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Confirmaciones (Catedral-Málaga)

Confirmaciones en la Catedral de Málaga. Foto de Archivo // M. ZAMORA
Publicado: 28/05/2021: 1020

Homilía de Mons. Jesús Catalá durante la Misa con confirmaciones celebradas en la Catedral de Málaga el 28 de mayo de 2022.

CONFIRMACIONES

(Catedral-Málaga, 28 mayo 2021)

Lecturas: Eclo 44, 1.9-13; Sal 149, 1-6.9b; Mc 11, 11-25.

(Tiempo Ordinario VIII - Viernes)

1.- La higuera sin fruto.

Hemos escuchado un pasaje interesante del evangelio de Marcos. Todos los pasajes del evangelio tienen una profundidad y una enseñanza que nos revelan, a veces, aspectos de la personalidad de Jesús, o de la revelación que Él nos quiere dar.

Si recordáis, Jesús está en Jerusalén, va a Betania por la noche y al día siguiente vuelve. Cuando sale de Betania, vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo. Pero, al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos (Mc 11, 11-13). Cualquiera de nosotros, si nos acercamos a un árbol cuando no es tiempo de higos, no vamos a coger higos, o el fruto que corresponda a ese árbol.

Entonces le dijo: «Nunca jamás coma nadie frutos de ti. Los discípulos lo oyeron» (Mc 11, 14). A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado» (Mc 11, 21).

La higuera que no da fruto, la viña que no da fruto, el árbol que no da fruto el labrador lo corta. Hay otro pasaje en el que se habla de la falta de fruto de un árbol y el jornalero ruega al dueño del terreno que no corte el árbol, que lo deje un año más y que, si al año siguiente no da fruto, entonces lo corte (cf. Lc 13, 6-9).

2.- Los confirmandos, llamados a dar fruto.

Es importante el tema del fruto, porque Jesús nos pide frutos de amor, buenos frutos, no malos frutos. Jesús, en otra ocasión, insiste en que «por sus frutos los conoceréis» (cf. Mt 7, 16). Aquel que da buenos frutos, hace buenas obras, ama al prójimo, hace obras de misericordia, ése es un buen cristiano. El que da frutos malos o no los da, no es un buen cristiano.

Ahí entra, comparándolo, la confirmación que vosotros vais a recibir esta tarde. Vais a ser ungidos para producir abundantes y buenos frutos: frutos de caridad, de amor, de bondad, de amabilidad; y también, para dar testimonio de Cristo resucitado y de su evangelio.

La confirmación os va a regalar el don del Espíritu, o el don que es el Espíritu. A su vez ese don, regalo de amor que procede del Padre y del Hijo, se concreta en otros dones. Vais a recibir el gran don del Espíritu que después se concreta en dones particulares.

Hay dos aspectos en el tema de la confirmación y del Espíritu. El Espíritu regala sus dones. Cuando yo os imponga las manos en la imposición general y haga la oración para invocar sobre vosotros el Espíritu Santo, le pediré que os envíe su Espíritu con sus dones: entendimiento, sabiduría, consejo, fortaleza, conocimiento piedad y temor de Dios. Esos son dones y los dones son regalos. Vais a recibir el gran regalo de la plenitud del Espíritu que se concretiza en siete grandes dones, una manera de decir la plenitud de los dones.

Con esos dones y con esa fuerza seréis capaces de producir unos frutos. Y esos frutos están descritos –os lo digo para que podáis leerlos en casa– en la carta de san Pablo a los Gálatas. ¿Cuáles son estos frutos que el Señor, que la Trinidad espera de vosotros, que la Iglesia espera de vosotros, queridos confirmandos? Los frutos son: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí (cf. Gál 5, 22-23). Esos son los frutos que el Señor y todos esperamos de vosotros.

No seáis como la higuera con mucho follaje, con muchas hojas, con mucha apariencia, pero sin ningún fruto. Es preferible tener menos hojas, estar un poco más esquilmado en la apariencia, pero tener buenos frutos y sabrosos.

