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Visita pastoral a la parroquia de San Pedro Apóstol (Málaga)

Publicado: 18/05/2014: 804

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la Visita pastoral a la parroquia de San Pedro Apóstol en Málaga el 18 de mayo de 2014.

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE SAN PEDRO APÓSTOL

(Málaga, 18 mayo 2014)

Lecturas: Hch 6, 1-7; Sal 32; 1 Pe 2, 4-9; Jn 14, 1-12.

(Domingo de Pascua V-A)

1.- En este domingo V de la Pascua las lecturas de la liturgia nos ofrecen dos imágenes. La primera tomada de la primera carta de Pedro, en la que compara a Cristo con la piedra del fundamento de la Iglesia. Cristo es la piedra viva, la piedra angular, la piedra fundamental que sostiene el edificio. «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios» (1 Pe 2, 4)

Los que no creen han descartado y rechazado esa piedra, la han anulado, no la han utilizado. Los que creemos, tomamos a Cristo como el fundamento de nuestra fe porque Cristo es Dios-hombre, es el único Salvador del mundo. El único puente entre Dios y los hombres. No se puede rechazar a Jesucristo si se quiere vivir la vida de fe y se quiere asumir y asimilar la salvación que nos ha traído.

Cristo, por tanto, como piedra viva, piedra fundamental, piedra de toque. Pero también será piedra de escándalo, piedra de tropiezo (cf. 1 Pe 2, 8).

La imagen de la piedra es hermosa para hablar del templo del Espíritu. Dice Pedro que nosotros somos las piedras, y Él es la piedra fundamental. «También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 Pe 2, 5). Nosotros somos otras piedras que entramos a formar parte del templo del Espíritu. El templo del Espíritu es la Iglesia. Cristo es la cabeza, los demás somos miembros, somos piedras.

2.- No hace mucho estuve en esta parroquia de San Pedro dando gracias a Dios por la renovación del templo que hemos hecho, ha quedado bellamente ornamentado, ha quedado mejor de cómo estaba antes. Y si nos fijamos, el edificio para que tenga armonía hace falta muchos tipos de elementos. Las piedras de los fundamentos no se ven, pero las pisamos y están.

¿Os imagináis que hubiera una inversión, que las piedras del fundamento estuvieran arriba, y la ornamentación y el artesonado precioso estuvieran en el suelo? No tendría sentido. Tampoco tiene sentido que las piedras vivas que somos nosotros queramos ocupar el lugar que tienen otras, porque el Espíritu nos indica a cada uno con su gracia y con sus dones el lugar que tenemos que ocupar.

Unos son piedras de fundamento, basilares; otros hacen de columnas, otros de ornamentación, otros de techo; cada uno en formas y estilos distintos. Pero todos necesarios para formar el templo de Dios. No hay ningún cristiano que no tenga nada que hacer, todos tenemos una misión que nos lo da el hecho del bautismo. La gracia bautismal nos da una misión, nos capacita para ser testigos, para ser misioneros del Señor, testigos del Evangelio. Cada uno en su estilo, en su manera de ser, con su forma.

3.- Y para que el edificio tenga armonía, la Iglesia es armónica, es jerárquica, no podemos copiar de otras formas sociales, socio-políticas, muy posteriores a la Iglesia, pensando que renovaremos la Iglesia si la hacemos como los modelos que tenemos socio-políticos.

¿Cuántas veces habremos oído el tema de la democracia? A mí me lo habrán dicho centenares de veces, personalmente, por carta y por todos los medios: “Sr. Obispo, como ustedes no renueven la Iglesia y la hagan más democrática, se van a quedar solos” –dicen algunos–. ¿Os suena eso?

No hace mucho, una persona me comentó esto y mi respuesta fue que la Iglesia está por encima de la actitud democrática. La democracia es una forma de gobierno y de poder, donde para tomar decisiones solo cuenta el número de votantes, ganando la mayoría simple.

En la Iglesia vivimos la “comunión”, que es mucho más importante que el simple número cuantitativo. Vivimos, o debemos hacerlo, en el “consenso”, en el entendimiento del otro, en el diálogo, en el llegar a acuerdos consensuados, conscientes. No en la mitad más uno. Esa forma de gobierno es muy pobre, es pobrísima respecto a la forma que tiene el Espíritu Santo de llevar la Iglesia, porque la lleva gracias a la comunión, al amor. La regla es el amor, no es la regla numérica. El amor, la comprensión, el perdón, el reconocimiento del otro. ¿No es más importante esa forma que la otra? ¿Por qué tenemos que añorar una que no es mejor que la nuestra?

