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Curso "Máster" en Pastoral Familiar (Casa Diocesana-Málaga)

Publicado: 02/08/2015: 382

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Curso "Máster" en Pastoral Familiar, celebrada en la Casa Diocesana de Málaga el 2 de agosto de 2015.

CURSO “MASTER”

EN PASTORAL FAMILIAR

(Casa Diocesana -Málaga, 2 agosto 2015)

 

Lecturas: Ex 16, 2-4.12-15; Sal 77, 3-4.23-25.54; Ef 4, 17. 20-24; Jn 6, 24-35.

1.- Cuando el pueblo de Israel atravesaba el desierto, murmuró contra Moisés y Aarón diciendo: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad» (Ex 16, 3).

El pueblo necesitaba comer y beber, para no morir en el desierto; tal vez pensaba que Dios, que los liberó de Egipto, no se acordaba de ellos; el pueblo no se fiaba de Dios. Es posible que también los cristianos, que hemos sido salvados y hechos hijos de Dios por las aguas bautismales, pensemos que estamos abandonados de Dios. Y nos preocupamos qué comeremos y con qué nos vestiremos; pero Dios sabe mejor lo que necesitamos.

            Pero el Señor comunicó a Moisés que daría alimento en abundancia: «He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles: Al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro» (Ex 16, 12). De este modo el pueblo fue testigo de la providencia divina: «Por la tarde una bandada de codornices cubrió todo el campamento; y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento» (Ex 16, 13).

2.- Dios provee abundantemente a nuestras necesidades materiales. Somos nosotros los que estamos obsesionados por lo material; incluso preocupados por bienes que no son de primera necesidad. Hagamos revisión para verificar si vivimos como los paganos de nuestro tiempo, preocupados solamente por el alimento que perece. Hemos de tener mayor confianza en el Señor y en su providencia.

            El Señor nos otorga el alimento que perdura, el “maná” del cielo (cf. Sal 77, 24). Y eso lo hemos de contar a las generaciones futuras: «No lo ocultaremos a sus hijos, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su poder, las maravillas que realizó» (Sal 77, 4);

3.- El evangelio de hoy narra el diálogo entre Jesús y la gente de su tiempo sucedido después de la multiplicación de los panes. La gente buscaba a Jesús (cf. Jn 6, 24) por el alimento material, como él mismo les dice: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros» (Jn 6, 26).

            Jesús, como buen pedagogo, ayuda al interlocutor a trascender la realidad inmediata, para llegar a lo espiritual, como hizo con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 10-14). Jesús quiere que la gente entienda que lo más importante es el alimento celeste, que es él mismo. Anima a la gente a dar el paso desde el alimento material al espiritual: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27).

            Les recuerda que el alimento que sus padres comieron en el desierto no fue dado por Moisés, sino por Dios-Padre; y que ahora les da el verdadero pan: «No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo» (Jn 6, 32).

            Jesús se define como el pan de vida: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás» (Jn 6, 35).

4.- La gente alimentada por Jesús no había comprendido que aquel pan, bendecido y repartido entre muchos, era signo del amor de Jesús mismo. Habían dado más valor al pan material que a quien se lo daba. Este mañana en el rezo del Angelus el papa Francisco ha comentado a este respecto: “Ante esta ceguera espiritual, Jesús evidencia la necesidad de ir más allá del don y descubrir y conocer al donante. Dios mismo es el don y también el donante” (Papa Francisco, Angelus. Vaticano, 2 agosto 2015).

            A partir del pan material se puede descubrir a quien lo regala, es decir, a Dios. Jesús nos invita a dar un salto hacia el infinito; a abrirnos a la dimensión trascendente; a no preocuparnos tanto de los bienes materiales. Naturalmente que los necesitamos; pero eso Dios ya lo sabe y nos cuida con su providencia amorosa.

            Jesús nos invita a comer un alimento de inmortalidad, que lleva a la vida eterna, como a la samaritana con el agua. En realidad, nos está invitando a buscar a Dios, para encontrarnos con él.

Claramente es una referencia a la Eucaristía, donde Jesucristo se nos ofrece como comida espiritual, que lleva a la vida eterna. Jesús es el verdadero “pan de vida”, que nos lleva a su vez a saciar el hambre de nuestros hermanos más necesitados.

5.- Iniciáis hoy el “Master de Familias”, con el deseo de profundizar en la riqueza de la institución matrimonial y de vivir con mayor gozo cada día la entrega y el don de sí en el ámbito familiar.

            Las lecturas de hoy, de modo progresivo, nos han enseñado la importancia del alimento material para mantener la vida; pero es mucho más importante el don de sí mismo. Los padres cuidáis a vuestros hijos, cubriendo sus necesidades materiales de alimento, vestido, casa, formación.

            Pero no es lo mismo ofrecer cosas, que darse a sí mismo. Este es un segundo nivel, mucho más importante y más difícil. Un joven fue enviado por sus padres a prestigiosa universidad en el extranjero; lo tenía todo pagado, no le faltaba nada; pero sus padres solo iban a verle una vez al año. Una de esas veces el padre le dio a su hijo una buena cantidad de dinero para sus gastos; pero el hijo le respondió: “Papá, no necesito tu dinero; te necesito a ti”. La donación entre los esposos y entre los demás miembros de la familia es mucho más que un simple ofrecimiento de bienes materiales.

Pero aún existe un modo más pleno de darse. Cuando los esposos se entregan mutuamente, con amor exclusivo y total, cada uno de ellos continúa manteniendo la propia identidad personal.

El Señor Jesús entregó su vida por amor; y se ha entregado del modo más profundo y perfecto que podía suceder: se nos ha dado como alimento. De este modo quedamos asimilados a él; somos divinizados en él; nos va transformando en personas nuevas. Esta relación es la más íntima y profunda que existe. Ahora en la eucaristía vamos a ser transformados por él; y su amor nos compromete a amar a los demás.

6.- La diócesis de Málaga os acoge con mucho cariño desde hace varios años. Para acogeros debidamente hemos hecho unas obras en el antiguo monasterio ubicado en el llamado “Monte Calvario”. Algunos de vosotros ocuparéis hoy por primera vez ese edificio transformado. Lo hemos bendecido esta mañana, pidiendo al Señor que acoja y cuide a todos los que os alojaréis en aquellas estancias. Lo hemos bautizado con el nombre de edificio “Betania”.

Los otros ocuparéis el antiguo Seminario menor, que habéis ocupado otros años; pero que ha sido rehabilitado. Lo llamamos edificio “Tabor”.

            Los que os alojéis en “Tabor” debéis vivir días de “Tabor”; y los que estéis en “Betania”, intentad vivir días de “Betania”. Y todos procurad que estos días sean simultáneamente días de “Tabor” y de “Betania”.

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos acompañe y nos sostenga en la búsqueda y en el seguimiento de su Hijo Jesús, pan vivo bajado del cielo, que dura para la vida eterna. Amén.

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