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Rito de admisión a las Sagradas Órdenes (Seminario-Málaga)

Publicado: 10/05/2012: 1119

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el rito de admisión a las Sagradas Órdenes (Seminario-Málaga) celebrado el 10 de mayo de 2012.

RITO DE ADMISIÓN A LAS SAGRADAS ÓRDENES

(Seminario-Málaga, 10 mayo 2012)

Lecturas: 1 Co 12, 13; San Juan de Ávila, Tratado del sacerdocio, 36.

1.- La santidad

            “Muchas cosas se requieren para cumplir con la obligación del oficio de cura de almas; porque, si miramos a la dignidad sacerdotal que le es aneja, conviene tener ferviente y eficaz oración y también santidad, según arriba se ha dicho; lo cual ha de ser con tanta más ventaja en el cura cuanta mayor y más particular obligación tiene de dar buen ejemplo a sus parroquianos, y de interceder por ellos ante el divino acatamiento de Dios, con afecto de padre y madre para con sus hijos, pues se llama Padre de sus parroquianos. Y si se mira cuántas y cuán diversas son las ocupaciones que pide su oficio, se verá cuán a la mano y convertido en naturaleza le conviene tener el uso de la santa oración; porque no es cosa fácil tener oración y devoción entre muchas ocupaciones, aunque sean buenas. Y de la misma causa viene ser menester que su santidad sea muy firme; porque hay en su oficio tantas ocasiones de perderla, como la razón y la experiencia lo dan a entender, y San Juan Crisóstomo lo pondera; y San Agustín se maravilla mucho de lo que, en este oficio, tiene en pie la virtud” (San Juan de Ávila, Tratado del sacerdocio, 36).

 “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12, 13).

En esta fiesta de san Juan de Ávila, –tradicional ya para el encuentro sacerdotal de muchas de las diócesis y entre ellas la nuestra–, acudimos a los pies del Señor para adorarle, para alabarle y pedirle por nuestro ministerio y por las vocaciones.

San Juan de Ávila en el texto que acabamos de escuchar y que dirige a los que tengan que encargarse de la cura de almas, o sea, a nosotros, dice que son necesarias dos cosas: la oración ferviente y eficaz, y la santidad sacerdotal. Respecto a ésta última en otros escritos él la va desgranando, incluso en el oficio de lectura de hoy también la desarrolla en parte. La santidad la proclama como necesaria para el sacerdote por muchas razones.

Añadiría, antes de lo que él desgrana, que la santidad es fundamentalmente porque Dios nos hace santos, en primer lugar; y porque nos ha elegido como instrumentos para santificar. Las dos cosas.

A veces descuidamos en nuestra espiritualidad el hecho de que estamos llamados a ser santos porque Dios es santo y nos transmite su santidad. Esto que dice Juan de Ávila para los sacerdotes está también dicho para todo fiel cristiano bautizado. Todo fiel cristiano necesita rezar, –la oración–, y está llamado a ser santo. Para los de cura de almas, digamos, que de manera especial. La llamada santidad es para todo bautizado; pero algunos hemos sido llamados al ministerio sacerdotal.

San Juan de Ávila incide en que el sacerdote es el que trata las cosas santas y que no solamente hacemos que el Señor se acerque a los hombres a través del ministerio mediante los sacramentos de la eucaristía, del perdón…Además nos llama “relicarios” de Dios. “Relicarios” de Dios somos; y aún más, “criadores” de Dios, en el sentido que el sacerdocio promueve la maternidad de la Iglesia. La Iglesia es la madre que engendra hijos y que los alimenta haciéndolos crecer en santidad. Lógicamente eso lo hace a través del ministerio sacerdotal.

Por tanto, de la santidad dos aspectos: dejarnos santificar por el Señor. Dejar que nos moldee, que nos cambie, que nos haga a imagen de Jesús, Sumo sacerdote. Digamos que sería una correspondencia a la gracia de un modo receptivo. Somos “receptores” de la santidad de Dios. No pensemos que somos los actores para santificar a los otros y descuidamos que nosotros hemos de ser santificados también. O que debemos confesar a los otros, pero nosotros no nos confesamos. O que debemos predicar la Palabra sin que la Palabra nos predique a nosotros. Ese juego es importante en la vida del sacerdote.

Hemos de tener cuidado de no centrar la vida sacerdotal en actividades diversas descuidando lo más esencial que es la relación personal y la intimidad con el Santo de los santos. A ver si hacemos cosas sagradas, pero no entra el Santo de los santos en nuestra vida.

La santidad, por tanto, necesaria para nosotros mismos y también para que nuestro ministerio de mejores frutos.

2.- La oración

Si la santidad en sus dos acepciones, es receptiva para nosotros, en sentido pasivo ya que el Señor nos transforma, y es sentido de instrumento, en la oración san Juan de Ávila habla de dos adjetivos: ha de ser ferviente y eficaz.

El adjetivo ferviente no lo describe en el texto que hemos leído hoy, pero en otros de sus escritos habla de la identificación del sacerdote con Jesucristo de corazón, que penetra realmente, que toca los sentimientos, no solamente las acciones o la racionalidad. Que toque la médula de nuestro ser, que toque nuestro corazón y que nos pueda cambiar.

