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Nuestra Señora de la Merced (Hermanas Mercedarias-Málaga)

Publicado: 24/10/2014: 438

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la fiesta de Nuestra Señora de la Merced (Hermanas Mercedarias-Málaga) celebrada el 24 de septiembre de 2014.

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED

(Hermanas Mercedarias-Málaga, 24 septiembre 2014)

 

Lecturas: Gal 4, 4-7; Sal 118, 29.72.89.101.104.163; Lc 9, 1-6.

1.- Celebramos un año más la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, vuestra fiesta como Mercedarias de la Caridad. En Málaga tenemos dos comunidades: las dos vuestras, más un monasterio de Mercedarias. También hoy pedimos por ellas, vuestras hermanas de la otra comunidad, y por el monasterio.

En la Carta de Pablo a los Gálatas, que hemos leído, Pablo remarca que Cristo se encarna. Cristo, siendo Dios, sin dejar de serlo, se rebaja, se encarna (cf. Flp. 2, 6-7). En Gálatas dice que se encarna bajo la ley, se encarna bajo una mujer (cf. Gal 4,4).

Esa es la forma que tiene Dios de rescatar al hombre. Podía salvarlo igual que lo creó, de mil maneras; pero quiere acercarse, quiere hacerse uno de nosotros, quiere encarnarse, quiere tomar nuestra naturaleza humana para, desde dentro, rehacerla, recuperarla, restañarla, salvarla y curarla. Esa es la idea de la Carta a los Gálatas.

2.- Esa es la primera idea que la lectura de la Palabra de Dios nos ofrece en vuestra fiesta. Primera invitación: una mercedaria o un mercedario, ¿cómo rescata a un cautivo? Es el origen, ¿cómo rescataban a los cautivos? No lo rescataban a distancia, sino que iban y se ponían en su lugar. Cristo se ha puesto en el lugar del pecador, para pagar la culpa que tenía que pagar el pecador. El mercedario iba para rescatar a otro y se ponía en su lugar. Se rebajaba, salía de sí mismo, asumía la carga del otro y la ponía sobre sus hombros. La esencia del carisma mercedario es esa. Se hace la merced del rescate ofreciéndose a sí mismo.

Ese es vuestro carisma y lo hacéis al estilo del siglo XXI, no os vais al norte de África o a Sudáfrica a poneros en lugar del otro, para que el otro quede en libertad; pero, en realidad, ése es el espíritu.

Y, ¿qué quiere decir eso? Que, para vivir el carisma, e incluso, para vivir como cristiano, necesito acercarme al otro y tratar de ponerme en su lugar. Asumir que el otro es pobre, está necesitado, tiene pecado, está mal. Tengo que asumir esa debilidad con Jesucristo para sanarlo desde dentro.

Por tanto, se pide primero una salida de mí mismo, que ya es mucho. Salir de mí mismo y no mirarme a mí mismo para mirar al otro, y descubrir que el otro tiene necesidad, ya es bastante. Segundo paso, ponerme en su lugar. Tercer paso, asumir lo que el otro es desde su realidad para pedirle al Señor que lo transforme.

3.- Segunda invitación en esta fiesta. He pedido a D. Francisco que leyera el evangelio de hoy, miércoles de la XXV semana del Tiempo Ordinario, porque, meditando esta lectura esta mañana, junto con los seminaristas y sacerdotes que están haciendo Ejercicios Espirituales, aunque ha predicado el director espiritual, he estado saboreando estas lecturas desde esta mañana, como tengo costumbre, y he visto que estaba en sintonía con la fiesta de hoy, la Virgen de la Merced.

«Habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos» (Lc 9, 1-2).

4.- Fijaros que el esquema es el mismo: los envió, no les dijo que se quedaran en casa. Id, no llevéis nada. Id con lo puesto (cf. Lc 9, 3). Lo que necesitáis no son cosas, sólo con vuestra persona, con vuestro corazón, con vuestro amor, con vuestra inteligencia. Salid de vosotros mismos e id a proclamar el Reino de Dios, a anunciar el Reino, a ser testigos.

Y, ¿a qué más? A curar enfermos. ¿Qué tenéis que llevar? Sólo dos cosas: el Evangelio y el amor. No hace falta ni bastón, ni sandalia, ni abrigos... (cf. Lc 9, 3), sólo la persona que va en nombre del Señor, que va ligera de equipaje; pero va con la Buena Nueva y con el amor que ha vivido y experimentado, porque, de lo contrario, no la puede transmitir, ni ser testigo.

