NoticiaPatrona de la diócesis Día 8: Madre de la Iglesia Publicado: 30/08/2012: 6437 NOVENA EN HONOR DE SANTA MARÍA DE LA VICTORIA Predicada por Monseñor Fernando Sebastián Aguilar Málaga, septiembre 2010 La doctrina Ahora nos resulta muy difícil imaginar el desconcierto de los discípulos en los primeros días después de la muerte de Jesús. “Nos había dicho que iba a restablecer el Reino de Dios, pero lo han crucificado y todo se ha venido abajo”. Ellos habían entendido mal a Jesús, pensaban que iba a alzarse como rey de un Israel independiente, esperaban incluso conseguir algún cargo, alguna prebenda. Estaban decepcionados y asustados. En aquellos días de oscuridad que siguieron a la muerte de Jesús, María fue la única que mantuvo sobre la tierra la fe en su Hijo: “El dijo que resucitaría”, En aquellos momentos, su oración era la oración de toda la humanidad, su esperanza era la esperanza de todos los corazones, “Ven Señor Jesús.” Luego vino el triunfo esplendoroso de la resurrección. La fuerza misionera de Pentecostés. El 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII, confirmó la fe del Pueblo de Dios anunciando con su magisterio infalible que la Virgen María, una vez terminado el tiempo de su vida terrestre, fue llevada en cuerpo y alma al cielo, para participar eternamente en la vida inmortal de su Hijo resucitado. La Virgen María, tan estrechamente unida a su hijo durante la vida, no podía quedar separada de El después de la muerte. Su glorificación anticipada es el coronamiento de su vida siempre unida a la vida de su hijo por el vínculo del todo singular de su maternidad. Como en su vida terrestre, María está ahora del todo unida a su Hijo. Si Jesucristo, sentado a la derecha del Padre, está en todos los lugares del mundo intercediendo por nosotros y comunicándonos el Espíritu de Dios para que vivamos santamente en su presencia, María está con Jesús, está como El cerca de nosotros, conoce nuestra debilidad, recibe los mensajes de nuestro corazón, nos comunica espiritualmente su espíritu de fe, su confianza en la bondad del Señor, la santidad, la fuerza y la generosidad de su amor de madre. De esta manera la Iglesia se hace familia y la vida de la humanidad se llena de amor y de esperanza. Cuando contemplamos a la Virgen glorificada en los Cielos con su Hijo resucitado, ante todo damos gracias a Dios, porque su glorificación es nuestra esperanza, también nosotros fuimos creados para vivir eternamente en esa vida gloriosa e inmortal. Creerlo así ilumina nuestra inteligencia y levanta nuestro ánimo para no dejarnos dominar por las ambiciones de este mundo, para tener siempre en cuenta la verdad de nuestra vida, y vivir ahora en la tierra como los santos del Cielo. La Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo significa en primer lugar, el acabamiento de la obra salvadora del Hijo en la vida de su Madre. Dios ha querido que lo que se ha de cumplir en nosotros al fin de los tiempos sea ya en María una realidad anticipada. De esta manera, María se convierte una vez más en confirmación de nuestra fe. Lo que nosotros esperamos , la transformación de nuestro cuerpo mortal en inmortal, es ya una realidad de la virgen María. Esta es la plenitud de su victoria sobre el mal y sobre la muerte. Ella reina ya en el cielo, con Dios, junto a su Hijo resucitado, Señor del mundo. También nosotros, unidos a Cristo por los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, seremos glorificados como ella y viviremos eternamente con Dios y con los santos. Su Asunción a los Cielos es garantía de nuestra resurrección. Y es también condición indispensable para que pueda ser la madre solícita y eficaz de sus hijos que peregrinamos todavía en este mundo camino de la patria celestial. Como en una excursión de amigos, los que están ya en la cumbre animan y ayudan desde arriba a los que caminan todavía penosamente por las laderas, así la Virgen María nos ayuda desde el Cielo a los que andamos todavía luchando con las dificultades de esta vida. Mientras vivimos en este mundo, nos cuesta trabajo tener siempre presente la verdad de la resurrección, A veces los problemas de esta vida nos abruman demasiado como si fueran a durar para siempre. La Virgen nos ayuda a ver y a vivir los acontecimientos de cada día desde la perspectiva del Cielo que es la perspectiva verdadera. Su recuerdo, su presencia, sus brazos abiertos hacia nosotros desde las alturas del Cielo, fortalecen nuestra fe, sostienen nuestra esperanza y nos ayudan a confiar en la bondad de Dios y en el poder de su Hijo Jesucristo, para ayudarnos a superar las dificultades de la vida y vencer en nosotros las tentaciones del mal y las debilidades de nuestra pobre naturaleza humana. La Asunción de María a los Cielos da solidez a nuestra devoción y da veracidad a nuestra relación filial con la Madre del Cielo. María vive, está cerca de nosotros, podemos hablar con ella, recibe los mensajes de nuestro corazón, podemos esperar su ayuda espiritual, podemos estar seguros de que nuestras oraciones y nuestros ruegos llegan hasta ella y son acogidos en su corazón de Madre. Por amor de Dios, por amor de su Hijo, ella nos ama y cuida de nosotros. No es que María añada nada a la bondad de Dios o al poder redentor de su Hijo Jesucristo. Ellos han querido que estuviera ahí para hacernos más fácil y más creíble la verdad de nuestra vida. Desde su vida celestial y gloriosa María ejerce sobre toda la Iglesia una maternidad espiritual querida por Dios para ayudarnos a creer y hacernos la vida cristiana más cercana, más humana, más acomodada a nuestros sentimientos y a nuestras necesidades. Los cristianos de hoy tenemos una gran tarea, la tarea de convencer a nuestros conciudadanos con la fuerza de nuestras buenas obras de que solamente dando a Dios un culto verdadero y poniendo el corazón en la esperanza de los bienes eternos, podemos los hombres ser justos y felices en este mundo. Muchos de ellos tienen una idea tenebrosa de la Iglesia y de la vida cristiana. A nosotros, que hemos podido contemplar en la persona de María las maravillas de una humanidad según Dios, nos corresponde darles amablemente la visión verdadera para que también ellos se acerquen a Dios y crean en Jesús como maestro de vida y camino de felicidad y salvación. De nosotros depende hermanos que España siga siendo cristiana, que Málaga siga siendo la ciudad de la Virgen María, que las nuevas generaciones, dentro de diez, de veinte años, sigan creyendo en el Dios de Jesucristo y sigan disfrutando de los bienes que nosotros hemos recibido de la fe cristiana. Pedimos muchas cosas a la Virgen, pensemos qué es lo que ella nos pide a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los matrimonios cristianos, a los jóvenes, qué pide a sus cofrades, a sus devotos, a todos nosotros. Como una madre buena y generosa no nos pide nada para ella, sino lo que es bueno para sus hijos más necesitados. “ haced lo que El os diga, no os separéis de la Iglesia de Jesucristo, no os dejéis engañar por los enemigos de Dios, haced el bien a todos, publicad las maravillas de Dios, no dejéis que se apague la luz de Dios en vuestro mundo”. Autor: Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito