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50 aniversario de la parroquia de San Sebastián (Coín)

Templo de San Sebastián, en Coín
Publicado: 30/10/2022: 806

Homilía de Mons. Jesús Catalá durante la Eucaristía con motivo del 50 aniversario de la parroquia de San Sebastián (Coín)

50 ANIVERSARIO DE LA PARROQUIA DE SAN SEBASTIÁN

(Coín, 30 octubre 2022)

Lecturas: Sb 11, 22 – 12, 2; Sal 144, 1-11.13-14; 1 Pe 2, 4-9; Lc 19, 1-10.

(Domingo Ordinario XXXI-C)

1.- Cincuentenario de la parroquia

Celebramos esta Eucaristía como acción de gracias a Dios por el Cincuenta Aniversario de la creación de esta parroquia de San Sebastián en Coín.

La parroquia fue erigida canónicamente en 1968 por el Obispo de Málaga, Mons. Emilio Benavent Escuin, siendo el primer párroco, como ya se ha descubierto en la placa conmemorativa, D. José Burgos Quintana. El nuevo templo de San Sebastián se inauguró en 1972 por Mons. Ángel Suquía.

Agradecemos la labor pastoral de todos los párrocos que han regentado esta parroquia desde sus comienzos: D. José Burgos Quintana (1968-1974); D. Manuel Larrubia Sánchez, que nos acompaña hoy aquí (1974-1988); D. Miguel De los Ríos Cano (1977-1983); D. Francisco Molina Cabrillana (1988-2010); D. José-Antonio Melgar Muriana (2010-2014); D. Maiquel Hernández Montero, que también nos acompaña hoy (2014-2017); D. Juan-Manuel Báez Zambrana, presente también en esta celebración (2017-2020); y D. Antonio-José Acurero Valbuena, que actualmente ejerce su ministerio como párroco vuestro desde 2020.

A todos vosotros, queridos párrocos: ¡muchas gracias! Dedicasteis este tiempo entregando vuestra vida por esta parroquia, por esta feligresía, por estos fieles de Coín.

Y damos gracias a todos los feligreses que formáis y han formado parte de esta comunidad cristiana durante estos años, compartiendo la fe y dando testimonio de su amor al Señor y a los hermanos.

2.- Cristo, piedra angular 

Hemos escuchado la primera carta que escribe san Pedro a toda la Iglesia, en la que compara a la Iglesia como una construcción. Podemos pensar que la Iglesia es como un templo. 

Jesús es la roca viva y la piedra angular (cf. 1 Pe 2, 4.7); aquella piedra firme donde se asienta todo el edificio. Si se quita esa piedra se cae el edificio. Porque Jesús se ha encarnado siendo Dios y ha asumido la naturaleza humana; se ha hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. 

Este Jesús es el que ha querido fundar e instituir la Iglesia. Es la Iglesia de Cristo, una, única, universal; por tanto, católica.

Y Jesús escogió a los doce apóstoles que son como los doce basamentos o fundamentos del edificio, asentados sobre esa roca.

Hay un pasaje del Evangelio (cf. Mt 7, 24-27) en el que el mismo Jesús invita a sus oyentes a ser como una casa construida sobre roca que, aunque vengan lluvias, vientos, torrentes, la casa está bien asentada y no se cae. Porque cuando se construye una casa sobre arena o sobre tierra cualquier lluvia o viento recio o tormenta puede arramblar con toda la casa.

Nos está invitando a que pongamos nuestra vida fundamentada en Él. A que formemos parte de la construcción, del edificio hermoso que es la Iglesia.

3. Los cristianos, piedras vivas

Pedro nos invita a ser piedras vivas, a formáis parte de la construcción, cuya piedra angular y arquitecto es Cristo (cf. 1 Pe 2, 5). Los apóstoles y sus sucesores, los obispos, son los basamentos. Y cada uno forma parte de este hermoso edificio: «También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 Pe 2, 5). 

