunión eclesial, arroparnos como pueblo de Dios que camina y fortalecer nuestros titubeantes pasos misioneros con el apoyo de un ritmo sinodal: cada uno aporta lo mejor de sí y recibe de los otros lo mejor que pueden aportarle. Volvamos, todos, la mirada desnuda a la frescura del Evangelio como mapa de ruta de nuestra vida y misión. En estos momentos dolorosos, el Maestro Ávila, nos predica de forma virtual: nos exhorta a que la llamada a la santidad resuene en el corazón de cada uno de nosotros, empeñándonos en dos miradas: una, al Buen Pastor que nos guía y otra, al rebaño de que somos parte. El santo cultivó estas dos miradas, desde una clave fundamental: su vivencia eucarística. Sin esa intimidad eucarística nadie puede progresar en la santidad. La experiencia que hemos vivido durante este confinamiento: no poder celebrar la Eucaristía, recibiendo la Sagrada Comunión, aunque la hayamos apaciguado con la presencia ante la televisión y la comunión espiritual, ha de avivar en todos, sacerdotes y comunidad, el deseo de la celebración de la Eucaristía, comulgando el Cuerpo del Señor y enardeciendo la caridad fraterna, que se desborda como un río de misericordia hacia el más necesitado. En este mes de mayo, mes de María, saludamos a nuestra Madre con unas tiernas palabras, extraída de un sermón del Maestro Ávila, y que adquieren una llamativa actualidad: «... en vuestras manos, Señora, ponemos nuestras heridas para que las curéis, pues sois enfermera del hospital de la misericordia de Dios, donde los llagados se curan».