DiócesisHomilías 300 aniversario de la parroquia de Santa Cruz (Teba) Publicado: 31/10/2015: 419 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la celebración del 300 aniversario de la parroquia de Santa Cruz (Teba) el 31 de octubre de 2015. 300 ANIVERSARIO DE LA PARROQUIA DE LA SANTA CRUZ (Teba, 31 octubre 2015) Lecturas: Ap 7, 2-4.9-14; Sal 23, 1-6; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 12. (Solemnidad de Todos los Santos) 1.- Los que aprendisteis el catecismo de niño, ¿cómo respondéis a la pregunta: «para qué vive el ser humano en la tierra»? ¿«para qué vive el cristiano»? ¿Cuál era la respuesta del catecismo que aprendisteis? En la respuesta había dos partes y decía: «para servir y obedecer a Dios aquí en la tierra y, después, verle y gozarle en el cielo». ¿No recordáis para qué vivís? ¿para qué vive el hombre y el cristiano? Para servir a Dios; para obedecerle, porque en ello nos va la salvación eterna. Después de la muerte temporal sigue alabándole en el cielo; contemplándole tal cual es, sin sombras, sin velos que nos tapen la cara. Ahora vemos en fe, con vendas en los ojos; después lo veremos tal cual es (cf. 1 Co, 13, 12). ¿Cómo ven los santos a Dios en el cielo? ¿Qué hacen los santos que ya terminaron su vida temporal? Gozan de su presencia, lo alaban, le cantan. El libro del Apocalipsis dice: «La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 7, 12). Hay que alabar a Dios, hemos nacido para eso. Tenemos una meta; no descuidemos la meta que el Señor nos ha puesto. Porque de lo contrario decimos que somos cristianos y vivimos como los pagamos. Si alguien vive para gozar, satisfacer sus deseos, buscar la felicitad aquí, no está viviendo al estilo de Cristo, al estilo cristiano. La felicitad también la podemos tener aquí anticipada, pero la felicidad la tendremos de modo pleno cuando traspasemos el umbral de la muerte terrena y temporal. 2.- Hoy, solemnidad de Todos los Santos, nos alegramos porque muchos hermanos nuestros que nos antecedieron ya están gozando de esa liturgia celeste, del banquete eterno, de la contemplación de Dios, de su belleza, bondad, hermosura y omnipotencia. Aquí lo vislumbramos solo. Pero esos hermanos nuestros nos están llamando, para que no nos despistemos en esta vida, para que no perdamos el norte, para que tengamos presente hacia donde nos dirigimos. Nos dirigimos a contemplar el rostro de Dios; lo más grande que existe, la hermosura infinita, la felicitad plena, la verdad total, la luz que no se apaga, donde no hay tinieblas, donde no hay noche. Eso es lo que anhela el ser humano; lo que pasa que a veces lo busca mal y lo encuentra peor. Va buscando la felicidad, pero no sabe dónde encontrarla. Cree que está aquí o allá. Y la felicidad verdadera no está solamente aquí, en las cosas de este mundo, está en Dios. Hemos sido llamados para vivir en Dios, porque somos hijos de Dios, hijos a través de las aguas bautismales, hijos en el Hijo Jesucristo. La carta primera de Juan que hemos escuchado: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3, 1-2). Lo contemplaremos cara a cara. Esa va a ser nuestra felicidad. 3.- En esta múltiple motivación de fiesta celebramos hoy la Eucaristía para dar gracias a Dios por la restauración del templo parroquial y por la dedicación del altar. Realmente, como decía D. Rubén antes, ha quedado hermosísimo con un artesonado precioso, con una amplitud y esbeltez que son dignas de admiración. Contemplando las doce columnas están simbolizando la Iglesia fundada sobre Jesucristo como piedra angular y sobre las doce columnas apostólicas, los doce apóstoles. Jesús quiso fundar la Iglesia así. Los obispos somos los sucesores de los apóstoles, porque así lo quiso el fundador; y los apóstoles eligieron a sus sucesores para continuar la misión que el Señor les había encargado. Este templo, –vamos a llamarle con signo apostólico–, se entronca con la piedra angular, Cristo, y con el altar que hoy consagraremos. Cristo queda simbolizado en este altar porque Él es el sacerdote y, a la vez, la víctima. Cristo se ofreció en el altar de la cruz. Tenéis la imagen del Cristo de la Cruz, precioso, que ha sido ahora descubierto; y también se ha restaurado el retablo. Ahí es donde Jesús se ofreció de una vez para siempre, para la salvación de toda la humanidad. Su sacrificio en la cruz, en el Gólgota, se realiza y se actualiza de manera incruenta en el altar que hoy consagraremos. ¿Qué significa participar del sacrificio de Cristo? Estar dispuesto a hacer lo que hizo Él. No se puede comulgar con Cristo que se ofrece si no estoy dispuesto a ofrecerme. ¿Cómo darle gracias por la oblación de su vida, si no estoy dispuesto a dar nada de mi vida? Participar del altar exige mucho más de lo que pensamos. Realmente es gracia de Dios, pero también pide una respuesta nuestra. 4.- Trescientos del templo años son muchos; pero la parroquia es anterior. Quiere decir que vuestros antepasados, –aunque no fuera aquí y fuera en otro templo–, daban gloria a Dios, servían a Dios, obedecían a Dios para ahora contemplarlo en el cielo. Ha habido muchas generaciones, en una cadena con muchos eslabones, que han ido transmitiendo la fe unos a otros. Queridos hermanos, ¿estáis dispuestos a trasmitir la fe que os legaron los antepasados? Espero que no se rompa esa cadena ininterrumpida de centenares de años en que los cristianos de Teba han celebrado su fe, han dado testimonio de ella y la han trasmitido a sus hijos. Tenéis una tarea preciosa como testigos de Cristo ante las nuevas generaciones. Debéis inculcarles el amor a Dios, la fe, la esperanza cristiana, –eso es básico–; la celebración eucarística festiva y dominical, la obediencia a los mandamientos, porque eso es vida; no son unas normas duras de vivir, son más bien vida. El Señor nos regala la vida así. 5.- Os animo, queridos hijos de Teba, fieles cristianos de esta comunidad, a vivir vuestra fe con alegría y a transmitirla con gozo, con pasión, con verdad, con ímpetu, con valentía. No son tiempos fáciles los nuestros. Pienso que nunca ha habido una época fácil para los cristianos; nunca ha sido fácil vivir como cristiano, desde los albores del cristianismo. El primer diácono, Esteban, ofreció su vida en el martirio. El cristiano ha sido perseguido y lo será siempre, porque el mundo no quiere ver la luz, no quiere escuchar la verdad, no quiere contemplar la belleza verdadera. Se va por los caminos y por los derroteros que no conducen a ningún sitio. En este momento no es fácil dar testimonio de la fe, pero vivimos en pleno inicio del siglo xxi y nos toca ahora ser el eslabón en la vida de la Iglesia. Demos el testimonio que el Señor espera de nosotros. 6.- El evangelio ha cantado las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 3). Felices los que viven según estas máximas que Jesús enseñó en la montaña, cerca del lago de Genesaret. Pongamos atención, porque no es feliz el pobre por ser pobre; es feliz aquel que lo espera todo de Dios y que vive desprendido compartiendo todo lo que tiene, poco o mucho; es feliz aquel que confía en Dios plenamente. La simple pobreza no da la felicidad. Pero renunciar a los bienes por Cristo y compartir con Cristo en la persona del necesitado, eso sí que da felicidad. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5, 5). Bienaventurados no porque lloran, sino porque tienen entrañas de misericordia, porque se compadecen del otro. Vamos a entrar dentro de poco en el Año de la Misericordia que el papa Francisco nos ha regalado. Vamos a vivir la misericordia de Dios con nosotros. Y vamos a intentar ser misericordiosos con los demás; llorar con los que lloran, y reír con los que ríen; ayudar al pobre, al necesitado, al enfermo, al encarcelado, al anciano y al débil. Las bienaventuranzas son un camino precioso. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). Vamos a tener tiempo para meditar estas bienaventuranzas en este cercano inicio del año litúrgico y del Año Jubilar de la Misericordia. Os invito a que nos unamos con el Santo Padre a los gestos de misericordia que él nos va a invitar a hacer. 7.- Quiero agradecer el esfuerzo de todos los que habéis colaborado en la rehabilitación y restauración de este hermosísimo templo. En primer lugar, agradecer a quien ha animado todo este proceso, vuestro párroco, nuestro querido D. Rubén; y a todos los que le habéis acompañado. Todos y cada uno ponéis el granito de arena. Somos todos Iglesia. De la misma manera que hemos restaurado este templo de piedra, pues está formado de piedra y de otros elementos, ahora os invito a restaurar el templo espiritual. Hemos restaurado el templo material, que se ha embellecido, hermoseado y consolidado. Ahora, las «piedras vivas» que somos nosotros por el bautismo hemos de dejarnos encajar en la comunidad cristiana. Y, ¿qué hace el arquitecto y el cantero para que la piedra encaje? ¿Deja la piedra como está y la mete de cualquier manera? ¿Habéis visto cómo trabaja un cantero? El cantero coge el martillo de hierro y golpea diestramente quitando lo que sobra, los cantos romos o puntiagudos para que encaje y sostenga el edificio. Que no os sepa a mal si el Señor corta nuestras aristas, las puntas que pinchan, lo que estorba para que funcione la comunidad. Que no os sepa a mal cuando nos corrijan, cuando los pastores nos digan lo que conviene hacer. No nos gusta, a veces, pero hemos de saber encajar en la comunidad, cada uno en su sitio. Para eso hace falta que seamos tallados. Los diamantes no se usan en bruto; para usarlo y que queden hermoseados se tallan. Sois diamantes, queridos hijos de Teba e hijos de Dios, sois diamantes. Valorad lo que sois como hijos de Dios. Pero al diamante se le talla para que reluzca y brille. 8.- Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a darle gracias por lo que hemos hecho, que nos ilumine para seguir el camino y que nos de fuerzas para saber ser testigos hoy, en nuestra sociedad, en nuestro mundo. Damos gracias al Señor acompañados de la Virgen María, que siempre está a nuestro lado, amparándonos y protegiéndonos, acompañándonos en el camino sin perder la vista hacia dónde nos dirigimos, a la patria del cielo para cantar las alabanzas del Señor junto con los ángeles y santos. Que así sea. Más artículos de: Homilías Conmemoración de todos los fieles difuntos (Cementerio-Melilla)Encuentro de los Delegados Dioccesanos para el Clero de las Diócesis de Andalucía (Casa Diocesana-Málaga) Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir