DiócesisHomilías

Colación de Ministerios de Lector y Acólito (Seminario-Málaga)

Publicado: 15/12/2013: 309

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la colación de Ministerios de Lector y Acólito, en el Seminario de Málaga el 15 de diciembre de 2013.

COLACIÓN DE MINISTERIOS DE LECTOR Y ACÓLITO

(Seminario-Málaga, 15 diciembre 2013)

 

Lecturas: Sof 3, 14-18; Sal (Is 12, 2-6); Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18.

(Domingo de Adviento III - C)

1.- Un saludo fraternal a los superiores del Seminario, a los demás sacerdotes y a quienes habéis querido acompañar a estos jóvenes, que van a recibir los ministerios de Lector y Acólito. A vosotros, queridos seminaristas mayores y menores, que habéis estado de convivencia; a vuestros padres y familiares, que venís a rezar y acompañar a estos jóvenes, a quienes se les conferirán unos ministerios de servicio.

La liturgia nos ofrece hoy la celebración del domingo de Adviento llamado “Gaudete”, domingo de la alegría, en el que se nos invita a gozar de la alegría por la próxima venida del Señor. Celebramos su Encarnación y su entrada en la historia humana.

El profeta Sofonías, que nos acompaña con sus escritos de esperanza, proclama con fuerza: «¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén!» (Sof 3, 14). El motivo de tanta alegría es el perdón de los pecados que se nos ofrece y, sobre todo, la presencia del Hijo de Dios junto a nosotros: «El Señor, Rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal» (Sof 3, 15). Nunca había ocurrido en la historia que Dios se encarnara y habitara entre los hombres.

Esperamos con alegría celebrar el cercano nacimiento de Jesús. Dios se hace hombre, encarnándose en el seno de la Virgen María, y nace en un pobre portal de Belén. El Verbo eterno, sin dejar de ser Dios, se hace hombre, para acercarse a nosotros y elevarnos a su condición divina. ¡Qué gran misterio de amor!

Belén nos habla de pobreza, de desprendimiento y de amor. Resulta paradójico que un acto sencillo de pobreza se haya convertido en el momento histórico más importante para la humanidad. En el plan de Dios este momento de la Encarnación del Verbo constituye la “plenitud de los tiempos” y para la historia humana ha sido un momento crucial, que ha dividido el tiempo en un antes y un después. Una nueva era ha iniciado para la humanidad entera; por eso puede regocijarse por la presencia de Dios en la tierra. San Pablo nos exhorta a vivir la alegría: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Flp 4, 4). La cercanía de Dios a los hombres es motivo de alegría para todo el mundo (cf. Flp 4, 5).

2.- El ser humano, como nos recordaba el papa Pablo VI, experimenta un deseo natural de comprender y dominar el mundo con su inteligencia; aspira a lograr su felicidad. ¿Quién de nosotros no quiere ser feliz? Todo ser humano busca la felicidad. El hombre desea alcanzar su realización a la que está llamado y encuentra su satisfacción en la posesión de un bien conocido y amado (cf. Santo Tomás, Suma teológica, I-II, q.31, a.3). “De esta manera el hombre experimenta la alegría cuando se halla en armonía con la naturaleza y sobre todo la experimenta en el encuentro, la participación y la comunión con los demás. Con mayor razón conoce la alegría y felicidad espirituales cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como bien supremo e inmutable (Gaudete in Domino, 6).

Queridos seminaristas, que hoy vais a recibir los ministerios del Lectorado y del Acolitado, experimentad el gozo de la armonía con la naturaleza y con vosotros mismos; experimentad el júbilo de la comunión con el Señor y la alegría del encuentro y del servicio a los demás. El Acolitado y el Lectorado son dos ministerios, dos servicios. A ver si sois capaces de encontrar la alegría en el servicio. Hoy se os van a confiar unos ministerios de servicio a la comunidad cristiana. ¡Desempeñad estos oficios con generosidad y gozo en el Señor! No son títulos de honor, ni bonos de enriquecimiento; son simplemente servicios, para que la comunidad cristiana funcione de manera adecuada.

