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Semblanza del Rvdmo. D. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga

Publicado: 13/06/2006: 3166

Celebración Bodas de Oro Sacerdotales. Seminario, 25 de mayo de 2006. S.I. Catedral, 27 de mayo de

Ofrecemos la semblanza redactada por D. Francisco Parrilla y leída por él mismo en las celebraciones del Seminario y de la S.I. Catedral.

En cierta ocasión, querido D. Antonio, me pidió que le hiciera la semblanza de su vida. Lo entendí como curiosidad y confianza. Pero en aquel momento, y como se me había pedido, sólo redactaba semblanzas de sacerdotes que nos habían dejado y por los que rezábamos con la Liturgia de las exequias.

Con posterioridad, algunos compañeros han podido oír lo mucho y bueno que sus vidas han representado para la Iglesia, para nosotros mismos, con motivo de sus Bodas de Oro o de Plata Sacerdotales. Hoy, desde mi especial situación de salud, lo hago con gozo y como signo de afecto, de sentido de Iglesia ante mi Obispo, y de manifestación de la amistad nacida hace 38 años que usted me ha reiterado.

Sr. Obispo, nos conocimos el año 1968. Usted era un joven Vicario General de Guadix. Yo era secretario particular del Arzobispo que iniciaba misión en la Archidiócesis de Granada, Monseñor Benavent, Cuando me desplazaba a su Iglesia Diocesana, admiraba dos ideales que veía realizados: la vida en común del Obispo, D. Gabino, con dos curas: usted y D. José María Almoguera, y la pobreza que les hacía vivir en cercanía con aquellos feligreses de tanta austeridad impuesta por la situación sociológica. Nunca se me ha olvidado aquella mesa de camilla, con el brasero de picón, y a un metro mucho frío, donde ustedes se reunían como familia.

Me preguntaba qué le había hecho desplazarse de Toledo a Guadix. De la Primada a una Iglesia que era importante históricamente, fundada por San Torcuato, pero que en la actualidad, y en las circunstancias concretas de aquel momento, tenía sus especiales dificultades. Pronto supe las razones. A la Diócesis le era necesaria la presencia, junto al nuevo Obispo, de un Vicario que llegase sin más cartel que la disponibilidad para servir a la realidad eclesial accitana, dispuesto a amarla y a trabajar por ella y donde tuvo la alegría de ser Obispo con la propuesta de la inmensa mayoría del clero y de movimientos y grupos eclesiales. Su venida a Guadix provoca lágrimas en el compañero, hoy Obispo, D. Rafael Torija, porque usted tiene amigos que duran siempre.

Cuando el Obispo D. Gabino es nombrado Arzobispo de Oviedo, se oye al presbiterio en asunto tan importante. Es verdad que la petición iba avalada por lo mucho y bueno que el Nuncio había conocido de su entrega, de su trabajo, de su buen hacer hermanado a unos sacerdotes que vivían realidad tan dura en la que usted se insertó plenamente.

A D. Antonio Dorado Soto, el presbítero toledano, ordenado en Comillas en el año 1956, le eran impuestas las manos de nuevo en celebración presidida por el Nuncio Dadaglio. Obispo el 10 de mayo de 1970, tenía 38 años. Como signo sacramental excepcional de su ordenación, fue la lluvia fuerte, intensa, casi imprevista. En la plaza se había preparado la ordenación. En el momento del Evangelio, llueve tan fuerte que literalmente hay que correr a la Catedral. El Nuncio, los Obispos, los curas, los seglares, todos mezclados y nos encontramos con una foto especial. Los Obispos tienen que esconder la mitra debajo del brazo porque saben que es cartón y puede mojarse.

En la Catedral, sin nada preparado, sigue la ceremonia. Cuando usted abraza a Don Emilio Benavent, le pregunta: “¿Cree que estaré ordenado de Obispo?”. Faltó la exquisitez del rito, pero sobreabundó el signo de las maravillas de Dios en su persona. Bendita lluvia aunque provocase la desorganización. Allí comenzaba una etapa especial de su vida sacerdotal que le ha conducido hasta hoy.

