X Encuentro Nacional de Hermandades y Cofradías del Dulce Nombre de Jesús (Iglesia del Dulce Nombre de Jesús-Antequera)

Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía con motivo del X Encuentro Nacional de Hermandades y Cofradías del Dulce Nombre de Jesús.
DÉCIMO ENCUENTRO NACIONAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS DEL DULCE NOMBRE DE JESÚS
(Antequera, 18 enero 2025)
Lecturas: Is 62, 1-5; Sal 95, 1-3.7-10; 1 Co 12, 4-11; Jn 2, 1-12.
(Domingo Ordinario II-C)
1.- Celebramos el décimo Encuentro Nacional de Hermandades y Cofradías del Dulce Nombre de Jesús. Acoge este encuentro la “Pontificia, Real e Ilustre Archicofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno y María Santísima de la Paz coronada de Antequera”, coincidiendo con el 157 Aniversario de la consagración de esta iglesia del Dulce Nombre de Jesús, que es su sede, que tuvo lugar un 19 de enero de 1868. En nombre del entonces Obispo de Málaga bendijo la iglesia Mons. Pablo Benigno Carrión, obispo de Puerto Rico.
Hoy bendecimos el nuevo altar, que es símbolo de Jesucristo, que se ofrece en sacrificio para salvar a toda la humanidad. Cristo es Sacerdote, que ofrece al Padre; Víctima, que se ofrece; y Altar, donde se ofrece. Ofrezcámonos también nosotros como oblación al Señor uniéndonos al sacrificio de Jesús en la cruz, que de manera incruenta se celebra y se actualiza en la Eucaristía. El sacrificio de Cristo en la cruz fue sangrienta, cruenta, violenta y dolorosa; mientras que la Eucaristía es un sacrificio incruento.
2.- En el pueblo del antiguo Israel eran los padres quienes solían imponer el nombre de sus hijos, como también suele suceder en nuestra cultura. Pero el nombre de Jesús fue impuesto por el mismo Dios a la Virgen María, a través del ángel Gabriel en la Anunciación: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc, 1, 31).
El significado del nombre Jesús es “Dios salva” o “Dios es salvación”, haciendo referencia a la misión de Jesucristo en la tierra, para salvar a la humanidad del pecado y otorgarle la vida eterna.
Felicitamos a las Hermandades y Cofradías del Dulce Nombre de Jesús que participáis en este Encuentro Nacional. Y os pedimos que promováis la devoción del Nombre de Jesús, porque «no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos» (Hch 4, 12).
El papa Francisco ha impartido su Bendición Apostólica para este Encuentro “con el deseo de que, siguiendo el ejemplo de san Francisco de Asís, tengan siempre este bendito nombre en sus corazones como miel en la boca”.
Una hermosa manera de rezar son las “jaculatorias”, que son oraciones cortas: de alabanza, de adoración, de perdón, de acción de gracias, de petición de bienes. Podéis hacer oraciones cortas con el nombre de Jesús: “Señor Jesus, tened piedad y misericordia de mí”, “Señor Jesús, te quiero”, “Señor Jesús, gracias”.
3.- Desde los primeros siglos los cristianos empezaron a invocar este bendito nombre. Pero la devoción al Dulce Nombre de Jesús se establece en el Concilio de Lyon (1274), cuando el papa Gregorio X dictó una Bula para desagraviar los insultos que se manifestaban contra el Nombre de Jesús.
Las órdenes religiosas de los dominicos y los franciscanos fueron las encargadas de custodiar y extender esta devoción por toda Europa.
Con el nombre “Sociedad del Santo Nombre de Dios” fue fundada en 1430 por Fray Diego de Vitoria en el Convento de San Pablo de Burgos la primera Cofradía del Dulce Nombre de Jesús de España mediante la Bula “El nombre de Jesucristo, Salvador nuestro” (Salvatoris et Nomini Nostri Iesu Christi).
Como fiesta litúrgica se celebró por primera vez en el año 1530, cuando el papa Clemente VII concedió a la Orden Franciscana el privilegio de poder celebrarlo como Oficio propio.
Con posterioridad, en el año 1721, el papa Inocencia VI la estableció como fiesta para toda la Iglesia latina en tiempo navideño, en el segundo domingo después de la Epifanía. San Pío X la trasladó al primer domingo de enero, si no coincidía con la Epifanía; de lo contrario el Nombre de Jesús se celebraba el día 2. Después del Concilio Vaticano II desapareció como fiesta litúrgica; y, finalmente, el papa Benedicto XVI la puso como fiesta fija el día 3 de enero.
4.- El evangelista Juan nos ha narrado con detalle las Bodas de Caná de Galilea, en las que participaban Jesús, su madre y sus discípulos (cf. Jn 2, 1-2), compartiendo la alegría de los novios, que empezaban su nueva vida en común y el encuentro con los amigos.
En una fiesta no puede faltar el vino, que es símbolo de alegría, de fraternidad, de compartir, de generosidad; el vino saca la chispa que crea júbilo y fiesta.
Pero en esas Bodas el vino se terminó; y María, la Madre de Jesús, siempre atenta a las necesidades de los demás, se dio cuenta. Entonces acudió a Jesús, quien parece que no le hizo mucho caso (cf. Jn 2, 3-4); pero ella se dirigió a los sirvientes diciéndoles: «Haced lo que él diga» (Jn 2, 5).
Y Jesús convirtió el agua en vino, renaciendo la alegría en aquella fiesta nupcial. Todos quedaron maravillados por el vino excelente y abundante.
5.- Es muy significativo que el primer milagro de Jesús fuera en una fiesta de boda, para significar que él había venido a desposarse con la humanidad, para llegar al corazón de cada persona en su dimensión más honda, la esponsal, y llenarla de sentido. La relación más profunda entre dos personas es la esponsal. Jesús es el Esposo de la Iglesia y de la humanidad, por quien da la vida.
Jesús ha venido a restaurar lo que el pecado había roto y saciar la sed de inmortalidad del corazón humano. En nuestra sociedad parece que todo termina cuando se dice que se acaba el amor entre los esposos; y la única solución a este fracaso sea rehacer cada cual su propio camino. Pero esta no es la solución, porque el amor no termina. Finalizan, claramente, los deseos, los sentimientos, los gustos, las pasiones, los placeres; pero el amor es eterno; porque el amor es “darse”; no es tomar al otro para el propio placer.
Si Jesucristo está presente en la familia y entre los esposos, se puede recurrir a María para que le diga a su Hijo que “no tienen vino”. Jesús puede sacar el buen vino, para que el amor y la felicidad no acaben nunca. Si el amor primero entre esposos se ha enfriado, puede reavivarse con la petición humilde a Jesús, que ha venido para llenar el corazón humano de gozo y recomponer la dimensión esponsal.
6.- Cristo ha instituido el sacramento del matrimonio por el que los esposos son consagrados por la acción del Espíritu Santo, para amarse mutuamente durante toda la vida con una entrega plena. En ese proceso es preciso cada día renovar el amor, aprender a perdonarse y aceptarse mutuamente.
Jesús ha santificado el matrimonio, cuyas raíces están en la misma creación del ser humano: «Varón y mujer los creó (…) y les dijo Dios: Sed fecundos y multiplicaos» (Gn 1, 26-28), elevando el matrimonio a la categoría de sacramento y significando la unión de Cristo con su esposa la Iglesia, como dice san Pablo: “Este es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia” (Ef 5, 32). Cristo es el verdadero Esposo que se desposó con la Iglesia para siempre y entregó su vida por ella; y continúa entregándose a la Iglesia, cuyos miembros somos nosotros.
Y, aunque os parezca un poco atrevido, teológicamente es cierto que nosotros somos la Esposa de Cristo; y en nuestra relación con Jesús, de Dulce Nombre, hay una relación esponsal. Su amor hacia nosotros es esponsal y el amor con que debemos corresponderle es esponsal; que quiere decir de entrega total.
7.- Para llevar adelante este proyecto los esposos necesitan de la gracia de Dios, porque no son capaces de ello con sus solas fuerzas. Jesús ha venido para hacerlo posible.
Queridos cofrades, mantened la fe bautismal junto con la esperanza y el amor, en esta sociedad que cada vez se aleja más de Dios; que el centro de vuestra vida sea Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios Salvador. Mantened y promoved la devoción al Dulce Nombre de Jesús.
Como María nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga». Y agradezcamos que, en nuestro tiempo, el vino nuevo nos haga recuperar la alegría de la fiesta, el gozo de la familia y la fraternidad de las hermandades. Amén.