La lucha con Dios es una experiencia que recoge la Biblia y que hemos podido experimentar en algún momento de la vida. Le ocurrió a Jacob en el episodio de la lucha de Yabboq. De hecho, la tradición espiritual de la Iglesia Católica ha visto en ese relato el símbolo de la oración como combate de la fe y victoria de la perseverancia. La lucha con Dios puede ocurrirnos también a nosotros. Aunque al final terminemos por sucumbir ante su gracia. Ante su bendición. Una bendición no obtenida con engaño, sino gratuitamente. Donada. Porque Dios quiere. Ocurre cuando el ser humano sin protección, sin astucias y sin estafas se rinde ante Dios, es cuando confiesa la verdad de sí mismo. La larga noche de la búsqueda de Dios es la noche de la oración que tenaz y perseverantemente pide a Dios la bendición. Y una nueva realidad fruto de conversión y de perdón. Si el objeto del deseo es la relación con Dios no cabe otro camino que reconocer la propia debilidad y confiarse en las manos misericordiosas de Dios. Toda nuestra vida es como esta larga noche de lucha y de oración, que se consuma en el deseo de Dios.