Vamos a rezar en esta celebración por vosotros para esas dos cosas: para que recibáis el don del Espíritu con sus dones y que produzcáis buenos frutos, los que habéis escuchado.

3.- El poder de la oración.

En el mismo contexto de la higuera el Señor nos enseña dos cosas: la que hemos dicho de los frutos y, después, otra enseñanza que nos hace bien saberla: el poder que tiene la oración.

Cuando Pedro advierte a Jesús que la higuera se había secado de raíz, le contesta Jesús: «Tened fe en Dios» (Mc 11, 22). «En verdad os digo que si uno dice a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no duda en su corazón, sino que cree en que sucederá lo que dice, lo obtendrá» (Mc 11, 23). «Por eso os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis» (Mc 11, 24). La fuerza de la oración.

La oración tiene un poder infinito porque es el poder de Dios. Naturalmente un poder que se debe usar para el bien; no vamos a pedir a Dios que haga daño, que machaque a mi enemigo; además, no lo va a hacer.

La oración tiene mucha fuerza y creo que los cristianos de hoy en día necesitan reconocer la fuerza y la importancia de la oración. Por eso, os animo a que intensifiquéis la oración ahora y después de vuestra confirmación, para que el Espíritu ore en vosotros, rece en vosotros, aunque sea con gemidos inefables, aunque sea sin palabras; pero dejad que el Espíritu, desde dentro, os vaya transformando y elevad la oración a Dios Padre, con esa fuerza del Espíritu, pidiendo, siempre, a través y por mediación de Jesucristo. Por eso nuestra oración termina: «Por Jesucristo Nuestro Señor», porque es el único mediador.

Y el Señor nos dice: «cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas» (Mc 11, 25). Eso lo rezamos en el Padrenuestro siempre: «Perdónanos nuestras ofensas, como perdonamos a los que nos ofenden». Porque si no perdonamos, cómo va a perdonarnos el Señor.

4.- Mi Casa es casa de oración.

En el evangelio de Marcos va mezclada la escena de la higuera y la escena del templo. Empieza en el templo, se pasa a la higuera y vuelve al templo. Y en el templo, Jesús, cuando llega de Betania donde sucede el episodio de la higuera, entra y se pone a echar a los que vendían y compraban en el templo, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas (cf. Mc 11, 15).

Y los instruía diciendo: «¿No está escrito: “Mi casa será casa de oración para todos los pueblos”? Vosotros en cambio la habéis convertido en cueva de bandidos» (Mc 11, 17).

El templo es casa de oración. Os he dicho que dejéis que el Espíritu rece en vosotros. Voy a haceros tres preguntas: Respecto al Padre los cristianos, ¿qué somos? Somos hijos de Dios, adoptivos, pero hijos. Respecto de Jesucristo, ¿qué somos? Si Jesucristo es Hijo de Padre nosotros, ¿qué somos respecto a Jesucristo? Hermanos, hermanos de Cristo y hermanos entre nosotros. Y, respecto al Espíritu Santo, ¿qué somos? Templos, templos en los que habita el Espíritu. Por eso hemos dicho antes que debíamos dejar que Él rece el nosotros, que Él inhabite dentro y que nos llene.

Jesús expulsa a los mercaderes del templo porque el templo no es para hacer negocios, no es para hacer intercambios. El templo es para orar al Padre, para rezar, para darle culto.

Nosotros somos templos del Espíritu para darle culto. Nuestro templo, nuestra persona entera, cuerpo y alma, está para dar gloria a Dios, no para ser manipulado ni para ser utilizado como instrumento de otras cosas.

Somos templos del Espíritu. Por eso hoy vais a poder recibir los dones del Espíritu. Abrid vuestro corazón para que os llene el Espíritu de Dios.

Pedimos a la Virgen, que fue dócil a ese Espíritu, que nos ayude, que nos acompañe a rezar y a ser templos del Espíritu dando buenos frutos, que es lo que espera el Señor de nosotros. Que así sea.

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