DiócesisHomilías Ordenación de diáconos (Catedral-Málaga) Ordenación diaconal de Aaron Benzaquen, Santiago Bremermann, Eduardo Muñoz, Rafael López y Juan Manuel Caracuel // E. LLAMAS Publicado: 23/10/2021: 726 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, durante la Eucaristía celebrada en la Catedral de Málaga el 23 de octubre de 2022 con motivo de la ordenación de diáconos ORDENACIÓN DE DIÁCONOS (Catedral-Málaga, 23 octubre 2021) Lecturas: Rm 8, 1-11; Sal 23, 1-6; Lc 13, 1-9. 1.- San Pablo plantea en su carta a los Romanos la contraposición entre la ley del pecado, que trae como fruto la muerte, y la ley del Espíritu, que da vida en Cristo Jesús y libera de la muerte (cf. Rm8, 2). Dios ha enviado a su Hijo en semejanza de carne de pecado para condenar y vencer el pecado. Lo que no podía hacer la ley, debilitada por la carne, lo ha hecho Dios (cf. Rm 8, 3), que nos ha curado. Damos gracias al Señor que nos ha salvado de nuestro pecado y de la muerte merecida. Cristo nos ha liberado de las propias cadenas que nos atan a la esclavitud: «Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud» (Gal 5, 1). La exhortación del apóstol Pablo es que nos mantengamos en la libertad regalada, para no caer de nuevo en la esclavitud. Se trata, pues, de un don que hay que cuidar: «Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia» (Rm 8, 10). Queridos candidatos al diaconado, Aarón, Santiago, Juan Manuel, Rafael y Eduardo, esta es una de las verdades que debéis predicar en vuestro ministerio; y que también estáis invitados a vivir en la propia existencia. ¡Vivid en la libertad de los hijos de Dios, que Cristo nos ha conquistado para nosotros! ¡Responded con firmeza a la llamada de Dios a servir a la Iglesia; y no volváis la vista atrás! Él os ha llamado y habéis respondido afirmativamente. ¡Adelante, pues, hasta el final, hasta la eternidad! 2.- El rito de la ordenación diaconal pone de relieve el servicio del altar. A partir de ahora vuestro servicio será diferente al de los fieles no ordenados. Por una parte, representaréis al pueblo fiel, ayudándole a unir la oblación de su vida a la ofrenda de Cristo en el sacrificio eucarístico; y por otra, serviréis, en nombre de Cristo mismo, a hacer partícipe a la Iglesia de los frutos de su sacrificio (cf. Directorio para los diáconos permanentes, 28). ¡Amad ardientemente la eucaristía, a la que quedan asociados desde hoy vuestro servicio y vuestra vida! La eucaristía es la mayor expresión del “amor hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1), que Cristo nos dejado. ¡Alimentad vuestro amor a Dios y a los hermanos con este Pan de vida eterna! ¡Y sed dignos distribuidores de tan preciado manjar! Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1570): “Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios, sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad (cf. Lumen Gentium, 29; Sacrosanctum Concilium, 35,4; Ad gentes,16)”. Es un buen programa para vuestro ministerio. 3.- En el evangelio de hoy se nos narra la parábola de la higuera, que no daba fruto (cf. Lc 13,6); esto va por todos. El dueño quiso cortarla para que no empleara terreno en balde (cf. Lc 13,7). Pero el viñador respondió: «Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol» (Lc 13,8). El servidor de la viña intercede incluso por los árboles que no dan fruto y se empeña en cuidarlos con esmero. La parábola nos alienta a seguir sirviendo a todos los fieles, queridos diáconos y sacerdotes, aunque nos parezca que algunos no dan fruto. Queridos nuevos diáconos, servid con dedicación y esmero a todo el pueblo de Dios. No nos corresponde a nosotros conocer la actitud interior de los fieles; tampoco nos corresponde juzgarlos; nos toca solo cuidarlos con amor, al estilo de Jesús. En la oración de ordenación vamos a pedir a Dios por vosotros para que resplandezca “un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos (…) Perseveren firmes y constantes con Cristo (…), que no vino a ser servido, sino a servir” (Pontifical Romano – Ordinación de Diáconos, 207). 4.- A invitación del papa Francisco hemos iniciado el proceso del Sínodo de los Obispos, cuya Asamblea tendrá lugar en octubre de 2023, con el título: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Todos estamos llamados a participar en este proceso. Queridos candidatos al diaconado, vosotros iniciáis vuestro ministerio de la mano de este proceso eclesial. Sois ordenados al inicio de este proceso, que debe marcar todo vuestro ministerio futuro, también el presbiteral. Debéis interiorizar y asumir en vuestro nuevo ministerio estos tres términos: comunión, participación y misión, que son el núcleo de la vida de la Iglesia. Ella existe para evangelizar; la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; tarea que los cambios profundos de la sociedad hacen más urgente (cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14; 59; papa Francisco, Evangelii gaudium, 14; 20). La Iglesia cumple su misión viviendo el misterio de Dios en comunión, asumiendo la corresponsabilidad participativa de todos los fieles cristianos, que son sus miembros, 5.- Dos términos definen la realización del proceso eclesial como ejes espirituales y metodológicos de nuestra reflexión: sinodalidad y discernimiento. La sinodalidad es el estilo y la estructura de la Iglesia. “Caminar juntos” realiza y expresa la naturaleza de la Iglesia como pueblo de Dios peregrino y misionero. El Señor Jesús se presenta a sí mismo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). La sinodalidad es un estilo de vivir comunitariamente la fe, propio de la Iglesia. El discernimiento eclesial se hace invocando al Espíritu Santo, para que nos ayude a descubrir la voluntad del Señor, a la luz de la fe. El discernimiento nos pide mirar la realidad con los ojos de quienes son discípulos misioneros de Jesucristo. Se trata de la doble escucha del Señor y de los deseos y gemidos de nuestros contemporáneos. Para ello, hemos de reavivar el encuentro personal con Él que nos llena de luz, de fortaleza y de esperanza. El discernimiento no es una moda, ni solo una metodología; sobre todo es una actitud interior que tiene su raíz en el acto de fe (cf. papa Francisco, Gaudete et exsultate, 166); y consiste en intentar descubrir a nivel personal y comunitario el plan de Dios, su voluntad y su llamada a ser discípulos misioneros. Esta tarea es para todo fiel cristiano y, de modo especial, la asumís hoy vosotros, queridos nuevos diáconos, con vuestro ministerio. La liturgia de hoy nos ofrece la figura de san Juan de Capistrano, presbítero, en cuyo tratadode «Espejo de los clérigos» (Parte 1, Venecia 1580, 2) dice: “La vida luminosa de los clérigos virtuosos y justos ilumina y serena, con el fulgor de su santidad, a todos los que la observan”. Sea así nuestra vida, para que ilumine a quienes servimos en el ministerio. Pedimos a la Santísima Virgen María que nos acompañe en el camino sinodal y en el discernimiento de la voluntad de Dios, que Ella aceptó siempre con prontitud y agrado. Amén. 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