Pero, ¿qué le ocurre a una piedra viva que entra a formar parte de un edificio? Si habéis visto algún edificio construido de piedra, podéis apreciar que la piedra la sacan de la cantera. Al ser redondas o puntiagudas no encajarían en la construcción. ¿Qué es lo que tiene que hacer el cantero para que una piedra encaje en la construcción de un edificio de piedra? El cantero coge el cincel y el martillo y comienza a quitarle lo que sobra. Hace la piedra rectangular, cuadrada o redonda, pero la tiene que trabajar, cortar y labrar. De ese modo encaja donde tenga que ponerla.

El Espíritu Santo hace con nosotros lo mismo. Para que seamos piedras vivas nos tiene que encajar en el sitio que Él quiere ponernos; no donde queramos ponernos nosotros. A todos nos gustaría ser la piedra labrada a cara vista, preciosa, que todo el mundo contempla. Pero tiene que haber piedras debajo, en los fundamentos, en el suelo, que las pisemos, y otras piedras escondidas que tampoco se ven. Cada una tiene que estar en un sitio.

El Espíritu Santo, que es quien construye la Iglesia, va asignándonos a cada cual la misión que tiene en la Iglesia. Por el bautismo todos tenemos una misión: la que nos da el Señor. Unos sois padres de familia, otros sois trabajadores sociales, otros sois educadores, otros sois políticos, otros sois maestros... Cada uno tiene una misión en la sociedad y en la Iglesia.

Hemos de ser fieles a lo que el Señor nos pide y si para hacer esa misión el Espíritu nos tiene que recortar cosas que sobran, hemos de permitírselo. Que no nos duela cuando el Espíritu nos encaje para colocarnos, para que asumamos nuestro lugar en la sociedad y en la Iglesia. Todos tenemos una misión y nadie debe quedar fuera de la construcción; todos debemos formar parte. 

En la comunidad parroquial sucede lo mismo. Hablamos de la Iglesia universal, pero esto mismo se aplica a la comunidad parroquial. El párroco tiene una misión. Y cada uno de los bautizados tiene una misión propia, que no se la da el sacerdote, sino el Espíritu Santo en el bautismo. Te toca ser testigo, porque eres cristiano, porque has sido bautizado, porque has recibido una misión, la de hacer presente el amor de Cristo. Y eso es propio de cada uno de nosotros.

Después hay otra serie de funciones en la comunidad parroquial, que naturalmente hay que hacer: unos catequizan, no solamente a sus hijos sino a los hijos de otras personas; otros ofrecen su voz y su canto para solemnizar la eucaristía, el coro; otros visitan enfermos. Cada uno tiene una tarea propia. Es importante que esta tarea la asumamos cada uno delante del Señor.

Señor, ¿tú qué me pides en esta sociedad que está alejada de Dios? ¿Qué me pides para que mis paisanos y mis contemporáneos puedan conocerte y puedan encontrarte?

4.- La mirada de Jesús a Zaqueo

El Evangelio de san Lucas nos narra hoy el encuentro de Zaqueo con Jesús. Atravesando la ciudad de Jericó, «un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura» (Lc 19, 1-3). 

Hay que recalcar el encuentro entre los dos personajes: Jesús de Nazaret y Zaqueo. Pero es Jesús de Nazaret quien va en busca de Zaqueo y no es al revés. Zaqueo podía haber ido a ver a Jesús en otras ciudades, en Jerusalén o en la Galilea. Sin embargo, Zaqueo estaba en su pueblo, Jericó. Y cuando Zaqueo se entera que Jesús está en Jericó es cuando le entran deseos de verle.

Es Jesús quien viene a nuestro encuentro; es Jesús quien ha venido a Coín a través de otros testigos, vuestros antepasados que os trasmitieron la fe. Llegó Jesús aquí para encontrarse con cada uno de vosotros. Después, cuando viene el Señor a uno le dan ganas de ir a verlo y de encontrarse con Él.

Zaqueo, al ser pequeño, se sube a un árbol. Dice el texto bíblico que se subió a un sicomoro, que es una especie de higuera. Jesús llega a aquel sitio y Zaqueo está encima de la higuera esperando que pase Jesús. ¿Y si no hubiera pasado y hubiera ido por otro sitio? ¿Se hubieran encontrado? Probablemente no.

