Ante esta celebración y este kerigma cabe preguntarse si verdaderamente Jesús resucitó. Si no es invento. Y si realmente tenemos garantías de que se trataría de un hecho que realmente ocurrió. Porque ni el horno está para bollos ni para muchas fiestas.  

San Pablo, escribiendo a la distancia de unos veinticinco años de la crucifixión y resurrección de Cristo, cita a todas las personas, la mayoría de las cuales aún vivían, que vieron y tuvieron experiencia de Cristo vivo después de ser crucificado. Es significativo tener testimonios tan fuertes. Personas que por el mero hecho de afirmar ser testigos de la resurrección se jugaban la vida.  

¿Podríamos estar hablando de que se hubieran puesto de acuerdo para mentir?  Bueno, conviene contemplar todas las variables. Lo que pasa es que no encaja con que muchos fueran asesinados; ¿por qué morir? ¿no hubiera sido preferible callar el anuncio de la resurrección? De hecho, los primeros detenidos y asesinados fueron los cabecillas; líderes que, paradójicamente, abandonaron a su suerte a Jesús en el momento de la crucifixión negando incluso conocerlo. Algo falla en la lógica humana. Salvo que fuese verdad el acontecimiento de la resurrección. Y supusiera un revulsivo.

Creo que algo muy fuerte tuvo que pasar para que cambiaran de actitud. No hablaríamos solo de intereses personales o sociales. Máxime teniendo en cuenta el perfil del apostolado.

Sorprende que hombres de aquella época, haciendo caso a mujeres, que apenas pintaban en la sociedad de aquel momento, de la noche a la mañana, proclamen unánimes que Jesús de Nazaret estaba vivo; y afrontar, por este testimonio, procesos, persecuciones y finalmente, uno tras otro, el martirio o la muerte. ¿Qué ha podido determinar un cambio tan radical, sino es la certeza de que Jesús verdaderamente había resucitado?