DiócesisHomilías Convivencia de las comunidades neo-catecumenales (Hotel Los Abades, Loja-Granada) Publicado: 27/10/2013: 538 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada en la convivencia de las comunidades neo-catecumenales celebrada en el Hotel Los Abades, en Loja, Granada, el 27 de octubre de 2013. CONVIVENCIA DE LAS COMUNIDADES NEO-CATECUMENALES (Hotel los Abades. Loja – Granada, 27 octubre 2013) Lecturas: Eclo 35, 12-14.16-18; Sal 33; 2 Tm 4, 6-8.16-18; Lc 9-14. (Domingo Ordinario XXX – C) 1.- Agradecemos los ecos que son siempre experiencia de la acción del Espíritu en cada uno de nosotros. Y seguiremos experimentando la buena acción del Señor en nuestras vidas, gracias a Dios, porque si nos parásemos aquí no tendría sentido nada. Ahora comentaremos el tema de la meta o la carrera. Pablo, a su amigo y discípulo Timoteo, le escribe una carta cuando ya está a punto de morir, cuando ya ha pasado de todo por predicar el Evangelio. 2.- Conocéis bien la historia de Pablo: azotes, cárceles, naufragios… de todo. Y al final, cuando ya se encuentra cercano al encuentro definitivo con el Señor, escribe a Timoteo, diciéndole varias cosas, de las cuales voy a destacar cuatro de ellas. Pablo dice a Timoteo: «He combatido bien mi combate» (2 Tm 4, 7). La vida cristiana es un combate con alguien, no con cosas, y lo sabemos bien. Es un combate con el maligno que se disfraza de muchas maneras; el combate es contra las fuerzas del mal, contra lo que no quiere a Dios. Pueden ser personas, puede disfrazarse de cosas, en las tentaciones de Jesús en el desierto (cf. Mt 4, 1-11), ahí estaba el diablo. Pero Pablo dice: “he combatido bien mi combate”; ha sido un púgil que ha aguantado todo, con tortas, con caídas, con todo lo que queráis, pero ha combatido bien, se ha mantenido firme. «He corrido hasta la meta» (2 Tm 4, 7b). La carrera que Dios ha propuesto a Pablo, éste la ha terminado, no se ha quedado a mitad, no se ha quedado en la cuneta, no se ha deshinchado, no le ha traicionado ni abandonado. Le ha puesto una vida por delante y Pablo ha corrido hasta donde Dios ha querido; ya ha tocado la meta. «He mantenido la fe» (2 Tm 4, 7c). Estos son los tres objetivos en la vida de cada cristiano a los que Pablo nos estimula. Porque la pregunta que nos toca ahora es: ¿estoy combatiendo bien mi combate o abandono porque no tengo fuerzas para enfrentarme con las tentaciones, con el maligno? Por supuesto que con las propias fuerzas de uno mismo no podemos hacerlo, pero puedo hacerlo con Jesucristo, con su fuerza, con su Espíritu, con su palabra, con sus sacramentos. 3.- El “llegar hasta la meta” de los que estamos aquí, no hemos llegado nadie, estamos todos en camino. Vosotros os llamáis precisamente con esa imagen de “el camino”. Aquí no termina nadie, aunque haga todos los pasos; no se os ocurra a nadie decir que ha terminado el camino, ni que habéis terminado las etapas, porque estamos en camino todos hasta el final de nuestras vidas, hasta que el Señor nos pasa a la vida eterna. Y los mismos pasos son momentos, procesos y etapas que nunca terminan. Decía el papa emérito Benedicto XVI en la Porta Fidei, cuando nos invitó a vivir el Año de la Fe, que el bautismo es la puerta de la fe en el que entras en un camino que no acaba nunca, hasta la eternidad (cf. Porta Fidei, 1). Eso es lo que está diciendo Pablo y nos está invitando a seguir adelante, pase lo que pase; aunque haya tentaciones, sean del color que sea. Ese es el maligno al que hay que combatir con la fuerza del Espíritu. 4.- Esta última actitud que nos presenta Pablo de “he mantenido la fe” hace referencia a la idea de mantener lo que Dios nos ha dado, de mantener la esperanza y la caridad. La fe, entendida en sentido global, implica esperanza y caridad. Es la unión de las tres virtudes teologales, que son las que nos ponen en sintonía con el Señor. Mantener la fe es responder a la invitación y a la llamada que Cristo me ha hecho de vivir con Él. Pero esa respuesta, bien sabemos, se da cada día y nunca la damos definitivamente. Pablo proclama que ha podido predicar la fe de modo íntegro. A veces tenemos la tentación de predicar aquellos aspectos de la fe que más nos gustan, o que más nos convienen, o que más nos refuerzan. La fe se vive (y las comunidades Neocatecumenales fundamentalmente sois misioneras) para anunciarla, ha de ser un anuncio completo, íntegro, global. No caben medias verdades, medias verdades no es el Evangelio. 5.