Cuando Jesús pasa por debajo de la higuera levanta los ojos y mira a Zaqueo. La mirada de Jesús es siempre mirada de amor, de cariño; y le dice: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (Lc 19, 5). Jesús nuevamente toma la iniciativa. No es Zaqueo el que invita a Jesús a ir a su casa.

5.- Bajar de la higuera como Zaqueo

¿Qué tipo de encuentro que tenemos con Jesús? Es Él quien nos invita; es Él quien sale a nuestro encuentro. Es Él quien quiere entrar en nuestra casa; es decir, dentro de nosotros. En este caso viene a nosotros, pero no en persona, sino sacramentalmente en la eucaristía. Toda eucaristía es un encuentro con Cristo. 

Permitidme una disertación a propósito de la higuera. En español tenemos un refrán que dice: «Este está en la higuera». ¿Qué quiere decir que «está en la higuera»? Pues que no sabe dónde está; que está despistado; que no aterriza y no tiene los pies en el suelo.

Muchas veces nosotros estamos «en la higuera», pero no como la de Zaqueo, sino en la higuera metafórica. No somos realistas; vamos detrás de los sonidos cautivadores, que nos presenta la sociedad; de los cantos de sirena que nos encantan y nos alejamos del Señor. Nos despistamos de Él; nos vamos y nos alejamos; no tocamos suelo y no nos encontramos con Jesús. 

Hoy, en esta celebración de acción de gracias de los cincuenta años de la parroquia San Sebastián, el Señor nos invita a que bajemos de nuestra higuera; es decir, que dejemos ciertas teorías e ideologías y ciertas modas que nos apartan de Dios. Porque el Señor quiere entrar en nuestra casa y hemos de permitirle que entre. Su encuentro es benefactor y es transformador. 

6.- La conversión de Zaqueo

Cuando Zaqueo se encuentra con Jesús queda transformado. Parece ser que Zaqueo, tal como lo dice el texto, era rico; y parece ser que «tocaba el arpa», porque él mismo lo reconoce; es decir, que se había enriquecido de una manera no honesta. 

Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más» (Lc 19, 8).

La conversión de Zaque es verdadera. Sabéis que la ley obligaba al que robaba a devolver lo robado; pero no le obligaba a devolver cuatro veces más. Zaqueo se convierte de veras y dice que lo que había robado lo iba a devolver cuatro veces más.

Nosotros, si hemos estado en la higuera; es decir, si nos hemos apartado del Señor por teorías, modas, formas de vivir de nuestra sociedad que no es cristiana, tenemos que decirle: “Señor, yo quiero encontrarme contigo y volver a vivir como tú me pides. Quiero dejar esas cosas que no me dan felicidad, sino que me dejan más vacío que antes y vivir como tú me propones”.

Jesús le dijo a Zaqueo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 9-10). Pues también a mí me gustaría que, al salir de esta misa, de este encuentro con el Señor, Él pudiera decir igualmente de nosotros: «He venido a salvar lo que estaba perdido». Y que nos hayamos convertido como Zaqueo al Señor.

¿Queda la invitación clara? La invitación no es mía, sino del Señor y así lo cuenta Lucas en su Evangelio. El Señor ha venido a encontrarse con nosotros porque nos ama y porque quiere salvarnos. Y quiere que cambiemos de vida, porque tal vez la que llevamos no está en la línea y en el sentir del estilo de Jesús.

Nuestro patrón san Sebastián dio la vida por Jesús; entregó su vida entera y hoy lo honramos como santo patrón. La Virgen hizo lo mismo. 

Vamos a pedirle, tanto a la Virgen como a san Sebastián, que nos ayuden con su intercesión a hacer como hicieron ellos; a convertir nuestra vida, a acercarnos más a Jesús, a encontrarnos con Él y que ese encuentro sea para nosotros un gozo y un cambio, una conversión en nuestra vida.

Que ellos también nos ayuden a dar gracias por estos cincuenta años de la parroquia. Que así sea.

 

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