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Pentecostés (Catedral-Málaga)

Publicado: 24/05/2015: 210

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la celebración de Pentecostés, en la Catedral de Málaga el 24 de mayo de 2015.

PENTECOSTÉS

(Catedral-Málaga, 24 mayo 2015)

 

Lecturas: Hch 2, 1-11; Sal 103, 1.24.29-34; 1 Co 12, 3-7.12-13; Jn 20, 19-23.

 

Misión evangelizadora de la familia cristiana

1.- Pentecostés: viento huracanado

Un saludo fraternal a los sacerdotes concelebrantes, de modo especial, a los que acompañáis como consiliarios a las distintas asociaciones, movimientos y grupos eclesiales; a los que tenéis responsabilidad en la diócesis en este campo del apostolado seglar.

Saludo cordialmente a todos los fieles, de modo particular a los que pertenecéis a los distintos movimientos, asociaciones, cofradías, hermandades, realidades eclesiales y grupos diversos.

Y también quiero saludar al grupo de sordo-mudos que están presentes y que se les ofrece traducción simultánea.

            El día de Pentecostés estaban los discípulos juntos en el mismo lugar (cf. Hch 2, 1) y «de repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados» (Hch 2, 2).

El viento huracanado, queridos fieles, empuja y arrastra lo que está mal construido. Esto lo vemos de vez en cuando, por desgracia, en las noticias con que algunos huracanes destruyen tantas casas; destruyen sobre todo aquello que está débilmente afianzado. La vida del cristiano debe estar fundamentada sobre roca: «El que escucha estas palabras mías –decía Jesús– y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca» (Mt 7, 24-25).

¿Dónde tenemos nosotros los fundamentos? ¿Sobre quién hemos edificado nuestra vida y la vida de nuestra asociación, grupo o movimiento? ¿Sobre reglas, sobre normas, sobre objetivos más o menos humanos? O, por el contrario, ¿estamos afianzados sobre la roca que es Cristo?

Pero el viento, además de destruir, también puede renovar y cambiar. Cuando un ambiente está enrarecido solemos abrir puertas y ventanas para que se ventile, para que se limpie el ambiente, para que podamos respirar mejor. La vida del cristiano debe ser renovada en el Espíritu y ese viento nos convierte al Señor.

En esta fiesta, pues, el signo del viento nos ayuda a dos consideraciones: una, a tener cuidado de que no se hunda nuestra casa, nuestra vida personal, comunitaria y asociativa; y otra, necesitamos el viento del Espíritu como aire que renueva, dejemos pasar al aire del Espíritu, abramos las ventanas, no nos encerremos en nuestro grupo. Hemos de abrirnos a los demás, abrirnos a la Iglesia.

2.- Pentecostés: fuego

El otro signo de Pentecostés es el fuego: «Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos» (Hch 2, 3).

El fuego quema lo que no sirve; destruye lo inútil y lo que no resiste, lo que no tiene valor, la paja respecto al oro. El fuego purifica, acrisola y aquilata. Nuestros corazones necesitan ser aquilatados por el fuego del Espíritu Santo para que nuestras obras tengan peso específico, valor. Y la norma, el metro, la medida es siempre el amor. Sólo podemos usar una medida: el amor de nuestros actos y de nuestra vida personal y comunitaria.

El Espíritu aparece también en el Antiguo Testamento como la gran promesa escatológica (cf. Isaías, Ezequiel y Joel), es decir, como un don para el final de los tiempos. Esta promesa se concretiza en tres grupos de personas: en el Mesías –que es Cristo, en su persona y vida–, en toda la comunidad y en cada uno de sus miembros, en todos ellos estará de manera permanente.

Así se comprende mejor la afirmación de que todos quedaron llenos del Espíritu Santo y unas lenguas como llamaradas se posaban sobre cada uno de ellos.

Hemos de permitir, queridos fieles, que el Espíritu pose sobre nosotros, nos invada y habite. El signo es esa llama encendida que quemará lo que no sirva y, positivamente, nos calentará, nos hará ser más familia, vivir con mayor comunión.

3.- Pentecostés: unidad y diversidad

Los discípulos «se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse» (Hch 2, 4).

En Jerusalén, el día de Pentecostés, «acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua» (Hch 2, 6): partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto; ciudadanos romanos (cf. Hch 2, 9-10). En aquella época citar todas estas lenguas de tan distintas procedencias era nombrar a todo el mundo conocido. Todos entendían a los discípulos llenos del Espíritu Santo.

  Necesitamos vivir la unidad en la diversidad: la aceptación y comprensión de los otros carismas, de los otros servicios, de las otras actividades: «Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos» (1 Co 12, 4-6).

  En el ejercicio del discernimiento, la señal de que se actúa, según el Espíritu de Dios, y no según criterios humanos, se descubre en la convivencia de lo diverso, en la aceptación de lo contrario, tanto a nivel personal, como comunitario.

  Los que se mueven por el Espíritu Santo son capaces de convivir juntos, a pesar de la diferencia; son capaces de perdonar; saben ceder la propia forma de pensar, para alcanzar la coincidencia con los demás; gozan de libertad interior, y se sienten libres de testimoniar la fe, a la hora de convivir en medio de la diversidad, saben reconocer y valorar el don de los demás; gustan el sabor de la novedad permanente y de la fidelidad al Evangelio.

  ¿Vivimos así nosotros? ¿Nos dejamos enriquecer por las posturas, los dones, las facultades, los carismas de los otros que no pertenecen a mi grupo, ni a mi movimiento, ni a mi asociación? ¿Qué aporto yo a la Iglesia desde mi carisma? ¿Soy capaz de dialogar, convivir, aceptar a los demás? Esto es un don del Espíritu, pero es también una tarea de cada uno de nosotros. El Espíritu nos lo regala, pero hemos de hacer un esfuerzo por sentir, ser y vivir como hermanos de la misma familia, como miembros de la misma comunidad, como fieles de la misma Iglesia, como discípulos del mismo Señor.

4.- Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar

El lema de este año para la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que hoy celebramos, se titula: Familia cristiana, apóstoles en el mundo.

Los obispos de la Comisión episcopal de Apostolado Seglar nos han ofrecido un Mensaje, que remarca que “el anuncio del Evangelio de la familia constituye una urgencia para la nueva evangelización. Esta tarea es responsabilidad de todo el pueblo de Dios”.

En el seno de la Iglesia existen diversas vocaciones, carismas, ministerios, condiciones de vida y responsabilidades que se complementan. Como propone la exhortación Christifideles laici (n. 20), gracias a esa diversidad y complementariedad, cada fiel laico está en disposición de ofrecer su propia aportación. Toda vocación cristiana es, pues, una vocación al apostolado, a la misión.

5.- Misión evangelizadora de la familia

La familia debe tomar conciencia gozosa de su misión evangelizadora en la Iglesia (cf. Relatio Synodi-2014, 30), asumiendo su responsabilidad y pasando a ser protagonistas, como consecuencia del bautismo y fruto del compromiso sacramental del matrimonio.

La familia cristiana se enfrenta hoy a un gran cambio social: “La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno” (Evangelii gaudium, 66).

Acabamos de ver, ayer en Irlanda, la aprobación por sufragio del matrimonio de dos personas del mismo sexo. Este es el mundo en el que vivimos. Pero el testimonio de los cristianos por estar fundados en Cristo, en su Persona, hemos de vivir lo que Cristo nos pide, no el seguir las modas del momento que, por cierto, cambiarán. Esto no es nuevo. Si estudiamos la época y la cultura greco-romana hay muchas cosas que sucedieron hace dos mil años y pasaron. Las modas pasan, pero Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre.

6.- Fundamento de la familia

La familia es una comunidad de vida y amor; vida y amor son dones que reciben de Dios y son a la vez frutos de la familia, que implican donación personal y total, unidad, fidelidad. Las familias deben estar siempre al servicio de todos sus miembros, especialmente de los niños, los enfermos y los más ancianos, que son los más vulnerables.

La oración compartida en el seno de la familia ayuda a construir la comunión.

Nuestra misión y tarea están fundamentadas en el bautismo y alimentadas por la Palabra de Dios y los sacramentos. Esa es nuestra fuerza. El Señor envío su Espíritu hoy a su Iglesia, hoy es Pentecostés. Hoy no solamente celebramos lo que ocurrió en Jerusalén. Hoy es Pentecostés. El Espíritu llena nuestra alma, infunde su amor y sus dones en nosotros, ilumina nuestra mente, foguea nuestro corazón, nos limpia con su viento huracanado purificando el ambiente.

Vamos a pedirle al Señor que, a cada uno, donde esté, le ayude a vivir la triple misión bautismal: la misión sacerdotal, profética y real. Que las vivamos personalmente y en familia; que las vivamos también en asociación, en el ámbito asociativo.

Y vivamos con alegría la recepción de los dones del Espíritu Santo que hoy quiere regalarnos (cf. Gál 5, 22), dejando que fructifiquen en nosotros. Abramos nuestro espíritu y nuestra alma. Seamos testigos valientes del Evangelio y testigos de la belleza de la familia tal como la quiere el Señor, apoyando todo aquello que la pueda ayudar, regenerar y hacerla crecer.

  Le pedimos a la Santísima Virgen María que interceda por todos los cristianos y de modo especial, hoy, por todos los laicos, para que sepan vivir compartiendo la diversidad de dones y aceptando los dones y carismas que el Señor ha concedido a los demás. Amén.

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