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Toma de posesión del Rvdo. Antonio Collado Rodríguez como párroco de San Juan Bautista (Málaga)

Publicado: 29/09/2013: 247

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la toma de posesión del Rvdo. Antonio Collado Rodríguez como párroco de San Juan Bautista (Málaga) celebrada el 29 de septiembre de 2013.

TOMA DE POSESIÓN

DEL RVDO. ANTONIO COLLADO

COMO PÁRROCO DE SAN JUAN BAUTISTA DE MÁLAGA

(Málaga, 29 septiembre 2013)

 

Lecturas: Am 6, 1.4-7; Sal 145; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31.

(Domingo Ordinario XXVI-C)

1.- Celebramos hoy la Toma de Posesión del nuevo párroco de San Juan Bautista en Málaga, D. Antonio Collado. Quiero agradecer a quien está a mi lado, D. Isidro Rubiales que durante años ha servido a esta parroquia de San Juan Bautista, en Málaga.

Las comunidades crecen, las familias también y las personas vamos madurando y haciendo un largo camino. D. Antonio nos ha contado a grandes rasgos la historia de su ministerio sacerdotal. Imagino que ya os habéis despedido de D. Isidro y conocéis también su historia hermosa y larga de ministerio.

Hoy, sencillamente, damos gracias a Dios por él, por su ministerio sacerdotal, por su generosidad y entrega en las tareas que los distintos obispos le fueron confiando. Ahora al final, en la última etapa de emérito, seguirá colaborado con la Iglesia. Él es canónigo de la S.I. Catedral y también participará en otra parroquia, porque como bien sabéis estamos necesitamos de ayuda.

¡Que el Señor nos acompañe a todos y nos bendiga!

2.- En la primera carta de san Pablo a Timoteo encontramos la afirmación de que Dios es el Creador de todas las cosas, Dios es omnipotente. Y también, que Jesús el Señor, Cristo, hizo profesión de la fe de Dios ante Poncio Pilato: «Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos. Delante de Dios que da la vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato» (cf. 1 Tm 6, 12-13).

Dios es Rey de reyes y Señor de los señores (cf. 1 Tm 6, 15), «el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor y poder eterno. Amén» (1 Tm 6, 16).

Esta debe ser la confesión de fe de todo cristiano. Y esta es la confesión de fe que el Señor nos anima a hacer a cada uno de nosotros. La verdad de Dios no corresponde muchas veces a la imagen que nos hacemos de él. Si aquí pidiéramos una definición de quién es Dios para cada uno de nosotros… ¿Recordáis la pregunta que Jesús hizo a sus apóstoles y discípulos cuando dijo: “¿Quién pensáis que es el hijo del hombre?” (cf. Mt 16, 13)? ¿Recordáis las respuestas? “Unos que Elías, otros que Jeremías, otros que un gran tipo, otros…” (cf. Mt 16, 14). Y luego preguntó Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15).

Los hombres nos creamos imágenes de Dios que no corresponden a la Verdad de Dios. Dios nos transciende, es mucho más que nosotros. Lo que tenemos que hacer es estar abiertos a lo que Él nos dice de sí mismo, a lo que Él revela al hombre de sí mismo.

3.- Invitados por esta carta de Pablo a Timoteo necesitamos purificar nuestra fe, celebrarla, rezarla y dar testimonio de ella.

Tenemos necesidad de purificar nuestra fe de ciertos elementos extraños y de ciertas ideas y costumbres que se nos pegan de la sociedad; limpiarla de actitudes y signos, que puedan entorpecer lo que el Señor nos pide. Las comunidades parroquiales, como ésta de San Juan Bautista, deben iluminar desde la luz de la fe toda la realidad humana: la familia, la vida, el trabajo, lo social, lo económico, lo político; y ayudar a todos los hermanos a vivir con mayor autenticidad y compromiso la fe bautismal.

Estáis llamados a iluminar todas las facetas y dimensiones del ser humano y de la sociedad. No podemos caer en la tentación de encerrarnos. Eso es lo que quieren muchos, que nos callemos, que la luz de la fe no les moleste para sus costumbres, y desean incluso unas leyes que van en contra del mismo hombre.

Si somos una comunidad de hermanos, también la corrección fraterna ha de estar presente en nuestra vida y no tenemos por qué molestarnos si el hermano nos ayuda a purificar la fe, a renovar nuestro amor al Señor, a vivir con mayor fidelidad y autenticidad lo que significa ser cristiano.