Son para vosotros, además, etapas en el proceso de la vocación a la que el Señor os llama; don peldaños en la subida hacia el ministerio sacerdotal, que es el mayor servicio. ¡Recorred esas etapas y subid esos peldaños! Queridos chavales, mirad a estos jóvenes, que también tuvieron vuestra edad y escucharon la voz del Señor; y fueron recorriendo las etapas sin quemarlas. Cada uno tiene que recorrerlas según su ritmo y su proceso de crecimiento; no hay que mirar de reojo a nadie, por si tiene un año más o menos, o si va un curso delante o detrás. La respuesta es personal ante el Señor; cada uno tiene su ritmo. ¡Mantened cada uno el ritmo que el Señor os pida!

3.- Como jóvenes, que vivís la fe y os habéis encontrado personalmente con el Señor, podéis ser testigos veraces entre los demás jóvenes del amor de Dios. Muchos de vuestros coetáneos no han descubierto la belleza de la fe y no participan de la alegría que ella ofrece. Hay muchos jóvenes tristes, que viven vacíos y sin alegría, dando tumbos.

Muchos no creyentes viven en la tristeza por no haber conocido la bondad de Dios y por no haber experimentado el bien, la verdad y la libertad, que emanan de Él; sin conocerlo, no pueden amarlo. Pero han sido creados a imagen de Dios y para vivir como hijos suyos. San Agustín nos recuerda nuestro destino último: “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones, I, c.l).

¡Ojalá vuestra vida sea un claro reflejo de la bondad divina y vuestro servicio a la Iglesia transparente la actitud del Siervo de Yahveh, que ofreció su vida en rescate por los hombres! Él no vino a ser servido, «sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28).

4.- Según el Evangelio de hoy la gente preguntaba a Juan el Bautista lo que debía hacer para ser mejor y convertirse (cf. Lc 3, 10). La respuesta que escuchan les invita a repartir con generosidad lo que tienen: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo» (Lc 3, 11). El Bautista va dando a cada uno la respuesta ajustada a su situación (cf. Lc 3, 14); porque le preguntaron gentes sencillas, soldados, hombres de leyes.

Queridos seminaristas, buscad la respuesta en vuestro corazón y ofreced al Señor lo mejor de vuestra vida. Todos podemos ofrecer algo de nosotros mismos; los más pequeños tenéis también la posibilidad de ofrecerle al Señor alguna actitud que cambiar, alguna obra buena que hacer. Preguntadle al Bautista: ¿Qué tengo que hacer para ser mejor, para amar más al Señor, para servir mejor a los hermanos? Seguro que todos encontramos una respuesta; mejor aún, podemos encontrar muchas repuestas, porque podemos hacerlo de muchas maneras.

Quienes vais a recibir hoy los ministerios de Lector y de Acólito ofrecéis a Dios vuestro servicio en el altar. Proclamar la Palabra de Dios es una misión muy exigente, que obliga en primer lugar a la escucha atenta de la misma y a su interiorización en el alma. Servir en la Eucaristía significa participar en la entrega de Jesucristo en la cruz y estar dispuestos a ofrecer la propia vida.

5.- Como maravilloso ejemplo de cómo vivir la alegría tenemos a la Virgen, la llena de gracia. Acogiendo el anuncio del ángel se deja desbordar su alegría ante su prima Isabel y exclama: «Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador... Por eso, todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 46-48).

Ella ha comprendido que Dios hace maravillas: su Nombre es santo, su misericordia es eterna, ensalza a los humildes, es fiel a sus promesas. ¿Habéis entendido esto, queridos seminaristas? Dios es fiel a sus promesas y ensalza a los humildes.

Ella medita los signos de Dios, guardándolos en su corazón; y no ha sido eximida de los sufrimientos, pues sabe estar al pie de la cruz, asociada al sacrificio de su Hijo. El Señor no os va a ahorrar sufrimientos; esto debéis saberlo desde el principio. Sobre todo, ella vive la alegría de la Resurrección. “Ella es la primera redimida, inmaculada desde el momento de su concepción, morada incomparable del Espíritu, habitáculo purísimo del Redentor de los hombres; ella es el mismo tiempo la Hija amadísima de Dios y, en Cristo, la Madre universal” (Pablo VI, Gaudete in Domino, 34).

A ella debéis acudir; a ella debemos acudir todos. Pidamos a nuestra Madre, la Virgen María, que interceda por nosotros y nos proteja en el camino de la vida terrena para llegar feliz y alegremente a gozar de la vida eterna. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo