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Parroquia de San Agustín (Melilla)

Publicado: 21/12/2014: 471

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada en la parroquia de San Agustín en Melilla el 21 de diciembre de 2014.

PARROQUIA DE SAN AGUSTÍN

(Melilla, 21 diciembre 2014)

 

Lecturas: 2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a.16; Sal 88; Rm 16, 25-27; Lc 1, 26-38.

(Domingo Adviento IV-B)

1.- El rey David y la construcción del templo

En este IV Domingo de Adviento, ya muy cerca de celebrar la Navidad, el Señor nos presenta lo que ha sido para el pueblo de Israel la dinastía de David, el gran rey, y su estirpe.

En el libro 2º de Samuel, que cuenta la historia del rey David, se juega con dos palabras que tienen doble sentido, que son la palabra casa y la palabra estirpe, casa e hijo. Nosotros también decimos mi casa referido al lugar donde vivimos. Como también decimos iglesia a este lugar sagrado que es físicamente un templo. Pero también decimos mi casa a mi familia, referido a los padres, a los hermanos y a los hijos.

Pues, en este libro 2º de Samuel se juega con esta polivalencia y le pregunta el rey David al profeta Samuel: «yo vivo en una casa de cedro, bonita, fuerte, el Señor está en una tienda de campaña de tela, de lona. Voy a hacerle un templo grande» (cf. 2 Sam 7, 2). El profeta, al estilo humano le dice: «Pues, muy bien. Ya que tú vives en un palacio grande, hazle un palacio al Señor» (cf. 2 Sam 7, 3).

2.- El oráculo contrapone el parecer del profeta a la voluntad divina

Pero llega la noche y el Señor le dice al profeta que no quiere que el rey David le construya un templo porque él ha sido elegido por Dios, le ha dado muchos bienes, lo ha sacado de pastor del rebaño, le ha dado la paz a su reino; pero él ha derramado mucha sangre. Y también le ha desobedecido haciendo cosas que no se debían de hacer: hizo matar a su general, se apropió de su mujer… Dios no quiso que le hiciera una casa, un templo (cf. 2 Sam 7,5).

La opinión del profeta, que humanamente hablando parecía buena, es reformada por la voluntad de Dios. Una enseñanza: a veces podemos pensar que hacemos una cosa buena a Dios y, a lo mejor, lo que nos parece que está bien no está tan bien. Por tanto, no hemos de llevarnos por lo que nos parece: «es que a mí me parece», sino por lo que Dios quiere: «Tú, Señor, ¿qué quieres?», y no lo que a mí me parece.

3.- La dinastía de David

El Señor promete a David habrá una casa física, un templo, un trono y una descendencia. Le sucederá el rey Salomón y otros reyes. Y que la estirpe de David se prolongará (cf. 2 Sam 7, 8-10).

Y, eso, ¿dónde se cumple? Se cumple en María. Jesús es de la familia, de la casa, de la estirpe de David. ¿Con quién estaba desposada María? (Respuesta de los feligreses: con José). ¿Y José de qué familia era? Por línea directa de la familia de David, de la estirpe de David, de la casa de David. Casa y dinastía van juntos.

Hay un momento del texto que hemos escuchado del libro 2º de Samuel que dice: «Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente» (2 Sam 7, 16). Pero esto no se cumplió en sentido físico, histórico, porque los mismos israelitas tampoco reconocieron a Salomón y a sus hijos como el nuevo David, como la estirpe de David (cf. 1 Re 11, 4).

4.- Jesús, el Hijo de David

¿A quién se aplica eso de ser estirpe de David? ¿A quién se le llama por excelencia hijo de David? En los evangelios hay un ciego y hay un enfermo que dirigiéndose a Jesús le dice: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí, cúrame» (cf. Mt 9, 27). ¿A quién le dice eso, a José o a Jesús? A Jesús.

Jesús es el que cumple esta promesa que hemos escuchado. Jesús, el hijo de María, esposo de José, de la estirpe de David, en él se cumple la promesa esta que dice: «tu casa y trono durarán siempre» (cf. 2 Sam 7, 16). Y esto es lo que celebramos en Navidad. El nacimiento de Jesús de la estirpe de David, en quien se cumple la promesa que hizo el Dios a la casa y familia de David (cf. Lc 1, 32ss).

Esto es importante porque Dios cumple siempre sus promesas, Dios no nos falla nunca. Aunque, a veces, no le gusta lo que hagamos. Repito lo de antes, cuando tengáis que hacer una cosa buena, aseguraos primero con vuestros catequistas o con los padres o con el sacerdote, que lo que vais hacer es bueno. También los mayores, que a veces, los mayores hacen ciertas promesas pensando que hacen una cosa buena al Señor y resulta que esa promesa después no la pueden cumplir o no debían de haberlo hecho. Hay que ver qué quiere Dios de mí, hay que buscar su voluntad, no mi deseo o mi plan o mi capricho.

Cuando a María el ángel el anuncia: «vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31). «El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 32). Luego, es Jesús el que realiza la promesa que se le hizo al rey David.

