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Acción de gracias por la Beatificación de siete mártires de la Orden de Hermanos menores Capuchinos y del 400 aniversario de la llegada de la Orden Capuchina a Antequera (Antequera)

Publicado: 24/10/2013: 442

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía de acción de gracias por la Beatificación de siete mártires de la Orden de Hermanos menores Capuchinos y del 400 aniversario de la llegada de la Orden Capuchina a Antequera, celebrada en Antequera el 24 de octubre de 2013.

ACCIÓN DE GRACIAS

POR LA BEATIFICACIÓN DE SIETE MÁRTIRES

DE LA ORDEN DE HERMANOS MENORES CAPUCHINOS

Y DEL 400 ANIVERSARIO DE LA LLEGADA

DE LA ORDEN CAPUCHINA A ANTEQUERA

(Antequera, 24 octubre 2013)

 

Lecturas: 2 Co 4, 7-15; Sal 30; Mt 10, 28-33.

1.- Muy queridos sacerdotes, tanto religiosos como del clero secular, que os unís a esta celebración; ministros del altar y representantes de las autoridades locales. Queridos fieles y devotos. Hoy es un gran día de fiesta para nuestra comunidad cristiana aquí en Antequera.

Se nos ha dicho al inicio de la celebración que venimos a dar gracias al Señor. Tenemos dos motivos: primero, la beatificación de los que murieron aquí, los siete mártires capuchinos; y segundo, el 400 aniversario de la presencia de la Orden capuchina en Antequera.

2.- San Pablo, en su segunda carta a los Corintios, que hemos escuchado, describe su propia experiencia de cristiano perseguido por su fe: «Perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4, 9-10). Aceptando los sufrimientos y la persecución el cristiano se hace semejante a Cristo, que padeció por nosotros (cf. 2 Co 12, 10).

Cuando el perseguidor mata cree que aniquila, pero san Pablo ha dicho que «no aniquilados», porque ellos viven. Mejor aún, gozan de la vida eterna a la que estamos llamados todos.

Pero la participación en la muerte de Cristo trae vida y resurrección: «Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él» (2 Co 4, 14).

Este misterio de muerte y resurrección en Cristo puede vivirlo el cristiano gracias al bautismo, que lo injerta en la vida de Jesucristo; y su gracia y la fuerza de su Espíritu permite al cristiano sumergirse en esa realidad misteriosa. No son las fuerzas personales las que sostienen al mártir o testigo de la fe. «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2 Co 4, 7). Por nuestra fuerza sucumbiríamos.

3.- Con el propósito de mantener viva en la comunidad cristiana la memoria de los mártires, Juan Pablo II exhortaba en la Tercio millenio adveniente: «La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires: “Sanguis martyrum, semen christianorum” (Tertuliano, Apologeticum, 50,13) (…) Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires (…) Es un testimonio que no hay que olvidar. La Iglesia de los primeros siglos, aun encontrando notables dificultades organizativas, se dedicó a fijar en martirologios el testimonio de los mártires. En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi “militi ignoti” (soldados desconocidos) de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sus testimonios» (n. 37). En esta celebración queremos hacer memoria del testimonio de los mártires capuchinos, asesinados en Antequera.

El Concilio Vaticano II, al abordar la llamada universal a la santidad, hace referencia a la realidad martirial como un don, que Dios reparte libremente a algunos; pero todos debemos estar dispuestos a dar la vida como testimonio de la fe que profesamos: «Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo su vida por nosotros, nadie tiene un mayor amor que el que ofrece la vida por El y por sus hermanos (cf. 1 Jn 3, 16; Jn 15, 13) (…) El martirio, por consiguiente, con el que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a Él en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como un supremo don y la prueba mayor de la caridad. Y si ese don se da a pocos, conviene que todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia» (Lumen gentium, 42).

El siglo xx ha sido llamado “siglo de los mártires”. La Iglesia ha vivido de nuevo circunstancias, que recuerdan los primeros tiempos de la Iglesia. Dos terceras partes del total de mártires, que ha habido a lo largo de toda la historia de la Iglesia, pertenecen al siglo xx. Casi el 70% de los mártires de toda la historia han sido martirizados en el siglo xx. Esto es un poco incomprensible después de tanta presencia cristiana en el mundo, de 1900 años.

4.- El pasado día 13 de octubre tuvimos la alegría de celebrar en Tarragona la Beatificación de 522 mártires de la fe, que dieron su vida por Cristo en la persecución religiosa, que tuvo lugar en España en la década de los años treinta del pasado siglo xx.

Fue un período oscuro de hostilidad anticatólica, envuelto «en la niebla diabólica de una ideología, que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas» (Card. Angelo Amato, Homilía en la Beatificación de los mártires, Tarragona, 13.10.2013, n. 2). Sufrieron el martirio por odio a la fe; solo por ser católicos. No ha habido ningún mártir que haya sido beatificado que hubiera participado de alguna actividad política-militar.

Entre los mártires beatificados se encuentran los treinta y dos mártires capuchinos, por los que hoy damos gracias a Dios. La fama del martirio de estos Siervos de Dios se difundió, de tal manera que del 1953 al 1958 se celebraron los Procesos diocesanos en las Curias eclesiásticas de Madrid, Málaga, Oviedo, Santander y Orihuela-Alicante, que fueron unificadas en el año 2000. Quedando así una única causa con los treinta y dos mártires.

Siete de estos mártires ofrecieron su vida aquí en Antequera, en el año 1936. Sus nombres son: P. Ángel de Cañete la Real; P. Luis de Valencina; P. Gil del Puerto de Santa María; P. Ignacio de Galdácano; Fr. José de Chauchina; Fr. Crispín de Cuevas Altas; y Fr. Pacífico de Ronda.

El primero de ellos sufrió muerte el día 3 de agosto de 1936, en el callejón llamado de los Urbina; cinco de ellos a los pies del triunfo de la Inmaculada, el 6 de agosto; y el séptimo, un día después en la calle Estepa. Era la primera vez que la fraternidad capuchina de Antequera sufría muertes violentas tras 323 años de presencia. La persecución religiosa segaría la vida de siete capuchinos inocentes, muertos por odio a la fe cristiana.

Su vida fue una entrega generosa al Señor y a los hermanos, sobre todo a los más necesitados; con su muerte cruenta rubricaron con sangre su amor a Dios y al prójimo. Tuvieron que enfrentarse con una ideología inhumana y mostraron ante los verdugos una gran fortaleza de ánimo y un corazón fuerte y confiado en las manos de Dios.

5.- Pedimos a los nuevos Beatos, como intercesores nuestros, que nos ayuden a vivir en una actitud “martirial”, es decir, “testimonial”. Ser cristiano en nuestro tiempo y en nuestra sociedad no resulta fácil. Los cristianos, por el simple hecho de creer en Dios e intentar cumplir sus mandamientos, somos criticados y rechazados por una sociedad, que vive como si Dios no existiera.

El Señor nos ha enseñado, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy, que no hay que tener «miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10, 28). Nuestras vidas están en manos de Dios, que nos ama como Padre. Jesús nos ha confirmado su apoyo: «Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios» (Lc 12, 8). Pero quien lo reniegue, también él lo renegará ante su Padre del cielo.

6.- Hoy celebramos también los Cuatrocientos años de presencia de la Orden Capuchina en Antequera (cf. Carlos Rico Mesa, Historia de una presencia, en Capuchinos, memoria agradecida).

En tiempos de Felipe III el caballero don Jerónimo Matías de Rojas, regidor de Antequera, consiguió del cabildo antequerano el permiso para fundar aquí (cf. Fray Ambrosio de Valencina, Reseña histórica). La ciudad se encargaría de pedir para dicha fundación la licencia del rey y del obispo de Málaga, don Juan Alonso de Moscoso López (cf. Valencina 1906: I, 29-34); ambas licencias se encuentran en el Archivo histórico municipal de Antequera.

La fundación en Antequera fue el inicio de otras fundaciones en Granada, Sevilla, Córdoba y Jaén; y es la única presencia actual en esta zona. En la provincia de Málaga hubo anteriormente hasta cinco conventos en activo: Antequera, Málaga, Ardales, Casares y Vélez-Málaga.

Los capuchinos llegaron a Antequera en 1613. Tuvieron varias dificultades en la edificación del convento, incluso por seísmos, y sufrieron las diversas epidemias, que azotaron a la ciudad (1649 y 1679) y costaron la vida a un buen número de religiosos. Más tarde, en 1804, la fiebre amarilla atemorizó a la población. Y en 1810 llegaron los franceses, obligando a los religiosos a abandonar sus conventos, entregar sus bienes y regresar a sus pueblos origen. La comunidad no regresó hasta el año 1813.

En 1835 sufrieron un nuevo revés, con motivo de la mal llamada “Desamortización de Mendizábal” (porque fue un robo legal), pasando el convento a manos privadas. El regreso de la comunidad capuchina tuvo lugar en 1876.

7.- Actualmente, después de cuatrocientos años y de tantos avatares, con alegrías y sufrimientos, con gozos y esperanzas, continúa la presencia de la Orden Capuchina en Antequera, cuya comunidad se dedica a tareas apostólicas, a regentar la parroquia del Salvador y atender diversas capellanías.

Hoy damos gracias a Dios por esta larga presencia de los religiosos capuchinos en Antequera, a lo largo de estos cuatrocientos años. Y queremos también agradecerle a cada uno de los que forman la actual comunidad y a todos aquellos que vivieron anteriormente, su generosidad en la entrega diaria, su ilusión en el ejercicio del ministerio, y su alegría franciscana en las diversas circunstancias de la vida.

Damos gracias a Dios en esta Eucaristía, en esta Acción de gracias, por esa presencia larga y continuada, y por el testimonio de los siete mártires capuchinos que dieron aquí su vida por la fe.

Pedimos a la Santísima Virgen María que les proteja y acompañe en su misión evangelizadora; y que interceda por todos nosotros, para que seamos testigos valientes de la fe. Amén.

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