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Envío de los Profesores cristianos (Catedral-Málaga)

Publicado: 05/10/2013: 228

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Envío de los Profesores Cristianos celebrado en la Catedral de Málaga el 5 de octubre de 2013.

ENVÍO DE LOS PROFESORES CRISTIANOS

(Catedral-Málaga, 5 octubre 2013)

 

Lecturas: Hab 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2 Tm 1, 6-8.13-14; Lc 17, 5-10.

 

El compromiso de la fe

1.- La liturgia de hoy nos ofrece las llamadas “témporas” de octubre, cuyo origen proviene del final de la recolección de la cosecha, al terminar el verano. Suelen celebrarse en tres días, dedicados en primer lugar a la penitencia, después a la acción de gracias y, finalmente, a la petición de nuevos bienes.

La Iglesia nos invita a la actitud de penitencia y reconciliación, a causa de nuestra condición pecadora. Nuestra libertad no siempre está orientada hacia el bien, hacia la voluntad de Dios. Darse cuenta de esto, en el momento en que reanudamos el trabajo al inicio de un nuevo curso, es situarse con realismo cristiano ante la tarea que Dios nos pide.

La actitud de acción de gracias brota de reconocer que todo cuanto somos y tenemos es don de Dios. ¿Qué tiene el hombre que no haya recibido, empezando por la vida? Cierto que trabajamos y obtenemos bienes, pero porque Dios nos lo permite.

Hemos de estar agradecidos Dios por su providencia amorosa, aun cuando no entendamos su voluntad, que nos parece que está a veces en oposición a nuestros deseos. En la sabiduría popular ha quedado cristalizada esta actitud en el proverbio: “Es de bien nacidos, ser agradecidos”.

Y finalmente los días de “témporas” nos invitan a una actitud de petición, porque seguimos en nuestra debilidad y en nuestra pobreza; y necesitamos pedir el auxilio de Dios, para que siga bendiciéndonos.

2.- Hemos empezado un nuevo curso pastoral. Emprender de nuevo el esfuerzo organizativo del trabajo apostólico, llevar adelante las actividades de las comunidades cristianas, los movimientos, los grupos; preparar la programación y los proyectos ante los retos y la tarea, que se nos presenta, puede resultarnos estimulante.

Pero hemos de ser muy realistas, sin caer en la tentación de ufanarse. Somos unos pobres siervos, como ha dicho el Señor Jesús en el Evangelio de hoy: «Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10).

El Señor os llama hoy, queridos profesores cristianos, a comenzar de nuevo la misión de ser testigos de su Evangelio en el marco de vuestro trabajo profesional, dentro del campo educativo. ¡Tenéis una gran tarea! ¡Sed conscientes de ella y preparaos bien para llevarla a cabo!

3.- Las lecturas bíblicas de este domingo nos ofrecen como denominador común el tema de la fe, que es a la vez don y tarea. El don se puede acrecentar, como ocurre con la semilla, que si cae en buena tierra puede dar buen fruto, como dice la parábola del sembrador (cf. Lc 8, 5-15).

Los apóstoles pidieron al Señor: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 5). Podemos pedir a Dios que acreciente nuestra fe. La fe puede crecer, como el árbol que, junto a la corriente, alarga sus raíces y se mantiene siempre frondoso, dando fruto en su sazón: «No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto» (Jr 17, 8).

Los discípulos le piden a Jesús que les aumente la fe. También nosotros necesitamos que nuestra fe crezca y mejore, más en calidad que en cantidad; que sea verdadera fe-confianza, entrega alegre e ilusionada al misterio y al plan de Dios.

El papa Benedicto XVI, en la carta a los jóvenes, invitándoles a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid-2012, les explicaba lo que significa vivir enraizados, firmes y fieles, y evocaba la figura del hombre religioso y justo, que, como el árbol junto al agua, crece y da fruto. La fe da capacidad de resistencia y aguante ante las dificultades de la vida, como la casa construida sobre roca firme (cf. Mt 7, 24-25), que es Cristo.

Para mantenerse junto a la corriente, crecer, y no ser arrastrado por las aguas torrenciales, debe haber raíces profundas, y buenos cimientos. Desde esta resonancia se comprende la elección del salmo: «Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva» (Sal 94).

4.- La fe no es un simple asentimiento intelectual a unas verdades, que se nos proponen; es más bien un compromiso con la verdad, que afecta a la vida entera.

La fe es una relación personal de cada hombre con Jesucristo, que exige una amorosa fidelidad; que transforma la vida del creyente y le ayuda a transformar la realidad que le rodea, haciéndola conforme a la voluntad de Dios. La fe se mueve por amor, nunca por interés; y el amor es un motor que nos lleva a la acción, al compromiso, a la construcción del reino de Dios, que se caracteriza por ser un reino de justicia, de amor y de paz.

Mediante la fe nos asomamos al misterio insondable que es Dios; y, como decía san Agustín: “Si lo entiendes, ya no es Dios”.

5.- La fe es un compromiso, que puede ir envuelto en oscuridades; por eso ningún creyente auténtico puede sentirse libre de la amarga sorpresa de descubrir, en un momento de dificultad, que la fe no le reporta ningún beneficio material y ninguna solución sus problemas, porque se trata de algo gratuito. ¡Cuántos creyentes han descubierto, en un duro golpe de la vida, que, cuando pensamos que la providencia de Dios hará lo que le pedimos, no se realiza nuestro deseo! ¡Cuánto cuesta descubrir que Dios no es la solución mágica e instantánea a nuestros problemas! ¡Cuánto cuesta descubrir que la verdadera fe lleva al creyente a descubrir, en medio de las dificultades, la presencia amorosa y alentadora de Dios, que nos acompaña y nos cuida!

La fe nos permite caminar en la oscuridad, agredidos por los elementos hostiles de siempre, en medio de las dificultades, con la única seguridad de una Presencia, que nos envuelve. La fe no nos dispensa de la dura tarea de ser hombres; no es una escapatoria de las responsabilidades. Pero nos ofrece el sentido de la vida.

6.- Os animo, queridos profesores cristianos, a tomar parte en la misión, que la Iglesia os confía, con las mismas palabras de san Pablo a su amigo y discípulo Timoteo: «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2 Tm 1, 8).

Somos conscientes de la dificultad de anunciar hoy el Evangelio, en una sociedad que no quiere saber de Dios. Pero este momento de inicio de curso en una buena ocasión para reavivar el don de la fe, recibido en el bautismo.

Vuestro Obispo, primer responsable de la evangelización y de la catequesis, os envía en el nombre del Señor al campo de la educación, para transmitir con gozo la alegría de creer y ayudar a otros a encontrarse con Jesucristo.

Pidamos a Dios Padre el don de la fe; busquemos la fe desde el seguimiento del Señor; abramos los ojos a las maravillas que Dios hace por nosotros; atravesemos la puerta de la fe, emprendiendo siempre de nuevo el camino de nuestra vida cristiana a la luz del Espíritu Santo. Fijemos los ojos en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2), pues en Él encuentra pleno cumplimiento el anhelo más ardiente del corazón humano.

¡Que Santa María de la Victoria nos acompañe en esta hermosa tarea al comenzar el nuevo curso! Amén.

 

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