Pero no olvidemos que todo lo vivido, gozado, sufrido, como Obispo, está insertado en la experiencia amplia de los 50 años de vida sacerdotal que hoy festejamos y, sobre todo, damos gracias a Dios. Hay una anécdota que también es significativa: se atrevió a visitar al Nuncio, cuando le llamó, con un jersey gris claro. Menos mal que el Nuncio era Monseñor Dadaglio y tenía otros problemas más importantes que su vestidura, más o menos clerical.

Historia sacerdotal que tiene su prólogo, como tantos otros niños, en su ingreso en el Seminario. Su padre, Don Paulino, no lo veía claro. Su madre, Doña María, ante tanta insistencia, le apoyó. Siempre estuvo muy cercana a usted. Mimado es la mejor expresión, Por eso ella le lleva al Seminario, con su sotana preparada, su beca y la fea teja de aquella época. La foto publicada no le favorece mucho, querido Don Antonio. Urda y el Cristo, a quien tanto venera, lugar y devoción de toda su vida cristiana: dos amores que el acompañan siempre. Aún hoy se desplaza cada año al pueblo toledano.

Y cuando percibe la realidad existente tras el portón del Seminario de Santo Tomás duda, incluso algunas lágrimas se escapan y tiene un movimiento de agarrarse a las manos de su madre y de volver atrás. Pero el Espíritu es más fuerte y decide quedarse. Si hubiese cedido a la tentación, hoy no estaríamos aquí. Y tanto bueno como ha hecho tampoco sería acontecimiento sino futurible. Más tarde, como era aplicado y listo, fue dirigido a recibir la preparación exquisita que los Jesuitas ofrecían en el Palacio fundado por el Marqués de Comillas, en Santander.

Ordenado presbítero, su promoción es numerosa: 50 ordenandos. Año Ignaciano. Comienzo del mes de abril. El P. Nieto, siempre permanente recuerdo de sacerdote santo, ojalá pronto beatificado, que le ayudó como acólito en su primera Misa que sabía a catacumba. Sus “guiños” espirituales a los Jesuitas o de los Jesuitas a usted. La osadía de leer a Ortega y Gasset y algunos otros que llevó a la expulsión de algún compañero: hasta Málaga llegó Celso Montero. Y la espiritualidad de San Juan de Ávila, que se introduce progresivamente en su corazón. El himno tiene letra y música de sacerdotes malagueños.

Su bagaje espiritual tenía una fuente: el ejemplo de sus padres. Usted ha sido hijo que les ha amado mucho. Muy especialmente a su madre, con quien expresaba toda su gran dimensión afectiva, casi siempre encubierta porque a usted no le gusta que se le descubra esa dimensión interior. En el fondo es la gran cuestión de las dosis de timidez.

Ama a sus hermanas: a Mariana la respeta como hermana mayor y se goza con su matrimonio y con los hijos que llegan. A Angelines, como es la más pequeña, y le da por vivir caminos evangélicos que surgen en España con aires de renovación, la mima, le aconseja y, en ocasiones, es para ella como aquellos antiguos padres espirituales: exigente y, en alguna ocasión, regañón.

Presbítero en Toledo, el Cardenal le nombra profesor del Seminario y de la Escuela de Asistentes Sociales; es Consiliario del Apostolado Rural, Viceconsiliario de los Cursillistas y capellán, especialmente de los Hermanos Maristas. En 1964 es nombrado Consiliario Nacional del Apostolado Rural. Es su primera aparición en cargos que rebasan lo diocesano y que le señalan para siempre. Creo que desde entonces vive su amor por las reuniones que sólo tiene validez si duran horas. El horario de los días de encuentros sólo lo conoce la mente de Dios. Quizás porque es respetuoso y no quiere que ninguno de los presentes deje de manifestar lo que piensa.

De aquellos años le viene también su amor por los Proyectos, por los objetivos y por las prioridades.

Y tuvo una gran suerte. Usted fue uno de los sacerdotes españoles que descubrió las dimensiones teológicas pastorales de la Iglesia de Francia: Lubac, Congar, Chenú, el P. Boulard,... ¿Verdad, Don Antonio, que se nos llenaba el corazón de ilusión y esperanza? ¡Nos hizo tanto bien! Y nos enseñó una manera especial de vivir la Parroquia, la Liturgia, el sentido de comunidad y la entrega a los pobres.

Más de un verano le vemos haciendo auto-stop por las carreteras del centro de Europa: Don Gabino y usted forman buena pareja. Es un viaje de aprendizaje de muchas experiencias eclesiales, viaje que mejoraría cuando, ya Obispo, lo hace en una vieja roulotte que recorre kilómetros de carreteras europeas. Lo curioso de ese carromato es que sus habitantes son todos Obispos que saben lavar sus ropas en las aguas del riachuelo, junto al camino. Pertenecen a esa generación que también nos aportó mucho entusiasmo. Era la generación de los Obispos que ahora presentan su renuncia por imperativo de edad y que sustituyó a otra generación de Obispos que tuvo una gran misión en la Iglesia española: la de D. Miguel Roca, D. Maximino, D. Emilio, ... presididos por el Cardenal Tarancón. Como secretario de la reunión de los Obispos de la Archidiócesis de Granada, cuánto gocé con aquella santa libertad, con la claridad de ideas y de empuje evangelizador, con la visión de la actitud que la Iglesia española debía asumir en aquellos años.

En su vida de cura hay un hecho que entiendo que le ha señalado: cuando le invitan a ser Profesor del Curso que prepara catequistas en aquel Movimiento que nunca agradeceremos bastante. Se habían celebrado cursos en Vitoria, en Oviedo, en Alicante. A usted se le invita a venir a Ronda con Monseñor Elías, Estepa, con Ricardo Lázaro. Angelines también se asoma al Tajo. Qué veranos más buenos. Es otro horizonte, es otro lenguaje. Aunque hice el curso en Vitoria, con D. Adrián Troncoso, hace unos meses encontré entre mis viejos papeles los apuntes de sus clases sobre Teología Pastoral Fundamental.

Después, de Guadix a Cádiz, su gran amor. Una Diócesis señalada pastoralmente por usted durante más de veinte años. Tanto que, cuando llega a Málaga, se equivoca con frecuencia y dice que la patrona de Málaga es la Virgen del Rosario y nos llama, sólo una vez, gaditanos. Siempre he creído que su venida a Málaga fue un acto de obediencia. Gracias por la lección. Después se ha alegrado y se ha encontrado a gusto con este clero, con estos religiosos y con estos laicos que pocas sabemos decir no al Obispo. Llegó a Málaga exigente; ahora todos sabemos que si no es contra la Ley de Dios, dirá sí a las peticiones. Hay un convencimiento: si llegamos al Obispo, lo conseguimos. Cuando usted debe decir “no”, se lo encarga al Viario de turno, lo sé por experiencia.

50 años de cura. Más de 25 de Obispo. Es usted figura en el episcopado. Presidente de Comisiones que tienen trabajo y son muy importantes; por ejemplo; la del Clero: ¿Recuerda el Simposio y el Congreso que tuvo su derivación? ¡Cuánta buena doctrina que nos hizo esperar una remontada de fuerte espiritualidad en los curas! Usted ha hablado con reiteración de la Iglesia Diocesana y del Presbiterio. La praxis es más difícil.

Presidente de la Comisión de Enseñanza y Catequesis y de la de Apostolado Seglar. Y tres veces elegido para asistir a los distintos Sínodos. ¡Qué cincuenta años más bien aprovechados! Tiene tiempo para escribir. No sólo pastorales, sino libros. Es tenaz, incansable en el trabajo. Su agenda es difícil de leer. En los encuentros no se le pasa detalle y en las visitas, acogedor al máximo. Vive la fe de una forma recia: las mañanas y el amanecer le encuentran siempre que está aquí en la Capilla. Y tiene ideas fijas. Una de ellas: hay que evangelizar con método diferente.

Don Antonio, le queremos, le felicitamos. Y queremos que tenga la absoluta convicción de que sus insistencias han calado. Y preferimos que siga. Hoy rezamos especialmente por usted y damos gracias a Dios. Sabemos que ha establecido que sea jubilar todo el año y que admite algunos signos espirituales y materiales con este motivo.

Esta mañana deseamos concelebrar con usted. Somos un presbiterio en una Iglesia Particular donde se vive la universalidad de la Iglesia. Y todos viviremos la doxología: “Por Cristo, con Cristo y en Cristo, a Ti, Padre, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén, amén, amén.”

Mons. Francisco Parrilla Gómez,
Canónigo Magistral

Autor: Obispado

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