4.- Juan Pablo II nos recordaba al respecto que la comunión en la Iglesia debe ser patente en las relaciones entre pastores y todo el pueblo de Dios, entre asociaciones y movimientos eclesiales: “Para ello se deben valorar cada vez más los organismos de participación previstos por el derecho canónico, como los consejos presbiterales y pastorales. Éstos, como es sabido, no se inspiran en los criterios de la democracia parlamentaria, puesto que actúan de manera consultiva y no deliberativa; sin embargo, no pierden por ello su significado e importancia” (Novo millennio ineunte, 45).

Y dentro de ese conjunto y de esa armonía eclesial cada piedra tiene su función. En la primera lectura del libro de los Hechos hemos escuchado la institución de los diáconos (cf. Hch 6, 1-7). Teneos aquí a D. Emilio, como diácono permanente. Los Apóstoles principalmente, y obispo y presbíteros posteriormente, entendieron que si hacían todas las tareas de la Iglesia no podían dedicarse a lo que ellos creían que era importante para ellos: la oración y la predicación. Y los obispos y sacerdotes, coordinando cada comunidad, cuya tarea es de gobierno; pero dedicados sobre todo a la Palabra, a la oración y a la presidencia y administración de los sacramentos.

5.- Otros deben llevar las cuentas y hacer otras tareas; los padres que eduquen en la fe a sus hijos, porque eso no lo puede hacer ni el catequista ni el sacerdote, ni el obispo. Nadie puede sustituir a los padres; ellos deben enseñarle desde que nacen la vida de fe con gestos y palabras; esa tarea es propia de los padres y ellos son insustituibles.

Algunos sois catequistas, o preparáis las celebraciones desde el equipo de liturgia con cantos, con la ornamentación del templo. Y todos tenemos la tarea de misionar, de ser testigos del Evangelio en nuestro ambiente, dentro y fuera, en el trabajo, en la sociedad. La tarea es la de iluminar o trasformar la sociedad a la luz del Evangelio. Los cristianos no podemos quedarnos en las sacristías como muchos desearían. Los cristianos somos necesarios, hemos de colaborar para hacer un mundo mejor, al estilo de Dios, al estilo de Jesús, de Cristo; no al estilo humano y de formas humanas o caducas. ¿Cuántas monarquías auténticas quedan hoy en el mundo? Son formas que han servido en su momento y luego pasan, van transformándose. Esos modelos no son los nuestros. El nuestro es el Espíritu que rige, gobierna y guía la Iglesia, de la cual nosotros somos piedras vivas.

6.- Si el estilo de esa comunidad ha de ser, como hemos dicho, la comunión, el perdón, el encuentro, la misericordia, el consenso… No cabe entre nosotros la distancia, no cabe el comentario ácido que hace daño, no debe caber eso entre nosotros. Más bien, intentar comprender al otro, o saber qué ha dicho, sin interpretaciones, sin manipulaciones.

El Señor nos invita hoy a vivir en comunión en cada parroquia, en cada comunidad cristiana, en cada diócesis, en todas las diócesis del mundo. Igual que los padres deben amar a los hijos y los hijos a los padres, los fieles también deben amar a los pastores y viceversa. No cabe entre nosotros la disensión, la crítica destructiva. Es necesaria la comunión y el diálogo constructivo siempre; lo otro sirve para mal.

El papa Juan Pablo II comenta los espacios de comunión que han de crearse y recrearse siempre: “Los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos los niveles, en el entramado de la vida de cada Iglesia (…). En efecto, la teología y la espiritualidad de la comunión aconsejan una escucha recíproca y eficaz entre pastores y fieles, manteniéndolos por un lado unidos a priori en todo lo que es esencial y, por otro, impulsándolos a confluir normalmente incluso en lo opinable hacia opciones ponderadas y compartidas” (Novo millennio ineunte, 45).

Esa es la primera imagen que nos ha presentado la lectura de Pedro: Cristo, piedra viva; los cristianos, piedras vivas del templo del Espíritu.

