DiócesisHomilías

Reunión de la Comisión Interdiocesana del Movimiento de Vida Ascendente de Andalucía y Murcia (Casa Diocesana-Málaga)

Casa Diocesana Málaga
Publicado: 05/10/2021: 579

Homilía de D. Jesús Catalá durante la Eucaristía celebrada en Casa Diocesana Málaga durante la reunión de la Comisión Interdiocesana del Movimiento de Vida Ascendente de Andalucía y Murcia

REUNIÓN DE LA COMISIÓN INTERDIOCESANA DEL MOVIMIENTO DE VIDA ASCENDENTE DE ANDALUCÍA Y MURCIA

(Casa Diocesana-Málaga, 5 octubre 2021)

Lecturas: Dt 8, 7-18; Sal: 1Cro 29, 10-12; 2 Co 5, 17-21; Mt 7, 7-11.

(Témporas de acción de gracias y de petición)

1.- Agradecer los bienes que Dios nos regala.

Hoy celebra la Iglesia las Témporas de acción de gracias y petición. Como toda bendición es una acción de gracias, bendecimos a Dios, alabamos a Dios, le damos gracias y, al mismo tiempo, le pedimos que siga bendiciéndonos.

La fiesta litúrgica de hoy se puede celebrar en un solo día, hoy, o en tres días. El primer día es acción de gracias, el segundo es de petición de perdón y el último es petición de nuevos bienes.

Esta fiesta tiene sus orígenes en el antiguo pueblo de Israel, cuando éste fue introducido en la tierra prometida después de haber salido de Egipto y atravesado el desierto. Una vez se encuentra en la tierra que tiene bienes que él no ha cultivado (cf. Dt 8, 7-9), el pueblo da gracias a Dios de todo ese proceso de crecimiento, de maduración, de salvación que el Señor ha hecho con él (cf. Dt 8, 10).

El libro del Deuteronomio recordaba al pueblo que no debía olvidar al Señor que lo había salvado y le había regalado los bienes prometidos; más aún, debía observar los preceptos, mandatos y decretos que le daba (cf. Dt 8, 11).

El autor le advertía que no debía engreírse su corazón y olvidarse de Dios, pensando que su vida era fruto de su esfuerzo (cf. Dt 8, 17), pues es el Señor quien regala todo (cf. Dt 8, 12-16).

A nosotros nos advierte y nos anima en esta fiesta, en primer lugar, a dar gracias a Dios por la vida, –en Vida ascendente ya una vida larga–, por tantos beneficios que hemos recibido del Señor, y a no engreírnos de las grandes y hermosas cosas que hemos hecho, porque en realidad ha sido el Señor quien nos ha permitido hacer esas cosas.

Todo es gracia, todo es don de Dios. Incluso las cosas buenas que hemos hecho a lo largo de la vida, las agradecemos a Dios porque Él nos lo ha permitido hacer.

Ello nos lleva a dar gracias a Dios; y debemos hacerlo con humildad y sin enorgullecernos de lo que hemos hecho, de lo que hemos sido, de lo que hemos programado, de lo que hemos conseguido; sin engreírnos, con sencillez, como la Virgen María. Ella no iba diciendo que era la madre del Señor, la madre del Mesías. Vivía su maternidad en silencio agradecido a Dios, apoyando a su Hijo en todo lo que podía.

Por eso el Señor nos invita hoy a bendecirlo, a cantarle su poder, su gloria y a darle gracias.

2.- Dejarnos reconciliar con Dios.

San Pablo nos exhorta a dejarnos reconciliar con Dios por medio de Cristo (cf. 2 Co 5, 18); de ese modo recibimos el perdón de nuestros pecados y se restituye nuestra relación con el Señor.

El único que reconcilia a la humanidad con Dios es Jesucristo. Él es el único Mediador, el único Salvador, no hay otro a través del cual podamos salvarnos. No hay otro puente entre la humanidad y Dios, no hay otro camino.

Jesucristo no nos indica el camino, –como los indicadores de las carreteras–; no nos indica el camino hacia el cielo; no es un simple indicador, sino que Él es el camino. Quien no recorre su vida con Él, no va a ningún sitio.

Él, que nos reconcilió con Dios Padre, dio a los apóstoles (cf. 2 Co 5, 18), a sus sucesores y a los sacerdotes el ministerio de reconciliar (cf. 2 Co 5, 20). La confesión de los pecados la hacemos a través del ministerio sacerdotal. Los sacerdotes y los obispos también nos confesamos; no nos auto-confesamos, tenemos que pedir perdón a Dios a través de otro sacerdote.

Todos hemos escuchado muchas veces esa expresión que dice: “yo me confieso con Dios”. Uno puede hacer lo que quiera, pero la certeza de que Dios nos ha perdonado solo la tenemos cuando escuchamos las palabras del sacerdote: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo»; porque no perdona el sacerdote, sino que perdona Cristo. En esos momentos, el sacerdote representa a Cristo, por eso el sacerdote no dice: “Cristo te perdona los pecados”, sino que dice: «Yo te perdono», porque habla Cristo por él.