5.- Aquí me quiero detener porque en el hoy de vuestra vida: ¿cómo proclamáis el Evangelio del Reino?, ¿cómo curáis enfermos?, ¿cuál es la mejor medicina que existe en el mundo? El amor sana, el amor cura, el amor transforma, el amor eleva, el amor da esperanza… el amor.

¿Cómo nos hemos de acercar a alguien, sea un sacerdote mayor, sea una hermana, sea un niño, sea un enfermo, sea quien sea? Con la medicina con la que nosotros hemos sido curados. Dios nos ha sanado, nos ha perdonado con amor, ha olvidado nuestros pecados, ha ofrecido su vida en la cruz por nosotros, nos ha lavado, nos ha mimado, nos ha hecho hijos de Dios. Ese mismo amor que hemos disfrutado de Él es lo que el otro espera de nosotros.

¿Cómo hemos de acercarnos? Con amor, sin más. Amar al otro, que quiere decir lo que decía Pablo en la Carta a los Gálatas: llegar al otro, ver cómo está, qué necesita. No llevarle lo que yo quiero, que a lo mejor eso no lo necesita. Él está necesitado, ¿de qué? De un anuncio de la Buena Nueva, está necesitado de amor, de que lo quieran, de que no esté por la calle tirado, de que alguien lo escuche. Lo que necesite.

6.- ¿Cómo hemos sido curados nosotros? ¿Cómo podemos ser los instrumentos de esa curación para los demás, pues quien cura es Dios? ¿Cómo podemos ser testigos de esa salvación? Acercándonos libres, ligeros de equipaje, con la experiencia de haber sido amados y haber escuchado la Buena Nueva, para ofrecer esa Buena Nueva y ofrecerla desde nuestra experiencia de amor. Tan sencillo como complicado o tan fácil como difícil, como queráis.

Está muy claro, está muy sencillo, pero después, a la hora de la verdad, es más fácil ir cargado de cosas y regalar cosas al enfermo que, en muchas ocasiones, no le sirven para nada, pero la sociedad hace eso, da cosas sin ofrecer lo que el otro necesita. La gente pide ser feliz y para ser feliz la sociedad le da algo que no le hace feliz; pero le ofrece cosas: compre esto, venda aquello, llévese esto, póngase lo otro... cosas.

7.- Nosotros no podemos ofrecer cosas, primero porque no las tenemos, y, en segundo lugar, porque tampoco sirven para nada. A un pobre de la calle si le regalas un coche diría: "¿Para qué quiero yo un coche? ¿Dónde voy a ir si no tengo dinero ni para la gasolina?"

No se trata de dar cosas, se trata de ofrecer el mejor regalo que podamos hacer, y ése es, evangélicamente hablando, en la fiesta de la Merced, lo que hoy nos dicen las lecturas: ofrece el amor que tú has recibido y compártelo; de esa manera, el otro sanará. Será la forma concreta en que ejercitaremos y obedeceremos este mandato. El Señor los envió a proclamar: Id y proclamad la Buena Nueva. Sanad, curad, –hasta dice resucitar muertos­–, no de manera física, pero estoy convencido de que, con la Buena Nueva del Señor y el amor, hay "muertos", moralmente muertos, personas psicológicamente muertas, que resucitan y que cambian. Entra el sol y la luz en sus vidas.

8.- Vamos a pedir, pues, en esta fiesta de la Virgen, Nuestra Señora de la Merced, que Ella, como madre que lo ha vivido, lo ha experimentado, lo ha hecho en su vida, nos ayude a saber hacerlo. Ya sabíamos lo que teníamos que hacer, ahora se trata de pedirle que nos ayude a saber hacerlo cada día.

No va a ser fácil, pero para eso está la oración y el pedir al Señor que nos ayude a vivir, a vosotras como hijas de la Caridad, como Mercedarias de la Caridad, y a todos, desde nuestra consagración y desde nuestro bautismo, desde esta perspectiva que el Evangelio de Lucas nos ha descrito cuando Jesús envía a los Apóstoles y discípulos a evangelizar y curar enfermos. Que así sea.

 

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