- El anuncio del Evangelio es global, total; es el anuncio de Jesucristo y toca todas las dimensiones de la vida, de la sociedad: el hombre, la familia, el trabajo, la economía, la política… lo toca todo. El anuncio debe ser integral, total, porque se anuncia una Persona. No se anuncian cosas o verdades sueltas. Se anuncia la Verdad, se anuncia la Luz, el Bien, la Libertad. Estos bienes transcendentales podemos atribuirlos perfectamente a Jesucristo. Esa es nuestra vivencia y ese ha de ser nuestro anuncio. El Espíritu nos transforma para toda esa preparación de los proyectos que Kiko tiene, inspiración del mismo Espíritu, y que antes nos comentaba Rafael, de predicar el Evangelio en otras zonas en las que no está aún muy arraigado y donde va a ser muy complicado. En el siglo XVI Europa evangelizó todo el mundo conocido entonces. Han pasado 400 años ya y, aún, hay que seguir anunciándolo porque muchas gentes, incluso entre los nuestros, no conocen al Señor. 6.- En el Evangelio, el mismo Jesús, propone una parábola con dos actitudes o formas de orar: la oración “a la farisaica” y la oración “a la publicana”. No voy a preguntaros qué tipo de oración hacéis porque me vais a decir que “la publicana”; pero soy consciente, y me lo digo a mí mismo también, de que nosotros rezamos a veces “a la farisaica” y a veces “a la publicana”. No somos en nuestra oración puramente publicanos, y tampoco fariseos, porque según nuestro estado de ánimo, según nuestro momento, según nuestra debilidad o fortaleza, a veces somos fariseos, nos creemos los mejores. 7.- Algunas personas, que no están en comunidades, dicen que vosotros os presentáis como los mejores, como los puros, como “la crem de la crem”, y que consideráis al resto de cristianos como de segunda ciudadanía. Imagino que ya conocíais esto, pero si no lo supierais os lo digo (risas). También tengo que decir que hace unas décadas, quizás esa idea estaba más extendida. Recuerdo que, siendo un joven sacerdote, el párroco vecino tenía varias comunidades y fui a sustituirle. A terminar la celebración, unos hermanos de esa comunidad me preguntaron por qué no pertenecía a las comunidades. Les expliqué que el Señor nos lleva a cada uno por un camino. Y ellos me dijeron muy solemnemente: “¡Pues hasta que no entres en una comunidad neo-catecumenal no te convertirás”! ¡Pobre de mí! (risas). Eso, gracias a Dios, no lo he oído más. 8.- El fariseo se cree lo que no es. Cree saber mucho y en realidad sabe poco. Se mira a sí mismo y se mira al ombligo, y aunque levanta los ojos hacia el cielo, no ve nada. Están tan llenos de sí que, aunque los ojos los tenga hacia arriba, se está mirando hacia dentro (cf. Lc 18, 11). Y ese, el fariseo, no bajó justificado. El publicano, que no se atrevía a levantar los ojos y que se miraba hacia dentro, veía su realidad: pobre, frágil, pecadora, necesitada de conversión, necesitada de perdón y misericordia del Señor, sin juzgar a los demás como el fariseo que sí juzgaba. El publicano se mira a sí mismo y pide perdón al Señor (cf. Lc 18, 13). Y éste sale justificado del templo. Vuelvo a repetir que nuestra oración, a veces, puede ser “a la farisaica” y otras veces “a la publicana”. 9.- El Señor nos ayuda a que nuestra oración sea cada día más sencilla ante Dios. Y la actitud ante Él ha de ser, En primer lugar, reconocimiento de mi miseria, mi fragilidad, mi pecado. Necesito confesarme, pedirle perdón al Señor. Si no se parte de ahí, no hace falta que prosigamos; nuestra oración con el Señor queda rota, si no empezamos a aceptar esta verdad teológica y real de nuestra vida. La segunda actitud es: ya que no tengo fuerzas porque soy limitado, soy una criatura, lo necesito todo de Dios, lo espero todo de Dios: su perdón, su amor, su cercanía, sus bienes, su gracia, sus dones, todo. No tengo nada mío, todo lo he recibido del Señor. Por tanto, una acción de gracias a Dios debe salir del corazón. Y estas dos actitudes llevan a la tercera, que es alabanza y honor al Señor, dar gracias al Señor y vivir como Él, teniendo en cuenta al hermano. Éste es el doble precepto de la caridad, la moneda que tiene las dos caras: de Dios y del prójimo. 10.- El Evangelio de hoy es una síntesis perfecta de lo que es la vida de fe. Reconócete lo que eres, criatura, no eres el creador. La sociedad quiere decirnos que el hombre vive mejor sin Dios y eso es una mentira como esta sala de grande. El hombre no vive mejor sin Dios; el hombre no es Dios, aunque quiera erigirse y quitar el puesto que corresponde a Dios. Esa es la síntesis: somos criaturas que dependemos de Dios, al que hemos de tributar amor, honor, alabanza y correspondencia; y al hermano, por el mismo amor, la misma correspondencia. Vamos ahora a proseguir esta Buena Nueva, a disfrutarla, a asimilarla por dentro y darle gracias a Dios, que eso es la Eucaristía: Acción de gracias porque nos haya iluminado con la fe nuestros ojos, nuestra inteligencia y nuestro corazón, sobre todo, para vivir esta Buena Nueva que hemos escuchado hoy en el Evangelio. Amén. 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