7.- Jesús en el Evangelio, nos presenta otra imagen, cuando ve que los Apóstoles estaba un poco temerosos, desganados y desilusionados les dice: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14, 1). Jesús les da ánimos; y también nos lo da a nosotros.

                La vinculación, la unión con Cristo es lo más importante. Una relación de amor de una persona con otra hace crecer y enriquece a las dos personas. Una relación de amor de una persona con Cristo enriquece al ser humano, no a Cristo. A Cristo no le hace falta nuestro amor, ni nuestras buenas obras, ni nada nuestro. No le hace falta nada, es Dios, lo tiene todo. A veces pensamos que le hacemos un favor a Dios siendo cristianos o viniendo a Misa. ¡Pero si te lo hace Él a ti! ¡Te regala su vida! ¡Te regala su Palabra, te dona el don de su amor y de su Espíritu!

8.- Cristo se autodefine a sí mismo como el Camino, la Verdad y la Vida: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6).

Respecto al camino, Cristo no es un indicador, no es una señal de tráfico. Cristo, Él mismo, es el Camino. Hay que estar con Él, hay que caminar con Él, hay que tener los mismos sentimientos suyos. Hay que vivir al estilo de Cristo. Eso sería reconocerle como camino y dejar otros vericuetos o sendas que, a veces, no llevan a ninguna parte. En muchas ocasiones son modas que queremos asumir porque están en nuestra sociedad, pero esas modas no llevan a ninguna parte; incluso, pueden que lleven al sinsentido, a un rincón sin salida, a un páramo seco donde no hay ni frutos, ni sombra, ni vegetación, ni nada.

Si salimos del camino de Cristo hemos de regresar a Él; eso es la conversión. Hay que volver siempre. El único punto de referencia que tenemos que tener, el punto de referencia, fundamental clave que no pasa, el único criterio es Cristo. La piedra de toque es Cristo.

9.- Ante cualquier duda, ante cualquier ley, ante cualquier moda, ante cualquier pensamiento, ante cualquier tentación, hay que ir a Cristo para ver si corresponde con lo que significa Cristo. Él es el centro y debe serlo si no lo es.

La Verdad, lo mismo. Hay una moda en nuestra sociedad que dice que no hay verdades objetivas, ni eternas, que todos son opiniones. Pues quien piense eso que lo piense, pero lo cristianos no pensamos así. Existe la Verdad con mayúscula, eterna, que no pasará, que es Cristo. Y si mi opinión, basada en esa Verdad, no coincide con la de los demás, el cristiano debe dejar esas otras opiniones. Y si mi opinión tampoco coincide con la Verdad, también debo dejarla. Existe la Verdad, Cristo, Dios hombre que se nos ha revelado.

Y existe la Vida, que es eterna, que aún siento eterna no está más allá de la muerte temporal, sino que existe ya en esta vida, la podemos disfrutar ya en esta vida. Esos son pensamientos que Benedicto XVI lo desarrolló muy bien. La vida eterna no está sólo detrás de la muerte. La vida eterna la disfrutamos ya aquí en la Eucaristía, que es pan de vida eterna, es prenda de vida eterna. La vida eterna ya la gozamos, queridos hermanos. Ya tenemos un trocito de cielo y el cielo no es una tarta que se reparte, es un estado, es una forma de estar en Dios, es una forma de ser en Dios.

10.- Con esta celebración culminamos la Visita Pastoral a la parroquia de San Pedro y quisiera animaros a vivir con alegría la fe. En palabras de Jesús: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14, 1). ¡No tengáis miedo! Hemos de vivir junto a Él, en Él, en el Espíritu que nos envuelve y que nos transforma con sus dones y con su gracia. Ese es el testimonio que podemos dar a nuestra sociedad. Estoy convencido que si no hubiera cristianos en nuestra sociedad estaría peor de lo que está. Nuestra tarea es muy importante; aunque nadie la valore y muchos la vituperen. Nuestra presencia y nuestro testimonio de luz, de amor y luz evangélica es muy importante.

                Le pedimos pues, a la Virgen que nos ayude a vivir lo que Ella vivió. Y también le pedimos la intercesión de San Pedro Apóstol, el primer Apóstol que gobernó, que hizo de cabeza de la Iglesia en el nombre del Señor. Que así sea.

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