5.- Misterio escondido y manifestado en la plenitud de los tiempos

La carta de Pablo a los romanos nos ha dicho una cosa importante, que todo esto es un misterio. Los misterios son difíciles de entender, los misterios no son historietas, ni son cosas concretas de la historia que podamos entender fácilmente. El misterio nos resulta incomprensible, porque nuestra inteligencia es pequeña para comprender muchas cosas.

Igual que cuando estáis en casa y preguntáis a los papás algunas cosas y os dicen: «bueno, cuando seas mayor ya lo entenderás». Eso, ¿os lo han dicho alguna vez? (Responden los niños: sí). Más de una, ¿verdad? Pues, me contaba hace un par de día una profesora que dice que había oído en la catequesis una cosa que ella no entendió. Era la idea de soportar con paciencia las flaquezas del prójimo. Eso lo aprendió cuando niña, pero no sabía lo que significaba. Y llegó a casa y les preguntó a sus padres por el significado de esa expresión. La madre le respondió: «cuando seas mayor ya lo entenderás». Y no se lo explicó. Pasaron los años y ella ejercía su profesión de maestra. Un día llegó a casa muy enfadada porque le habían insultado, le habían molestado y había tenido que aguantar las impertinencias de los demás. Entonces, al llegar le dijo a su madre: «mamá, hoy he entendido esa idea de que las flaquezas del prójimo hay que soportarlas».

Pues bien, algo parecido pasa con el misterio. Hay muchas cosas que no comprendemos. Y el misterio no lo comprenderemos hasta que no estemos, ¿dónde? (Respuesta de una niña: en el cielo). Hasta que no estemos en el cielo, porque es tan grande esa luz que nuestros ojos no la pueden ver ahora. Es tan profundo el misterio que nuestra capacidad no llega, no puede llegar, pero hay que tener paciencia.

Dice Pablo que el misterio, mantenido en secreto durante siglos, ahora se ha manifestado: «Revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos» (Rm 16, 25). ¿Qué quiere decir? Que Dios se ha revelado a la humanidad en Jesús de Nazaret. Conviene saber esto y vivirlo.

Voy a poneros un ejemplo: ¿vosotros sabéis cuánto os aman vuestros padres? ¿Vosotros comprendéis y entendéis todo lo que os aman vuestros padres o solamente captáis algún gesto, algún beso, algún regalo? ¿Entendéis todo lo que hacen por vosotros? (Respuesta de los niños: sí). Voy a preguntarle a los padres, ¿vuestros hijos entienden ahora todo el amor que vosotros le tenéis? (Respuesta de los padres: no). Ellos perciben que los amáis, pero todo el amor que le dais y todo lo que tenéis que hacer por ellos ni lo sueñan. ¿Cuándo se enterarán? (Respuesta de los padres: cuando sean padres). Está claro, ¿verdad? Cuando seáis padres os enteraréis mucho mejor qué significa amar a los hijos. Ahora lo entendéis, pero relativamente a vuestra edad.

Algo parecido nos sucederá a nosotros. Solamente cuando estemos en el Amor final, definitivo, entenderemos cuánto nos amó el Señor.

6.- La Iglesia se alegra y canta por la revelación de este misterio

Ahora, la Iglesia, los cristianos, la humanidad se alegra y canta por este misterio de amor revelado. Preparándonos para celebrar la Navidad y, cuando la celebremos, nos alegramos por ese gran misterio de amor que no lo entendemos del todo, pero que lo vivimos. Y que nos enteraremos conforme vayamos creciendo y de modo más lleno cuando estemos en el cielo.

            Finalmente, ¿recordáis las palabras claves que hemos dicho? (Respuesta de los niños: casa y estirpe). Muy bien, tenéis muy buena memoria. Casa o templo y estirpe. Nosotros también estamos ahí. El cristiano una vez bautizado ¿qué relación tiene con el Padre? ¿Del Padre somos…? (Respuesta de los niños: hijos). De Jesús, del hijo somos… (Respuesta de los niños: hermanos). Y, ahora, viene la pregunta del millón: y, del Espíritu Santo, ¿qué somos? Del Espíritu Santo somos templos en los que habita el Espíritu, como María que recibió en su seno al Espíritu y al Hijo.

Del Espíritu Santo somos templos, casa, casa de David. Y, en segundo lugar, si somos hijos del Padre somos estirpe. Bueno, pues que no se os olvide. Cuando llegue la Navidad tenéis que vivir y demostrar que sois templos donde habita Dios para que nazca Jesús en vuestro corazón y somos hijos de Dios, estirpe de Dios.

¡Qué más queremos! El mejor regalo que nos puede dar el Señor es hacernos hijos suyos. Pues, vivámoslo con alegría. Nos alegremos y cantamos por esta revelación del gran amor de Dios.

Vamos a pedirle a la Virgen, que vivió de una manera especialísima esa relación, que nos ayude a vivirlo como Ella. Amén.

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