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Funeral del Rvdo. Francisco Ruiz Fernández (Parroquia de San Andrés Apóstol-Torre del Mar)

Francisco Ruiz Fernández
Publicado: 13/08/2022: 663

Homilía pronunciada por Mons. Jesús Catalá el 13 de agosto de 2022 en la parroquia de San Andrés Apóstol de Torre del Mar. durante el funeral del Rvdo. Francisco Ruiz Fernández

FUNERAL DEL RVDO. FRANCISCO RUIZ FERNÁNDEZ

(Torre del Mar, 13 agosto 2022)

Lecturas: Ez 18, 1-10.13b.30-32; Sal 50, 12-15.18-19; Mt 19, 13-15.

1.- El juicio justo de Dios 

Queridos hermanos, se han proclamado hoy las lecturas que la liturgia nos ofrece en este tiempo ordinario del sábado de la semana diecinueve. La Palabra de Dios resuena siempre en nuestros corazones de manera nueva y estimulante.

El pueblo de Israel pensaba que las culpas y pecados de los padres cargaban sobre los hijos: «Los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera» (Ez 18, 2). Era un proverbio asumido, una idea aceptada.

Pero Dios estaba en contra de ese parecer y revela a través del profeta que cada cual recibiría premio o castigo según su propia conducta (cf. Ez 18, 5-8): «si se comporta según mis preceptos y observa mis leyes, cumpliéndolas fielmente: ese hombre es justo, y ciertamente vivirá» (Ez 18, 9); pero si comete contra su prójimo malas acciones morirá y será responsable de su propia muerte (cf. Ez 18, 13).

Aquí hay que entender el término “muerte” de dos maneras: la primera se refiere a la muerte temporal, por la que todos tenemos que pasar y que nuestro hermano Francisco acaba de traspasar hacia la eternidad; y la otra acepción se refiere a la muerte eterna, que consiste en vivir alejado de Dios para siempre y es la muerte que debemos temer. 

2.- Examen sobre el amor

La muerte temporal de nuestro hermano Francisco, sacerdote, nos recuerda el juicio de Dios sobre nuestra vida, que marcará para nosotros la vida eterna o la muerte eterna. Seremos juzgados según nuestros propios actos personales. Ciertamente tenemos una corresponsabilidad como seres humanos, como creyentes, como familias, como parroquianos, como miembros de la Iglesia; pero es cierto que cada uno de nosotros somos los responsables de nuestras acciones.

Y como dice san Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida, te examinarán del amor”. No nos examinarán de los proyectos que tenemos previstos, ni de ideas fabulosas, ni de si hemos conseguido lo que el mundo aprecia: honores, títulos, poder. Se nos va a examinar solo de cómo hemos vivido el amor. La vida del sacerdote Francisco nos puede ayudar a examinarnos sobre cómo estamos viviendo el amor.

3.- Invitados a vivir en la eternidad

Estamos todos llamados a vivir en la eternidad. El profeta Ezequiel nos ha recordado que quien observa los mandatos del Señor «ciertamente vivirá» (Ez 18, 9). Este vivir se refiere a la eternidad, que nuestro hermano Francisco acaba de entrar en ella; ha dejado el tiempo y ha pasado a la eternidad.

Dios desea que el pecador se arrepienta y viva junto Él por toda la eternidad, como recuerda el profeta Ezequiel: «Yo no me complazco en la muerte de nadie ‒oráculo del Señor Dios‒. Convertíos y viviréis» (Ez 18, 32); es decir, viviréis para siempre junto al Amor, junto a la Belleza, junto al Infinito, junto al Eterno.

El Salmo, que hemos rezado, es una oración del pecador que pide a Dios el perdón y una vida nueva: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50, 12). Ésta es la oración que pedimos hoy por nuestro hermano. ¡Querido Paco, que Dios te renueve! ¡Que te haga renacer a la vida eterna! Ésta es nuestra oración por ti.

La felicidad plena y eterna consiste en vivir junto a Dios; por ello dice el salmista: «No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu» (Sal 50, 13). Queremos estar junto a Dios, que es la luz inmarcesible, el amor y que solo Él puede ofrecer la felicidad plena.

Hoy pedimos al Señor por nuestro hermano Francisco, sacerdote, para que lo acoja en su reino de inmortalidad y de paz; para que le regale la alegría de la salvación (cf. Sal 50, 14); para que le colme de sus bendiciones y le llene el corazón del amor y de la felicidad que tanto ansiaba cuando vivía entre nosotros en este mundo.

4.- Ser como niños ante Dios

Según el evangelio de hoy, cuando le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y les bendijera (cf. Mt 19, 13), los apóstoles les regañaban. 

Pero Jesús les dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos» (Mt 19, 14); y les impuso las manos (cf. Mt 19, 15).

No impidamos a nadie que se acerque a Jesús. En los “niños” estamos reflejados todos, porque todos somos criaturas del Señor; los más inocentes tienen derecho a estar cerca del Señor. Es posible que, a veces, apartemos del Señor a los “niños”, la gente sencilla, los pobres, los necesitados, los pobres, los enfermos, los ancianos, los desahuciados.

Nuestro hermano Francisco ha vivido una especie de “infancia espiritual”, sintiéndose hijo amado de Dios, “niño” amado por el Padre celestial; y ha sido un instrumento suyo para llevar a Dios a las personas que encontraba en su vida.

5.- Agradecimiento

En esta eucaristía queremos agradecer su vida, dedicada a los demás; y su ministerio sacerdotal, que ejerció con dedicación y entrega, pendiente sobre todo de los “niños” de Dios, de los más necesitados y débiles. 

Francisco tenía “un débil”, una inclinación especial, por los débiles. Así se lo dije un par de días antes de su partida de entre nosotros, cuando le visité en la clínica: “Paco, gracias, por haberte dedicado a tanta gente necesitada”.

Quiero agradecer la presencia de los sacerdotes. Algunos no han podido venir personalmente y me han pedido que lo dijera; pero se han unido espiritualmente con la oración a esta celebración exequial. Todo sacerdote es presencia amorosa de Dios, que bendice a los “niños”. ¡Queridos sacerdotes, bendigamos a los “niños” en esas facetas que hemos dicho!

¡Queridos fieles, bendecid a los “niños”; estad cerca de los que más lo necesitan!

¡Querido hermano Francisco, sacerdote, gracias!

Pedimos a la Santísima Virgen María que lo acompañe a él a las moradas eternas y que a nosotros nos mantenga gozosos y fieles en la fe que profesamos y en el Amor de Dios. Amén.

 

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