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Retiro a los seminaristas (Seminario-Málaga)

Publicado: 06/12/2013: 274

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Retiro a los seminaristas (Seminario-Málaga) celebrado el 6 de diciembre de 2013.

RETIRO A LOS SEMINARISTAS

(Seminario-Málaga, 6 diciembre 2013)

 

Lecturas: 2 Co 5, 17-21; Sal 102, 1-9.13-14.17-18; Jn 19, 25-27.

 

La Virgen María, madre de la reconciliación

1.- La Iglesia ha ido rezando y profundizando en el misterio de la redención; y también en la figura de María y en su misión dentro de la Iglesia. Como sabéis los dogmas tienen su proceso y su historia, lo que ocurre es que la fe de lo que la Iglesia vive en un momento determinado cristaliza o concreta en un título o en un dogma concreto.

La fe de la Iglesia, por tanto, ha ido creciendo y madurando hasta ver, contemplar y apreciar lo que significaba María dentro de la misma Iglesia como Madre del Redentor. En ese sentido se han ido haciendo esos dogmas que decíamos, declarando o proclamando como verdad a creer por parte de los fieles.

2.- Respecto a la Virgen, desde el principio, la Iglesia veía en Ella como madre de Jesús, sabiendo que Jesús era la paz, la reconciliación entre Dios y los hombres. Quitó el muro, las barreras que nos separaban, el que perdona nuestros pecados con su ofrenda en la cruz.

Por tanto, la Madre de Jesús, María es la Madre del Señor, la Madre que nos trae la paz, Cristo. Esta misma idea la va profundizando a través de la historia y en cada momento se la ha ido dando como un nombre a esa expresión de fe hacia la Virgen. Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia, 35, dice: «por su maternidad divina fue hecha colaboradora de Dios en la misma obra de la reconciliación». Una forma claramente de vivir, disfrutar y gozar de María como madre de la reconciliación. La Iglesia ha visto siempre a María vinculada al reconciliador, al mediador único entre Dios y los hombres. La Madre del mediador es una gran intercesora en esta tarea de la reconciliación entre Dios y los hombres.

3.- Uno de los títulos, que hace ya, al menos ocho siglos, se le dio a María fue la de «Refugio de pecadores». Las letanías del pueblo cristiano fiel han ido piropeándole, expresándole lo que sentía respecto a esa maternidad de María.

Y en el tema de hoy de la relación de María con la reconciliación, con los pecadores, con la redención, ha visto siempre el pueblo fiel que la Madre es Madre de reconciliación porque trae la paz al mundo, a Cristo; que es refugio de pecadores; que es intercesora en la reconciliación.

A veces, se ha criticado a los católicos, por parte de sobre todo el mundo protestante, de que divinizamos demasiado a María; pero no divinizamos más de lo que está divinizada. También el Señor reconciliándonos nos diviniza; es decir, nos hace más suyos, nos limpia de todo el pecado y de toda la mancha, de toda la porquería de nuestro egoísmo. Por tanto, también es una forma de divinizarnos. La Virgen queda sin mancha y queda divinizada en ese sentido; pero no porque no sea mujer, no sea un ser humano. Ella es un ser humano, no es Dios, cosa que Jesucristo sí lo es. Y poniéndolo en su punto es la Madre de Jesús, la Madre del Hijo de Dios.

4.- Sí que podemos, por tanto, pedirle con toda confianza como intercesora, como refugio nuestro, como Madre de reconciliación, como la Madre de quien trajo la redención y la paz al mundo acudir a Ella.

En la carta a los Corintios que hemos escuchado ahora, Pablo insiste que el tema de la reconciliación hace a la criatura nueva. Quien se reconcilia en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado (cf. 2 Co 5, 17). Es una criatura nueva, hay una novedad radical, ontológica, no es una simple suciedad externa la que ha limpiado el Señor, es una redención interna, es un cambio.

«Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo» (2 Co 5, 18). Nos reconcilió es que nos pasa de un estado de vieja criatura a nueva criatura. Ha sido necesaria la presencia de una mujer para que pudiera encarnarse el Hijo de Dios y reconciliar a la humanidad.

5.- Debemos estar agradecidos a Dios, agradecidos a la Madre, a quién se les trastocaron sus planes, -como nos puede pasar a nosotros, hemos de estar abiertos a ello- se le trastocaron los planes que tenía por aceptar la voluntad del Señor.

Y pedirle que nos ayude a vivir y aceptar esa reconciliación que su Hijo nos trae. La Madre del Redentor es Madre de reconciliación. Acudamos a Ella para que el Señor opere en nosotros ese cambio ontológico, ese ser nueva criatura, que significa estar reconciliado con Dios.

En el Salmo responsorial hemos recitado con alegría, casi con palabras de la Virgen: «Bendice, alma mía. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura» (Salmo 102, 3-4).

«El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo» (Salmo 102, 8-9).

Ya podemos agradecer al Señor y bendecir por todo esto. ¡Bendice alma mía al Señor por todo esto! Porque con la acción redentora nos permite una vida nueva.

6.- Los títulos de “Reconciliadora de los pecadores”, de “Madre de reconciliación”, de “Refugio de los pecadores” lo hemos utilizado en la oración colecta y lo seguiremos utilizando en la oración de las ofrendas y en el prefacio. Toda la eucología de la misa está como haciendo eco en nuestro oído y en nuestro corazón de lo que María ha significado en la historia de la Salvación.

Podemos decírselo de muchas maneras, pero al final es la acción intercesora de María. Esa es la palabra más adecuada.

Cuando se dice la palabra mediación decimos también que María es medianera de toda la gracia; pero eso puede sonar a la mediación que hace el Hijo. El único mediador, no hay más mediadores ni mediadoras, es Cristo entre Dios y los hombres. María es mejor que hablemos de intercesora. También media, por intercesión lógicamente, entre el Hijo y nosotros. Pero no entre el Padre y la humanidad, en el sentido propio del Hijo. Eso sólo le corresponde al que es Pontifex, al puente entre Dios y los hombres, al que es Dios y hombre. Esa es la mediación, el que realiza la reconciliación. Y María colabora en esta obra, intercede por nosotros ante su Hijo. María nos proporciona al Hijo.

Cuando hablemos es bueno que maticemos para que no identificar la acción de María con la acción del Hijo, Jesucristo.

7.- Bien, pues toda la celebración de hoy rebosa de terminología, de petición y de acción de gracias considerando a la Virgen como esa intercesora, como esa Madre de donde nace todo. A Ella le viene todo de la maternidad, por eso es “Refugio de pecadores”, “Madre de la reconciliación”, porque es Madre del Reconciliador, o Madre del Mediador entre Dios y los hombres.

Disfrutemos de la reconciliación que Dios nos ofrece, gracias a la acción previa de María de acogerlo en su seno. Y demos gracias a Dios que nos ha hecho criaturas nuevas.

Le pedimos muy filial y devotamente a la Virgen que Ella que fue la primera y la mejor criatura nueva, de tal manera que no tuvo pecado, no tuvo mancha, que nos ayude a nosotros a ser nuevas criaturas. Como reza el himno, todos los demás caemos y nos tenemos que levantar, la Virgen no cayó, la Virgen no ha tenido que levantarse. Dice el himno: “a los demás nos tienden la mano -porque hemos caído en el suelo, en el pecado-, pero tú María fuiste preservada”. Esa es la gran diferencia y por eso podemos acudir a Ella. Ella no cayó y Ella nos ayuda a levantarnos.

Pues, pidamos a la Virgen que nos ayude a levantarnos, a ser nuevas criaturas. Que así sea.

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