4.- Después de la solemne afirmación, san Pablo hace una recomendación sagrada a su discípulo y amigo Timoteo: Te ordeno «que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tm 6, 14).

¿A qué mandamiento se refiere? No hay otro, se trata del mandamiento principal, es decir, confesar un solo Dios y darle culto (cf. Mt 4, 10). Mandato incompatible con la idolatría del placer, del tener, del poder, de lo que nos arrastra, de ciertas modas... El mandamiento nuevo, que Jesús dejó a sus discípulos, es el amor mutuo, incompatible con todo acto egoísta. Exigencia evangélica, que no permite la desigualdad dramática e injusta, que denuncia la parábola propuesta por Jesús del rico epulón y el pobre Lázaro, que hemos escuchado en el Evangelio (cf. Lc 16, 19-31).

El mandamiento principal es amar a Dios y al prójimo, y estos dos aspectos no se pueden separar; forman parte de la misma realidad, como una moneda que tiene dos caras, cara y cruz, no son separables. La llamada que hace el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo, en el contexto de las lecturas de hoy, podemos entenderla como exigencia a no contraponer lo social con lo piadoso, y ser signos cristianos coherentes por guardar el mandamiento íntegro: amor a Dios y amor al hermano.

San Pablo pide a Timoteo que viva las virtudes humanas y cristianas: «Tú, en cambio, hombre de Dios (…) Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre» (1 Tm 6, 11). Esta misma exigencia nos la propone a cada uno de nosotros.

5.- San Pablo recuerda a su discípulo la profesión de fe, que hizo noblemente delante de muchos testigos, y le anima a llevar adelante el buen combate de la fe, para conquistar la vida eterna (cf. 1 Tm 6, 12).

Desconocemos si se trata de la profesión de fe bautismal o de una valiente confesión ante los perseguidores de la fe. Pero, tanto en un caso como en otro, esta confesión de fe debe ponerse en relación con la confesión del propio Jesús, que ante Poncio Pilato dio testimonio de la verdad (cf. 1 Tm 6, 13).

El discípulo de Jesús tampoco debe tener miedo de proclamar la verdad delante de las autoridades de este mundo, delante de los hombres, delante de quienes lo persiguen. Recordemos las palabras del mismo Jesús: «A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10, 32-33). El Señor nos anima a ese testimonio de fe.

6.- La comunidad parroquial tiene varias tareas eclesiales que podemos decir que están en consonancia con los apartados o las grandes dimensiones del Catecismo de la Iglesia Católica.

En primer lugar, respecto a la profesión de fe o el Credo. Lógicamente una comunidad cristiana tiene que alimentarse de la Palabra de Dios, leerla, estudiarla, rezarla. Os invito, por tanto, manteniendo y creando nuevos grupos de lectio divina. Porque si no nos alimentamos con la Palabra de Dios poco camino podremos recorrer.

Y esa Palabra una vez hecha nuestra y asimilada podemos nosotros anunciarla a otros, predicarla, salir a fuera, darla a conocer a los no creyentes.

Todo este bloque: lectura, escucha atenta y orante de la Palabra, asimilación de la misma, proclamación en las celebraciones y anuncio fuera, es la primera gran tarea que tenéis como comunidad cristiana.

Otra tarea es la celebración del Misterio Pascual, los sacramentos, empezando por el bautismo que nos incorpora a la Iglesia, nos hace hijos de Dios. Y culminando con la Eucaristía, como centro de toda vida cristiana.

La comunidad tiene que celebrar todos los sacramentos que son las acciones a través de las cuales el Señor nos va salvando. Y los sacramentos hemos de celebrarlos con piedad sincera, con fe auténtica, sabiendo lo que estamos realizando.

7.- Otra dimensión es la vida moral. No es suficiente saber el Catecismo, conocer la Palabra, o celebrar algún sacramento, es necesario llevarlo a la vida. No es posible que un cristiano se diga cristiano, celebre la Eucaristía todos los domingos, pero después viva en su casa, en el trabajo, en las relaciones humanas como un pagano, como si Dios no existiera. Ha de haber coherencia y consonancia entre la fe celebrada y la vida.

Y otro último apartado es la caridad. Los cristianos compartimos lo que somos y tenemos, sobre todo con los más necesitados. Pero es una dimensión esencial del amor: el amor al prójimo, sobre todo al más necesitado, al no nacido, al anciano, al enfermo, al pobre, al que necesita no sólo mi dinero, si no mi tiempo, mi cuidado, mi cariño, mi visita, mi cercanía.

