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Eucaristía con la participación de la Asociación Fe-Cultura (Málaga)

Publicado: 21/12/2013: 260

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía con la participación de la Asociación Fe-Cultura, celebrada en Málaga el 21 de diciembre de 2013.

EUCARISTÍA CON LA PARTICIPACIÓN

DE LA ASOCIACIÓN “FE – CULTURA”

(Málaga, 21 diciembre 2013)

 

Lecturas: Is 7,10-14; Sal 23,1-6; Rm 1,1-7; Mt 1,18-24.

1.- La lectura del Evangelio de hoy nos presenta a las dos figuras principales del Adviento, y además como matrimonio, María y José. Quisiera detenerme en esta figura a veces tan descuidada o aparcada, que va recuperándose; ahora en la liturgia ya se nos ha pedido que volvamos a decir en el Canon el nombre de José cuando se diga el de María, para volver a darle esa importancia que tiene a nivel de Iglesia universal, como gran custodio de los dos tesoros más preciosos del Señor: su Hijo y su madre.

El evangelista Lucas narra la generación de Jesucristo: «María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18). Es un acontecimiento humanamente incomprensible; se trata de una actuación extraordinaria de Dios.

San José es quien asume la misión de padre en el misterio del Nacimiento de Jesús. En muy pocas líneas el evangelista da a entender la prueba de fe que sufrió José, el esposo de María, cuando percibió la futura maternidad de su prometida. Aunque el autor sagrado narra la especial moción interior que acompañó en aquella hora al varón justo, seguro que no dejó de vivir momentos de intensa soledad y sufrimiento.

«José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado» (Mt 1,19).

El tiempo que transcurrió desde que San José fue consciente de los hechos hasta que decidió retirarse y repudiar en secreto a María, debió de ser terrible en el corazón de quien temía a Dios y amaba a la joven nazarena.

2.- En medio de esas dudas, San José guarda silencio y «apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1,20).

La reacción respetuosa de San José ante los acontecimientos, dio posibilidad a que socialmente todo aconteciera con normalidad. Su discreción no provocó una situación compleja de difamación ante la Virgen.

El silencio deja crecer el misterio en la esperanza. El misterio de nuestro encuentro con Dios se comprende en un silencio que no busca publicidad. Sólo el silencio custodia el misterio del camino que el hombre cumple con Dios: “Cuando no hay silencio en nuestra vida, el misterio se pierde, se va. ¡Custodiar el misterio con el silencio!” (Papa Francisco, Homilía en Santa Marta, Vaticano, 20.12.2013).

Si guardamos silencio probablemente podremos dejar que crezca el misterio que no entendemos. Podremos dejar que la obra de Dios se realice en nosotros y en los otros.

El silencio de José como el de María, un silencio orante, un silencio que acoge lo incomprensible, son una lección para nosotros ante esas circunstancias que no conocemos. Nosotros, a veces, ante circunstancias que parecen evidentes a la razón humana, pero inexplicables a la voluntad de Dios, tal vez, no guardamos la misma actitud de silencio, de oración y de acogida. Nosotros somos más valientes y nos revelamos, y criticamos incluso al Señor. Y le pedimos cuentas a Dios. José no le pidió cuentas a Dios y la Virgen tampoco.

Más que nunca se demuestra que el silencio hizo posible la Palabra. La Palabra de Dios cae como la lluvia en el silencio. La actitud del desposado con María de Nazaret, nos demuestra la calidad de su persona, su sensibilidad, discreción, prudencia, y verdadero cariño por la que estaba comprometida con él para ser su mujer.

La pregunta que nos podemos hacer es si nosotros somos capaces de guardar ese silencio orante ante algunos acontecimientos que nos parecen que están claros y del que no tenemos ninguna duda. Queremos hacernos dueños de la verdad y a lo mejor el Señor ha hecho una de las suyas y nosotros no entendemos, aunque le demos una explicación humana, racional.

3.- San José se convierte de este modo, en ese silencio orante, con esa prudencia en el custodio de María y de Jesús.

«Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer» (Mt 1,24). Acogió a su mujer y al hijo que llevaba en sus entrañas, a los dos.

San José se ha convertido en modelo de protector. Dios se fio de él para que cuidara a las personas más sagradas de la historia. Es por antonomasia el Custodio. El papa Francisco, que inició su pontificado el día 19 de marzo, nos presenta a san José como ejemplo para la misión que cada uno podemos tener de custodiar a todas las personas a nuestro cargo, sobre todo a las más débiles, y a nosotros mismos.

El Señor también nos da una misión de custodios o de una persona enferma, anciana, niña, débil; o de acontecimientos; o de una misión eclesial. Y San José puede ser nuestro modelo de saber proteger a aquello que el Señor nos ha pedido que custodiemos; puede ser un carisma, una tarea apostólica, una persona, una institución.

¡Qué amargo es cuando fieles cristianos católicos critican “sin ton ni son” a su misma Iglesia! ¡Qué penoso es que desde dentro destrocemos a nuestra propia familia! ¡En vez de custodiarla con cariño, en vez de guardar silencio muchas veces!

Podemos pedir la intercesión del santo patriarca en favor de nuestras familias. A él, que supo actuar con amor y respeto, pedirle que las custodie de todo mal, especialmente en el amor mutuo.

4.- Este acontecimiento tiene especiales repercusiones en la vida del creyente. Ante los graves interrogantes e incomprensibles situaciones surgen en nuestro corazón preguntas angustiosas también.

El creyente se encuentra a veces en situaciones difíciles. Y se pregunta cómo es posible que Dios actúe de esa manera en nuestras vidas. Ante la presencia de cualquier mal grave sea a nivel personal, familiar o internacional nos interrogamos por la eficacia real del gobierno de Dios. No es fácil entrar silenciosamente en el misterio de Dios y su modo de proceder en la historia. Pues, pidamos a San José que nos ayude a penetrar en ese misterio para que el misterio se haga posible, se realice, se actúe.

Hemos sido elegidos, como san Pablo, para anunciar el Evangelio: «Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre» (Rm 1,5). Esa tarea apostólica ojalá la sepamos realizar con esa actitud de José.

5.- Estamos celebrando hoy la misa por el eterno descanso del cardenal Ricardo Mª Carles, que fue el director general de la Asociación. Él pidió permiso al Arzobispo de Valencia para ser enterrado en la Basílica de la Virgen de los Desamparados y sufragó los gastos del sepulcro. Pidió que se pusiera en la lápida sus datos escuetamente y una frase: “Vivo lo que creí”. Vivo ahora lo que durante mi vida lo viví por la fe.

Durante la vida vivimos las realidades espirituales del misterio de Dios por la fe y la esperanza. Pero estas dos virtudes acaban el día de nuestra muerte temporal; solo el amor perdura en vida terrena. Un epitafio precioso: “Vivo lo que creí”. Ahora no necesito creerlo, ni esperarlo. Ahora, ¡ya lo vivo! Pero me ayudó el tener fe, el creerlo antes, me preparé antes con la fe y la esperanza, viviéndolo con amor en la vida terrena. Y ahora ya sin necesidad de fe y esperanza estoy en la presencia del Amado que siempre deseé. Un epitafio precioso.

6.- El lema episcopal del Cardenal Ricardo María coincide que es el mismo que un servidor elegí años más tarde: «Que todos sean uno» (Jn 17, 21), el pedir por la unidad de todos los cristianos, con una visión ecuménica y eclesial. «Ut unum sint», «Que todos seamos uno».

Pues, que el Señor nos ayude a vivir esa realidad y a reconfortarnos para ahora vivirlo con las tres virtudes teologales y poder después disfrutarlo en presencia y en presente permanente, no en futuro. Y recordad, el epitafio no dice “viviré”, sino “vivo lo que creí”. ¡Ya lo vivo!

Que la Virgen con su silencio orante nos ayude, junto a San José, a vivir estas realidades. Que así sea.

 

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