DiócesisHomilías

Visita Pastoral a la parroquia Nuestra Señora de la Encarnación (Cútar)

Visita Pastoral de D. Jesús Catalá a la parroquia de Cútar, en Axarquía Interior
Publicado: 15/04/2021: 920

Homilía de Mons. Jesús Catalá durante la Misa con motivo de la Visita Pastoral a la parroquia Nuestra Señora de la Encarnación de Cútar celebrada el 15 de abril de 2021

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LA ENCARNACIÓN

(Cútar, 15 abril 2021)

Lecturas: Hch 5, 27-33; Sal 33, 2.9.17-20; Jn 3, 31-36.

1.- Jesús, el Hijo de Dios, da testimonio veraz.

Las lecturas de hoy, de este jueves de la segunda semana de Pascua, presentan, en primer lugar, a Jesucristo como el testigo veraz, el Testigo de Dios.

Se nos presenta como una especie de procedencia: Jesucristo, el Hijo de Dios, conoce al Padre, forma parte de la Trinidad, es la verdad, la vida, la libertad, es la luz. Ese Jesús, según el evangelista Juan, ha venido de lo alto (cf. Jn 3, 31) y da testimonio veraz: «De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio» (Jn 3, 32). Da testimonio de lo que ha visto y oído como Persona de la Trinidad, de la vida interna de la Trinidad.

Jesucristo sale de Dios, se hace hombre, viene a la tierra y aquí da testimonio de lo que ha vivido, oído y visto. Es decir, da testimonio de la vida eterna, da testimonio del Dios Trino, de la Trinidad. «El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz» (Jn 3, 33).

Jesús es el gran Testigo. Nosotros conocemos a Dios Padre porque Cristo lo ha revelado. Si él dice: «Mi Padre me ha enviado…» (cf. Jn 5, 36); «Mi Padre me conoce…» (cf. Jn 10, 15); «Mi Padre me ama y yo amo a mi Padre» (cf. Jn 10, 17); «Yo hago la voluntad de mi Padre» (cf. Jn 6, 39); si está hablando de «mi Padre» es que tiene padre. Y si después dice: «Os enviaré el Espíritu Santo» (cf. Jn 15, 26), es que existe el Espíritu Santo.

Por tanto, la Trinidad viene revelada por el mismo Jesús. «El que Dios envió habla las palabras de Dios» (Jn 3, 34) y «el que cree en el Hijo posee la vida eterna» (Jn 3, 36). Cristo es eterno porque es Dios. Aquellos que crean en Jesús tienen la vida eterna. No dice san Juan que «poseerán», en el futuro, sino que «poseen» ya la vida eterna.

Vosotros, ¿os creéis que poseéis ya la vida eterna? ¿Cómo podéis poseer la vida eterna estando en la vida temporal? ¿Cómo se conjuga que podamos tener vida eterna ya, estando en la vida temporal? ¿Cómo lo entendéis?

Pues porque la vida eterna no se da solo después de la muerte temporal, sino que, realmente, está de manera plena. Si la presencia del Eterno, Jesús, Hijo de Dios, ha entrado en la historia quiere decir que lo eterno ha entrado también en la historia.

Es como si pensamos en una persona importante; no pongo una figura que pueda ser discutida; pensad en una persona importantísima, sabia, rica, valorada, que se acerca a los pobres y los enriquece con sus riquezas. El pobre es pobre y no tiene posibilidades de vivir, pero ese personaje ha descendido, se ha acercado. Imaginad el hombre más rico de la tierra que se va a un barrio o un pueblo, como Cútar, y comparte con vosotros su fortuna. ¿Qué les pasaría a los que estuviesen aquí? Que disfrutarían de la fortuna de ese señor.

Pues si el Eterno entra en la historia y se hace hombre los que estamos en la historia empezamos a disfrutar, aquí ya, de la eternidad.

Esto pueden parecer un poco palabras complicadas o galimatías, pero es una verdad como un templo.

Queridos fieles, poseemos la vida eterna en prenda, no del todo. Es como si fuera un testamento, como si un personaje rico nos hubiera dejado en testamento toda su fortuna. ¿Poseéis ya toda su fortuna? Él no ha muerto aún y el testamento no vale hasta que uno muere. ¿El destinatario posee de facto la fortuna de ese testamento? Aún no, pero tiene la promesa, la prenda, el anticipo.

Eso es lo que ocurre con el Señor. Vivimos anticipadamente, de manera limitada, pero verdadera, la vida eterna de Dios. De modo que fijaros lo que se pierden los no creyentes. Se pierden la vida eterna ya aquí, en posesión.

2.- Testimonio valiente de los apóstoles.

Ese testigo de vida eterna, que es Jesús, da la vida y dice a sus discípulos y apóstoles: «Sed mis testigos» (cf. Lc 24, 48). Jesús es el testigo de la Trinidad y nos da su testimonio; quien lo acepta posee la vida eterna; y Jesús pide que seamos testigos, transmisores de lo que Él ha testimoniado.

