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Inmaculada Concepción de la Virgen María (Catedral-Málaga)

Solemnidad de la Inmaculada Concepción en la Catedral // E. LLAMAS
Publicado: 08/12/2024: 151

Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía con motivo de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María celebrada en la Catedral de Málaga.

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

(Catedral-Málaga, 8 diciembre 2024)

Lecturas: Gn 3, 9-15.20; Sal 97, 1-4; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38.

La Inmaculada, obra sublime de la redención

1.- Celebramos con gozo y agradecimiento al Señor la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Hoy queremos contemplarla bajo el prisma de que Ella es obra sublime de la redención.

Según el designio salvífico de Dios, la Inmaculada está necesariamente unida al misterio de Cristo, que es principio, centro y fin de la creación, único mediador y redentor. Sólo se puede comprender a María partiendo de Cristo como Redentor del género humano (cf. S. de Fiores, Teología de la Inmaculada Concepción, en “Nuevo diccionario de Mariología”).

Los textos bíblicos, sobre todo los paulinos, resaltan el primado de Cristo respecto a toda la creación (cf. Col 1, 15.17; Ef 1, 10.21; Jn 1, 1-3), y su misión redentora como cabeza de la Iglesia (cf. Col 1, 18-20; Ef 1,3-14; Rm 8, 3239).

2.- San Agustín ofrece el contexto teológico en el que insertar la figura de la Inmaculada, presentándola como un caso de verdadera redención. El papa Pío IX precisa que María fue preservada del pecado original "en vista de los méritos de Jesucristo, su Hijo y redentor del género humano” (Ineffabilis Deus [1954]), y que fue redimida de modo sublime.

La Inmaculada Concepción es un caso de redención anticipada y perfecta. María, como dice el Concilio Vaticano II: “está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados" (Lumen gentium, 53) y ha recibido plenamente la gracia redentora.

3.- Por todo ello, queridos fieles, el dogma de la Inmaculada Concepción es un capítulo de la doctrina de la redención y su contenido constituye la manera más perfecta y radical de nuestra redención. María es la obra más perfecta y sublime de la redención.

La Virgen Inmaculada no sufrió las consecuencias del pecado original. En el texto del Génesis, que hemos escuchado, Adán y Eva sucumben a la tentación y pecan (cf. Gn 3, 11-13). Y Dios puso hostilidad entre la estirpe de nuestros primeros padres y la del diablo. El nuevo Adán, Cristo, le aplastará la cabeza (cf. Gn 3, 15). Dios puso enemistad entre el demonio y la estirpe humana, redimida por Jesucristo; por eso el ser humano se convierte en la estirpe de los hijos de Dios. ¡Qué gran regalo nos hace la Virgen! Ella aparece en medio de esta singular batalla como la aurora que anuncia la victoria definitiva de la luz sobre la obscuridad; del bien sobre el mal.

4.- Los Santos Padres, según el Concilio Vaticano II, han llamado a la Madre de Dios “toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura” (Lumen gentium, 56). Enriquecida desde el primer instante de su concepción con una santidad singular, la Virgen es saludada por el ángel como «llena de gracia» (Lc 1, 28).

El dogma del pecado original, definido por el concilio de Trento, y el de la Inmaculada Concepción, definido por Pío IX, deben ser considerados de manera unida y complementaria a la vez, porque, desde la analogía de le fe y en la unidad fundamental de los datos revelados, los dos dogmas están directamente entrelazados y recíprocamente verificados.

El misterio de María en su dimensión teológica es un misterio de elección divina, de santidad, de plenitud de gracia y de fidelidad al plan de Dios. Por eso nosotros hoy cantamos al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas (cf. Sal 97, 1) y «da a conocer su victoria» (Sal 97, 2). Aclamemos a Dios con cantos de júbilo (cf. Sal 97, 4) en esta preciosa solemnidad litúrgica de la Inmaculada Concepción.

Hoy es un gran día para toda la humanidad y, por tanto, para cada uno de nosotros; regocijémonos con este regalo de Dios.

5.- Ante el plan maravilloso y misericordioso que Dios le ofrecía, María no puso obstáculos; al contrario, se puso a disposición, desde la humildad, y dio el consentimiento de su fe al anuncio de su vocación.

Ante el anuncio del ángel sobre la maternidad (cf. Lc 1, 31), María se turbó; naturalmente, ¿qué mujer no se hubiera turbado ante un anuncio de este tipo? Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios» (Lc 1, 30). Y María con toda humildad contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). La nueva vida que se originaba en Ella era obra del Espíritu Santo y el fruto era el Hijo de Dios (cf. Lc 1, 35).

El nacimiento humano del Hijo, según el plan salvífico del Padre, requería una mujer de santidad perfecta, reflejo de la santidad divina, que no conociera el pecado; porque Cristo, que venía a redimir el pecado, redimió a su Madre de manera anticipada.

María aparece como la primicia de la salvación, como la estrella de la mañana que anuncia a Cristo, "sol de justicia" (cf. Mal 3, 20); como la primera creatura surgida del poder redentor de Cristo; como la que ha sido redimida en atención a los méritos de su Hijo Jesucristo, Salvador del género humano.

Demos gracias a Dios, queridos fieles, por todo ello y gocemos hoy de esta fiesta de nuestra Madre, la Inmaculada.

6.- Nuestro Seminario celebra también su fiesta en este día. Hoy va a recibir el ministerio del acolitado el seminarista Huberto, procedente de la diócesis de Mongomo (Guinea Ecuatorial), que está acogido en nuestro Seminario; y David recibirá el ministerio del lectorado.

El ministerio de acólito es ejercido fundamentalmente en la liturgia, sobre todo eucarística; y el ministerio de lector está dedicado a la profundización y proclamación de la Palabra de Dios.

Os animo, queridos seminaristas, a leer, escrutar y meditar la Palabra de Dios para proclamarla con sinceridad y verdad. Y a ejercer el ministerio de acólito participando en la sagrada liturgia y penetrando en el misterio eucarístico.

Pedimos al Señor por todos los que se preparan para el ministerio sacerdotal, para que lo hagan con sabiduría y amor; con humildad, como la Virgen; habéis sido llamados a realizar un servicio y no a recibir un “honor” ni un “poder”. La comunidad cristiana os acompañamos con la oración, con el afecto y con la cercanía fraterna.

Y rogamos a la Inmaculada Concepción que nos enseñe a ser humildes, a aceptar la misión que el Señor nos confía y a ser verdaderos discípulos del Señor, a quien damos gracias por el gran regalo de tan delicada y sublime Madre, la Inmaculada Concepción. Amén.

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