Esa reconciliación, ese perdón de los pecados, lo necesitamos porque somos pecadores. El tiempo de Témporas es propicio para hacer la reconciliación con Dios, pidiendo perdón de nuestros pecados.

Somos pues, los sacerdotes, instrumentos de reconciliación, de amor, de perdón y de misericordia de Dios. Pero somos simplemente instrumentos que necesitamos, a su vez, a otros sacerdotes para recibir el mismo perdón.

3.- Pedir y llamar.

El Señor en el evangelio nos ha dicho: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7). Este es el tercer aspecto de las Témporas. Primero es acción de gracias; segundo, petición de perdón; y tercero, seguimos pidiendo a Dios que nos bendiga y que siga dándonos sus dones, sus bienes, su amor, su perdón, su misericordia, porque lo necesitamos.

El Señor pone como ejemplo el cuidado de los hijos por sus padres: «Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente?» (Mt 7, 9-10). Pues si nosotros que somos humanos y pecadores damos lo que necesitan a nuestros hijos, ¡cuánto más nuestro Padre del cielo nos va a dar lo que necesitamos! (cf. Mt 7, 11).

Ahora bien, atención a lo que pedimos, porque si pedimos algo que no nos va a hacer bien espiritualmente, el Señor no nos lo va a conceder. Somos más pedigüeños que agradecidos. Pedimos mucho, pero tenemos que plantearnos si lo que estamos pidiendo a Dios es para nuestro bien, para nuestra vida espiritual y para la eternidad, para la felicidad eterna, porque, a lo mejor, estamos pidiendo algo que Él no nos va a conceder porque, en su proyecto y en su plan, tiene unas cosas que no están en nuestros proyectos, ni en nuestros planes.

Si decimos en el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad», no podemos decir a continuación: “Señor, haz mi voluntad. Te pido que...”, y ahí ponemos una serie de peticiones que, a lo mejor, no tenemos que hacerlas.

4.- Vida Ascendente de Andalucía y Murcia.

Me alegra mucho que estéis aquí y que tengáis este encuentro del Movimiento de Vida Ascendente. Sois personas ya con mucha experiencia y con gran madurez. Habéis vivido una larga vida. No todos llegan a vuestra edad; hay mucha gente que se queda en el camino con corta edad Y, por eso, nos enfadamos con Dios. Pero, ¿y si el Señor para ese joven, que ha muerto con pocos años, tenía ese proyecto de vida y Él quería llevárselo ya consigo a la eternidad? ¡Quiénes somos nosotros para pedir cuentas al Señor!

Seamos agradecidos y vosotros, con vuestra experiencia de fe y de maduración humana, podéis ayudar a otras personas a que sepan caminar por la vida con esa prudencia y con ese saber que vosotros tenéis.

Nuestra sociedad en general rechaza a los mayores, los quita pronto de los cargos, de las empresas, de la política, de la toma de decisiones… Otras sociedades han utilizado siempre a los más ancianos, a los más sabios, a los más prudentes, para gobernar a los pueblos y no les ha ido mal. Nuestra sociedad arrincona a las personas que cree que no son tan útiles; pero los mayores sois muy útiles. No todo está en producir cosas materiales o en hacer negocio; hay valores en la vida humana que son mucho más profundos y más valiosos que la simple producción de los bienes materiales. No hace falta construir coches o electrodomésticos para ser útiles a la sociedad.

Un consejo vuestro, una oración vuestra, un gesto vuestro puede ser mucho más importante que la producción de bienes materiales en cadena. Tenéis una gran tarea no sólo en la Iglesia como creyentes, como educadores de la fe de vuestros nietos o hijos, sino también en la sociedad. Porque es una sociedad que necesita el testimonio de los creyentes, de personas de fe que pongan un poco de luz en tanta ceguera como hay, un poco de luz en la oscuridad. Eso podéis hacerlo vosotros perfectamente y es vuestra tarea. No renunciéis a ello.

Os animo a que cada uno, donde esté, ponga como una pizca de sal, como dice Jesús: «Sois la sal de la tierra y la luz del mundo» (cf. Mt 5, 13-16). Poned esa pizca de sal y esa pequeña luz que ilumine algo más esta sociedad tenebrosa.

Vamos a pedir al Señor que nos ayude en esa tarea. Le damos gracias y le pedimos que nos siga bendiciendo en este curso pastoral que, en nuestro hemisferio, comenzamos en esta época del año.

Y pedimos a la Virgen María, que fue la Madre del Señor sin ufanarse, que estuvo callada, pero sabía estar ayudando a los apóstoles, a los discípulos, manteniéndoles la esperanza, la llama de la fe, el amor, la alegría. Pedimos a Ella que nos ayude a ser fieles como Ella lo fue. Que así sea.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo