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Epifanía del Señor (Catedral-Málaga)

Detalle de la Adoración de los Magos de Antonio Vivarini (Gemäldegalerie de Berlín)
Publicado: 06/01/2024: 11456

Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía con motivo de la solemnidad de la Epifanía del Señor celebrada en la Catedral de Málaga el 6 de enero de 2024

EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 6 enero 2024)

Lecturas: Is 60, 1-6; Sal 71, 1-2.7-8.10-13; Ef 3, 2-3.5-6; Mt 2, 1-12.

La humanidad se postra ante el Señor

1.- Los pueblos descubren la luz del Señor                                     

En la fiesta litúrgica de la Epifanía celebramos la manifestación de Jesucristo a todos los pueblos, a los que ilumina con su luz.

El pueblo de Israel es llamado por el profeta Isaías a levantarse ante la luz que llega: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60, 1).

Las gentes de todas las épocas han vivido en la oscuridad, fruto del pecado y de la lejanía de Dios: «Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos» (Is 60, 2). Pero existe la gran esperanza de la presencia de Dios en medio de su pueblo: «Sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti» (Is 60, 2). De ese modo todos los pueblos y todas las gentes del mundo, incluidos nosotros, podemos caminar a la luz que nos llega del cielo (cf. Is 60, 3).

La fiesta de la Epifanía es la manifestación de Dios a toda la humanidad, a todas las razas, a todas las gentes y en todas las épocas. Es necesario recuperar el sentido de esta hermosa fiesta sin desplazarla de su propio centro. Los protagonistas de esta fiesta no son los Reyes Magos, sino la manifestación o Epifanía del Señor. La Luz que nació en Belén, Cristo, y que ilumina a todo hombre; esa Luz no podía quedar aprisionada ni siquiera en una religión nacional o en un grupo étnico; La Luz de Cristo tenía que brillar en el firmamento universal, para encender la esperanza de todos los hombres y alumbrar a los buscadores de la Verdad, como los Magos.

2.- La humanidad peregrina buscando a Dios

El profeta Isaías contempla la acción salvadora de Dios, visualizada en una gran peregrinación de los pueblos y de sus reyes dirigiéndose a Jerusalén, ciudad del gran Rey y Señor, que es nuestro Dios: «Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen hacia ti» (Is 60, 4).

La visita de un rey siempre iba acompaña de la ofrenda de los dones propios del país de donde procedía: «Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá. Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor» (Is 60, 6).

Se trata de una imagen que significa la universalidad de la acción salvadora de Dios. Nuestra colaboración al proyecto de Dios debe tener dos características: generosidad y universalidad. El Señor espera que le ofrezcamos lo que Él nos ha regalado previamente: nuestras cualidades y facultades, nuestros buenos deseos y propósitos, nuestro testimonio de amor, nuestro tiempo, nuestras personas, incluidos nuestros pecados, para que Él los perdone y los transforme.

3.- Los pueblos adoran al Hijo de Dios

En el Evangelio hemos escuchado que unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2, 2).  Suponían que un rey tendría que nacer en un palacio real y se pusieron en camino para tener un encuentro personal con el Dios verdadero.

En Jesús, Dios se manifiesta como el Dios de toda la humanidad; y no solo de un pueblo, de una raza o de una religión. Los primeros cristianos provenientes del paganismo estaban agradecidos, porque se reconocían en los Magos.

Estos personajes se convierten en modelos de vida cristiana. Desde su actitud de búsqueda, oteando los cielos y buscando signos, abiertos a la Verdad, abandonan sus certezas y seguridades y se ponen en camino, para adorar al Dios que aún no conocen.

Peregrinos, itinerantes de la verdad y de la fe, preguntan, investigan y, finalmente, se postran ante el Rey de cielos y tierra, para adorarle y ofrecerle sus dones. Esa es la actitud que nos pide la fiesta de la Epifanía: Salir de nosotros mismos para buscar a Dios. Él nos espera antes de que empecemos a buscarle.

Los Magos nos muestran un estilo dinámico de vivir la fe: En camino, en sinodalidad, en comunidad, eclesialmente, buscando y rastreando la presencia de Dios, abiertos para escuchar y obedecer su palabra y ofrecerle, con libertad y alegría, lo que somos y tenemos.

4.- Dificultades en el camino   

Pero los Magos encuentran muchas dificultades en su camino. Van al palacio del rey, porque suponen que un rey debe nacer en un palacio, como hemos dicho. Pero allí pierden de vista la estrella y sufren la tentación del engaño de Herodes, quien muestra interés por el niño; pero no para adorarlo, sino para eliminarlo; porque considera al recién Niño-Dios como un rival (cf. Francisco, Homilía en la Epifanía del Señor, Vaticano, 6.01.2015). Los Magos no encuentran a Dios en un palacio; y nosotros, ¿dónde lo buscamos?

Cuando retoman el camino los Magos, vuelve a aparecer la estrella; y se llenan de una «inmensa alegría» (Mt 2, 10). La estrella guía a los Magos hasta donde está el niño (cf. Mt 2, 9). Pero aquí aparece otra tentación: la de rechazar al Mesías por verlo tan pequeño y tan frágil. Esperaban adorar a un gran rey y se encuentran con un niño frágil, recién nacido en un establo.

A nosotros también nos cuesta encontrar la presencia de Dios en un niño en el seno materno y algunas madres se deshacen de su hijo no-nacido. Nos cuesta encontrar la presencia de Cristo en un niño pequeño, en un enfermo, en una persona débil y anciana, en una persona en estado terminal y como nos molesta la eliminamos. ¡No rechacemos a Cristo en las personas débiles y frágiles!

A los Magos les costó encontrar al Rey que buscaban y reconocerlo en el Niño-Jesús. Sin embargo, entran y cayendo de rodillas lo adoran y, «abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra» (Mt 2, 11).

La fiesta de hoy, queridos hermanos, nos invita a ser testigos del Dios vivo, convirtiéndonos, a nivel personal y comunitario, en estrellas de paz que conduzcan a los hombres a Belén, donde se encuentra la Verdad, la Paz y el Amor. Hemos de ayudar a otros a que encuentren a Jesús, donde no parece que está.

Agradecemos a Dios su llamada a la fe, a la esperanza y al amor. Y pedimos a la Virgen María que nos acompañe en nuestra peregrinación en busca de Dios, para ser después testigos valientes en esta sociedad que nos ha tocado vivir. Amén.

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