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Dedicación del altar de la parroquia Nuestra Señora de la Encarnación (Torrox)

Publicado: 12/07/2014: 455

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la dedicación del altar de la parroquia Nuestra Señora de la Encarnación (Torrox) celebrada el 12 de julio de 2014.

DEDICACIÓN DEL ALTAR

DE LA PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LA ENCARNACIÓN

(Torrox, 12 julio 2014)

 

Lecturas: Is 55, 10-11; Sal 64, 10-14; Rm 8, 18-23; Mt 13, 1-23.

1.- La Palabra de Dios es como lluvia, que fecunda la tierra

Torrox es un pueblo que vive cercano al cultivo de los campos y puede entender perfectamente lo que significa una lluvia. El profeta Isaías, hemos escuchado en la primera lectura, describe una imagen preciosa que conocéis y habréis vivido muchas veces, soy hijo de labradores y lo he vivido también muchísimas veces: «Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador pan al que come, así será la palabra, que sale de mi boca» (Is 55, 11).

Estamos en esta celebración para dedicar y consagrar el altar. El altar es como un manantial de agua que fecunda allá por donde pasa. Es, como ha dicho el profeta Isaías, esa agua que empapa a los terruños secos, áridos y duros, y los transforma, los hace blandos para luego permitir acoger a la semilla y germinar.

Esos terrones, esa tierra somos nosotros, nuestros corazones. Que el agua de la Palabra de Dios y el agua del alimento, el que mana del altar, es capaz de transformar nuestro ser, de transformar, incluso, la dureza de nuestro corazón.

El altar es signo de la Iglesia, de Cristo que se ofrece en la cruz, el banquete eucarístico; y por tanto, es el centro de la vida cristiana. La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. En ella confluye todo. De ella nace todo y hacia ella fluye todo, es la cumbre de toda la vida cristiana. Como dice el Concilio Vaticano II, la Eucaristía es "fuente y cima de toda vida cristiana” (Lumen gentium, 11).

En este altar que vamos a dedicar se celebrará la Eucaristía como centro que debe ser también de nuestras vidas.

Si recordáis en ese diálogo que tuvo Jesús con la Samaritana, ella le pedía agua para no tener que ir todos los días a sacar agua del pozo, porque Jesús le prometió un agua que saltaba hasta la vida eterna (cf. Jn 5, 10-15). Y nosotros, a veces, vamos buscando aguas porque tenemos sed, sed de felicidad.

¿Quién de vosotros no quiere ser feliz? Supongo que todos queréis ser felices, supongo que todos buscamos la felicidad, pero no la buscamos siempre donde se encuentra realmente. Cuando uno tiene sed desea beber y si no tiene a mano agua de manantial fresca y buena, y tiene agua más bien turbia o de un aljibe, o de una charca, al final será capaz de beber de esa agua.

Jesús le promete a la Samaritana agua viva, de manantial, fresca, limpia, pura; pero agua que salta a la vida eterna. Y esa agua la podemos tener en el templo parroquial que mana desde este altar, desde la Palabra de Dios y desde la Eucaristía.

Jesús, por tanto, es fuente de agua viva y nos ha dicho a cada uno de nosotros: "el que tenga sed que venga a mí y le daré el agua de la vida gratuitamente" (cf. Jn 5, 37-38). Acudamos, pues, a esta fuente que hoy vamos a consagrar porque el altar es símbolo de Jesucristo.

2.- La creación sufre dolores de parto

Después, Pablo, en la carta a los romanos, nos ha dicho que aquí pasamos sufrimientos y penas: «Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará» (Rm 8, 18).

No es fácil, queridos fieles de Torrox, ser cristianos hoy. Debemos estar dispuestos a soportar los padecimientos, como dice Pablo, del Evangelio (cf. 2 Tim 1, 8); de ser testigos de la fe, de vivir la verdad de Jesucristo, que es el camino, la vida, el que nos enseña lo que nos ayuda a vivir incluso hasta la vida eterna, ese manantial de agua viva que decíamos antes.

No tengamos miedo de dar testimonio de la fe, aunque sea difícil, aunque nos cueste, porque el Señor nos recompensará y nos fortalecerá con su Palabra y con su gracia. Él está esperando que nosotros demos frutos abundantes. Siguiendo el ejemplo de la tierra, los labradores no riegan sin esperar fruto, si se gasta y se da el agua es porque se espera después un fruto. El Señor nos regala su Palabra y esta agua de manantial porque espera de nosotros frutos de amor, de misericordia, de perdón, de comprensión... frutos que normalmente no estamos acostumbrados a dar.

3.- Restauración del templo.

Celebramos hoy esta Eucaristía para dar gracias a Dios por la restauración del templo parroquial. Realmente ha quedado hermosísimo, ya tenéis un templo bello –típico del siglo XVI, como otros muchos templos de nuestra Diócesis– con un artesonado precioso y una amplitud y esbeltez que son dignas de admiración.

Restaurar el templo parroquial es un símbolo de que la comunidad cristiana tiene que quedar restaurada también. Hemos de restaurar nuestro interior, nuestra vida, nuestra alma porque también se nos pega a los pies el polvo del camino y quedamos ensuciados por la actividad; necesitamos limpiar y pintar nuestro corazón con los dones del Espíritu.

Os invito a que una vez renovado el templo parroquial –la estructura física–, renovéis la comunidad parroquial y que seáis "piedras vivas". De la misma manera que las piedras forman este hermoso templo que cada cristiano, cada fiel sea una "piedra viva" formando esta parroquia, esta comunidad que es una pequeña parte de la Iglesia. Teniendo en cuenta que en el edificio de la parroquia y de la Iglesia lo importante son los fundamentos que Cristo ha puesto. Cristo es la piedra angular y no se puede construir fuera de Cristo, porque quien construya fuera eso se caerá. Hemos de construir sobre Cristo, sobre su Palabra, sobre su cuerpo, alimentándonos desde el altar de su cuerpo y sangre, y de su Palabra.

Quiero agradecer el esfuerzo de todos los que habéis colaborado y animar a que sigáis colaborando para poder sufragar, lógicamente, los gastos que son muchos. Pero lo importante es que se han terminado la restauración, que podemos usar de nuevo el templo, que podéis volver a reuniros a celebrar aquí las fiestas y a dar las gracias a Dios, a recibir los sacramentos que son como las acequias de ese manantial.

Hemos hecho al inicio de la Eucaristía, como símbolo, la aspersión del agua bautismal, esa filiación que el Señor ha hecho con nosotros. Nos hemos rociado con agua bendecida recordando la filiación divina y el bautismo.

Pues, que siga siendo el templo parroquial de Torrox un manantial que riegue los campos de los fieles y de las familias que aquí vivís.

Pedimos también a la Virgen que nos acompañe en esta tarea de ser testigos fieles y valientes del Evangelio de Jesucristo. Que así sea.

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