Por tanto, es una oración personal íntima con el Señor donde aflora todo lo que somos por dentro para que Él lo vaya cicatrizando si son heridas, perdonando si son pecados, o haciendo producir si son frutos incipientes. Una oración que es necesaria, personal, individual; a parte de la oración como Iglesia, de la oración de la liturgia de las horas, de la oración con nuestras comunidades cristianas. Esa complementariedad entre lo individual y lo comunitario es fundamental.

Y una oración que ha de ser eficaz. El texto del oficio de lecturas de hoy, cuando lo leí por primera vez estando en el Seminario, me dio una sacudida. Esa idea de que no se ordene nadie que no tenga la seguridad de ser escuchado por Dios.

Muchas veces pedimos por las vocaciones y da la impresión de que Dios no nos escucha; en eso y en tantas otras cosas. Pero seguramente es porque pedimos mal, no pedimos de acuerdo a su voluntad. Es fuerte eso de que no se ordene nadie que no tenga la seguridad de que Dios le escucha. Oración eficaz.

3.- Felicitación a los hermanos

Hoy queremos felicitar, saludar cordialmente y alegrarnos con algunos hermanos nuestros de sacerdocio que llevan veinticinco años ejerciendo el ministerio, y con otros que celebran sus cincuenta años. Hoy también es el aniversario de D. Antonio Dorado, en sus cuarenta y dos años de ministerio episcopal.

Tenemos muchas motivaciones para dar gracias al Señor. Y me pregunto, los que lleváis veinticinco y cincuenta años de sacerdocio, y los que estáis por encima o por debajo de estos aniversarios, ¿cómo está siendo nuestro peregrinar en la oración y en santidad? ¿Cómo estamos delante del Señor? ¿Cómo estamos cumpliendo y viviendo estas dos facetas de oración, comunión con el Señor, y de santidad?

Queremos agradecerle al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo a través suyo, y por gracia del Espíritu, vuestra presencia, vuestro sacerdocio, vuestro ministerio en la Iglesia y concretamente en esta diócesis. Hoy es un día de acción de gracias, sobre todo. Gracias también porque tenemos un modelo que nos ayuda a ser más fieles a esa llamada del Señor.

4.- Candidatos al sacerdocio

Hoy empiezan tres seminaristas su andadura explícita hacia el sacerdocio: Andrés, Maiquel y Juan Pablo, van a ser admitidos para posteriormente recibir la ordenación sacerdotal.

Probablemente si tomáis en serio lo que dice san Juan de Ávila y lo que estamos diciendo escaparéis por esa puerta y diréis: “no me siento capaz de vivir así. No sé si Dios me escucha. No sé si voy a estar cincuenta, cien, los años de mi vida, con esa fidelidad que san Juan de Ávila tuvo”. Y os comprendo porque a mí antes de ordenarme esta frase de san Juan de Ávila me sacudió por dentro y me hizo plantearme mi oración, mi entrega al Señor. Entiendo que hoy os lo planteéis también vosotros.

Pero al igual que damos gracias a Dios por el ministerio de los sacerdotes, también queremos dar gracias a Dios por la llamada que Dios os ha hecho a vosotros. No os preocupéis. No tengáis miedo. Tampoco vais a ser vosotros los únicos protagonistas de vuestra historia, como no lo hemos sido ninguno de nosotros. Dejad que el protagonista sea el Señor en el Espíritu. Y dejad que el Espíritu rece y ore en vosotros. Dejadle que el Espíritu os santifique, os consagre, que os haga imagen de Cristo sacerdote. Dejadle a Él, no le pongáis barreras.

Nosotros en nuestra larga historia de ministerio sacerdotal hemos puesto muchas barreras y nos arrepentimos de ello. Por tanto, no estáis solos, estáis acompañados del presbiterio, y quien os llama es el Señor. No os hemos llamados nosotros. El que os ha llamado es Dios que quiere empezar en vosotros esa obra buena, como decimos en el ritual de la ordenación sacerdotal. Y le pedimos a Dios que lleve a buen término esa obra buena.

Aunque tengáis tentación de escapar, de salir por la puerta y zafaros, tampoco huiríais de Él porque os pasaría como a Jonás. El que huye del Señor huye en vano, no le sirve. Así que aceptad esa invitación dando gracias al Señor.

Hoy pedimos que el Señor nos conceda santos sacerdotes, que los jóvenes respondan a la llamada que el Señor les hace y que seguro que está haciendo. También os pediría que fuerais mediadores de esa llamada, mediad de forma personalizada. Cuando hagáis dirección espiritual, cuando hagáis confesiones, cuando habléis con los jóvenes o con los niños invitad a plantearse el tema del ministerio sacerdotal. Invitad a los jóvenes a que se pongan delante del Señor para preguntarse si Él los llama al ministerio sacerdotal.

Demos gracias al Señor y ahora, ante el Santísimo, haremos el rito de admisión de nuestros tres seminaristas.

Alabado sea el Santísimo sacramento el altar.

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