8.- Quiero felicitar a todos los que asumís alguna tarea eclesial: lectura de la Palabra, catequesis, canto litúrgico, visita a enfermos, ornamentación del templo, evangelización.

Felicito también a los hermanos de las Cofradías, que tienen aquí su sede, por el testimonio público de fe, que realizáis, cuando salís por las calles con vuestros titulares, manifestando vuestra fe en Jesucristo y dando testimonio del mayor acto de amor, que jamás se ha realizado en la historia de la humanidad: la muerte en cruz de un inocente por la salvación de todos. Expresar esto públicamente también es una misión eclesial.

El Señor nos anima a todos, con las palabras de Pablo a Timoteo, a que demos testimonio en la fidelidad cotidiana de las virtudes, ante Dios (religión, fe) y ante el prójimo (justicia, amor, paciencia, delicadeza) (cf. 1 Tm 6, 11).

El bautismo sacramental, el martirio sangriento y el martirio incruento de la fidelidad de cada día sólo son posibles a partir de la fe y el amor a Dios y a los hermanos. Esto significa vivir el presente, pendientes de un futuro que no palpamos, en función de la venida del Señor y del Dios inmortal, a quien “ningún hombre ha visto ni puede ver” (cf. 1 Tm 6, 16).

9.- La carta a Timoteo insiste en la «sana doctrina» (cf. 1 Tm 1,10; 2 Tm 4,3). Es decir, en el mensaje de la fe. Cuando trasmitáis la fe a vuestros hijos, o los catequistas a los catequizandos, o cualquiera que se os acerque hemos de pensar que no podemos sólo explicar una parte de la doctrina cristiana, una parte del Catecismo, una parte de la fe. Se ha de exponer todo, completo, íntegro el mensaje del Evangelio.

Pablo nos da unas lecciones, porque ya en su tiempo percibía ciertas actitudes heréticas, cortas, excluyentes que no anunciaban la verdad íntegra del Evangelio. Al ver ese peligro intenta dar unas líneas doctrinales para que no haya sesgos.

Para combatirlas, usa las confesiones litúrgicas y tradicionales de la fe, sencillas y conocidas; aquí presenta la confesión y adoración del verdadero Rey de Reyes, el Inaccesible que nadie puede contemplar (1 Tm 6, 15-16), a pesar de las pretensiones que afirmaban los “gnósticos” de conocerle.

Os exhorto a todos, queridos fieles, a formar una familia creyente, una comunidad cristiana de fe para dar razón de vuestra esperanza a quien la pida (cf. 1 Pe 3, 15). La formación en la fe y en la sana doctrina católica es una de las asignaturas pendientes, que tenemos. Necesitamos estar mejor formados en la fe.

10.- Querida comunidad parroquial, os animo a compartir vuestros anhelos e ilusiones; a expresar vuestra fraternidad espiritual, estableciendo mejores vínculos de unión entre vosotros y entre vosotros y los sacerdotes que sirven a la comunidad; a promover la devoción a la Virgen María; la adoración al Santísimo Sacramento; a enriquecer la vida espiritual de esta comunidad con actos de piedad sencilla; a potenciar el apostolado hacia fuera y la evangelización a los no creyentes o alejados; a fomentar la organización y creación de nuevos grupos, sobre todo de “Lectio divina”, para que la Palabra de Dios habite entre nosotros en toda su riqueza (cf. Col 3, 16).

Las comunidades cristianas tienen en común el ejercicio de la caridad entre los hermanos y también para con los más necesitados. La parábola del Evangelio de hoy, centrada en el rico epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31), expresa esa obligación que tenemos de no descuidar al que tenemos a nuestro lado, al necesitado. Nos anima a ser generosos y a compartir con los hermanos más necesitados. ¡Seguid practicando esta obra de misericordia, tan grata a nuestro Señor!

Os animo a seguir dando testimonio de vuestra fe siempre, y de manera especial en lo que queda ya de este Año de la Fe, cuya clausura celebraremos en la fiesta litúrgica de Cristo Rey, en el mes de noviembre.

Querido Antonio, hemos hablado de las tareas eclesiales de la comunidad cristiana: la Palabra, la celebración del misterio de Cristo en los sacramentos, la vida moral y la dimensión caritativa. Todas estas tareas son las que te corresponde animar, coordinar y dirigir. Agradezco tu disponibilidad y generosidad.

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos acompañe en nuestro caminar hacia la patria del cielo y que nos haga testigos valientes del Evangelio. Pedimos también la intercesión del titular de la parroquia, San Juan Bautista, que fue un pregonero excelente de la presencia de Cristo entre nosotros. Amén.

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