Los apóstoles, fieles a ese mandato, cuando Jesús resucita, predican que Jesús ha resucitado y el Sanedrín, los jueces de entonces, les encarcelan, les juzgan y les interrogan: «¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre» (Hch 5, 28).

Entonces, Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29). Si a nosotros el Señor nos ha dicho que seamos testigos, por mucho que nos lo prohíban, no les vamos a hacer caso; es lo que dicen los apóstoles. Y añaden: vosotros colgasteis al Justo, murió en la cruz y resucitó (cf. Hch 5, 30). Eso es una verdad que no puede ser negada.

Ahora, pasado más de dos mil años, imaginad que el Señor nos dice a los cristianos de nuestra sociedad: «Sed mis testigos», como lo fueron los apóstoles. ¿Qué nos toca decir a nosotros?

Antes, en la asamblea que hemos tenido, hemos dicho que el Señor nos pide ser testigos hoy. Nos preguntábamos cómo podríamos hacerlo mejor. El Señor nos pide que seamos testigos y, aunque, no nos entiendan, incluso nos insulten o nos juzguen, maldigan y demás pegas que queramos, hemos de obedecer antes a Dios que a los hombres.

Los apóstoles dieron testimonio con mucha valentía. «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen» (Hch 5, 32). A nosotros se nos pide también que demos testimonio, igual que lo dio Jesús. Él nos mandó que lo diéramos y a nosotros nos toca darlo.

3.- Dios libera de las angustias.

En el Salmo hemos rezado que el Señor escucha a quien lo invoca: «Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias» (Sal 33, 18).

Nosotros escuchamos al Señor porque está «cerca de los atribulados, salva a los abatidos» (Sal 33, 19). No tengamos miedo de pedir ayuda al Señor en los sufrimientos, en las tribulaciones, en la pandemia, en la muerte de seres queridos, porque el consuelo viene de Él. Desde la eternidad, entendemos mejor lo que nos pasa aquí.

Por tanto, estamos invitados a gozar del amor, de la amistad y de la confianza de Dios. Cuando tengamos cualquier necesidad acudamos al Señor. No es una utopía, porque puede ayudarnos a superar mejor las dificultades, porque tenemos unas fuerzas por ser creyentes, por poseer la vida eterna.

4.- Visita pastoral.

Estamos realizando la Visita pastoral y, en la asamblea previa a esta eucaristía, hemos comentado que la Visita es una revisión de la marcha de la comunidad cristiana. La Visita se realiza hoy y es como si fuera un examen, pero, una vez superado, hay un después. Una vez se superan unas oposiciones, hay un trabajo. Si hay una operación, luego hay un pos-operatorio que hay que trabajar y hacer ejercicios para conseguir la salud plena o mejor. Pues, nosotros lo mismo. Después de esta Visita viene la pos-Visita, en la que os invito a que, junto con D. Alfredo, vuestro párroco, dialoguéis, reflexionéis, recéis cómo podemos vivir mejor la fe y cómo podemos ser mejores testigos.

Antes decía a los jóvenes que el mejor testimonio que podemos dar es el de ser felices. Cuando alguien os pregunte: ¿Por qué crees? Responded: porque soy feliz, porque me da felicidad, porque entiendo mejor la vida, porque supero mejor las dificultades, porque la vida tiene más sentido creyendo que no creyendo. Ese puede ser un gran testimonio: ser felices.

Y para ello tenemos motivos: está Jesús que ha resucitado, tenemos su fuerza, tenemos la prenda de la vida eterna, que es como tener una mano en la tierra y una mano en el cielo. Estamos cogidos de la mano de Dios que nos saca y nos sube.

Supongo que todos habréis vivido, bien de pequeños o bien como padres, esa imagen del niño pequeño que está en el suelo y que el padre o la madre se acerca, le coge de la mano y le ayuda a levantase. Pues nosotros estamos así. Somos los hijos de Dios que nos tiene ya cogida una mano hacia arriba y nos apoya, nos sostiene, nos alienta, nos da fuerza, nos da confianza. Cuando ya no podemos nosotros, Él nos ayuda.

¿Vivís así la fe o no la vivís así? ¿Alguien se atreve a decir: «sí lo vivo así»? Mucho silencio hay.

Os animo a vivirlo así, como un hijo que tiene un buen padre o madre que no lo va a abandonar nunca, en ninguna ocasión. Eso es vivir la filiación divina, eso es ser hijos de Dios, como vivir siendo hijos de mis padres en los que yo confío y que me han dado el ser, me han alimentado, me han cuidado, me han mimado. Es lo mismo, trasladamos eso a la filiación con Dios.

¡Ánimo! Nuestra sociedad, como bien sabéis, no va por estos caminos que os propongo, pero nosotros podemos ser testigos de una verdad y de una vida que existe. ¿Estáis dispuestos a hacerlo? ¿Estáis dispuestos a vivir así? (Respuesta de los feligreses: “¡Sí!”). ¡Me alegro!

Pedimos a la Virgen que nos ayude en esta tarea que el Señor nos ha encargado hoy, en pleno siglo xxi. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo