La presión que ejerce el tercer mundo sobre el primero, y el consecuente desplazamiento de masas humanas cada vez más numerosas, marcará la actividad económica y política de occidente en los próximos años.

Como en tantas otras cosas, parece indudable que EE.UU. establecerá una pauta a seguir por los países occidentales. La nueva ley “Sensenbrenner” que ha llegado al Senado americano puede ser, por desgracia, un punto de referencia.

Esta ley prevé la construcción de un muro fronterizo con México de unos quinientos kilómetros, además de la criminalización de los inmigrantes “sin papeles” y la negación de nacionalidad americana a los hijos de emigrantes nacidos en los Estados Unidos.

La Iglesia Católica norteamericana está haciendo una decidida y abierta campaña para que se respeten los derechos humanos de los emigrantes. Setenta diócesis norteamericanas se han comprometido en una acción conjunta y directa a favor de los emigrantes .

La Confederación de Obispos Católicos de California –el Estado de la Unión que recibe la mayor cantidad de emigrantes mejicanos- se ha pronunciado a favor de una reforma migratoria completa que incluya la legalización, “puesto que ha sido ganada por los trabajadores indocumentados mediante su esfuerzo. La reforma debe concebirse mediante un programa especial de trabajo y una política de reunificación de familias”.