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Confraternidad Nacional de Cofradías y Hermandades de la Santa Veracruz (Catedral-Málaga)

Publicado: 29/09/2013: 265

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con Confraternidad Nacional de Cofradías y Hermandades de la Santa Veracruz, en la Catedral de Málaga, el 29 de septiembre de 2013.

CONFRATERNIDAD NACIONAL

DE COFRADÍAS Y HERMANDADES

DE LA SANTA VERACRUZ

(Catedral-Málaga, 29 septiembre 2013)

 

Lecturas: Am 6, 1.4-7; Sal 145; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31.

(Domingo Ordinario XXVI-C)

1.- En la primera carta de San Pablo a Timoteo encontramos la afirmación de la omnipotencia de Dios y de la confesión de fe de Jesucristo: «Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato» (1 Tm 6, 13).

Dios es Rey de reyes y Señor de los señores (cf. 1 Tm 6, 15), «el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor y poder eterno. Amén» (1 Tm 6, 16).

Esta es la confesión de fe que todos hemos de profesar. La verdad de Dios no corresponde muchas veces a la imagen que nos hacemos de él. En este Año de la Fe se nos ha invitado a profesar la fe verdadera, a purificarla, a celebrarla y a dar testimonio de la misma.

Estamos participando, en esta Catedral de Málaga, en la trigésima peregrinación de la Confraternidad Nacional de Cofradías y Hermandades de la Santa Veracruz. Damos gracias a Dios por este encuentro fraterno.

Una de las tareas de las Hermandades y Cofradías es purificarlas de ciertos elementos extraños y de ciertas costumbres; limpiarlas de actitudes y signos, que puedan entorpecer lo que el Señor nos pide. Las Hermandades deben iluminar desde la luz de la fe la realidad asociativa, confraterna y social; y ayudar a todos los hermanos a vivir con mayor autenticidad y compromiso la fe bautismal. Es una tarea ardua, dado que los hermanos, como bien sabéis, tienen actitudes distintas respecto a vivencia de la fe y el amor a Dios. Y es tarea de todos ayudar a los hermanos a crecer y madurar en la fe, a formarse y a vivir cada día con mayor autenticidad el compromiso bautismal.

Si somos una comunidad de hermanos la corrección fraterna ha de estar presente en nuestra vida y no tenemos por qué molestarnos si un hermano nos ayuda a purificar la fe, a renovar nuestro amor al Señor, a vivir con mayor fidelidad y autenticidad lo que significa ser cristiano y cofrade.

2.- Después de la solemne afirmación que san Pablo hace, nos ofrece una recomendación sagrada a su discípulo y amigo Timoteo: Te ordeno «que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tm 6, 14).

Se trata del mandamiento principal, es decir, confesar un solo Dios y darle culto (cf. Mt 4, 10); amar a Dios sobre todas las cosas. Mandato incompatible con la idolatría del placer, del tener y del poder. El mandamiento nuevo, que Jesús dejó a sus discípulos, es el amor mutuo, incompatible con todo acto egoísta. Exigencia evangélica, que no permite la desigualdad dramática e injusta, que denuncia la parábola propuesta hoy por Jesús del rico epulón y el pobre Lázaro.

El mandamiento principal es amar a Dios y al prójimo, y no se pueden separar ambos aspectos. La llamada que hace el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo, en el contexto de las lecturas de hoy, podemos entenderla como exigencia de no contraponer lo social con lo piadoso o religioso, y ser signos cristianos coherentes por guardar el mandamiento íntegro.

San Pablo pide a Timoteo que viva las virtudes humanas y cristianas: «Tú, en cambio, hombre de Dios (…) Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre» (1 Tm 6, 11). Esta misma exigencia nos la propone a cada uno de nosotros.

3.- San Pablo recuerda a su discípulo la profesión de fe, que hizo noblemente delante de muchos testigos, y le anima a llevar adelante el buen combate de la fe, para conquistar la vida eterna (cf. 1 Tm 6, 12).

Desconocemos si se trata de la profesión de fe bautismal o de una valiente confesión ante los perseguidores. Pero, tanto en un caso como en otro, esta confesión de fe debe ponerse en relación con la confesión de fe del propio Jesús, que ante Poncio Pilato dio testimonio de la verdad (cf. 1 Tm 6, 13). El único y gran testigo fue Jesucristo, que murió en la cruz; nosotros, a ejemplo suyo y por la fuerza de su gracia, también podemos dar testimonio y vivir la cruz de cada, que significa seguir a Jesús, viviendo el amor, la fe y la esperanza cristiana.

El discípulo de Jesús tampoco debe tener miedo de proclamar la verdad delante de las autoridades de este mundo y delante de los hombres que le critican. Recordemos las palabras del mismo Jesús: «A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10, 32-33).

Queridos fieles y cofrades, os felicito por el testimonio público de fe, que realizáis, cuando salís por las calles con vuestros titulares, manifestando vuestra fe en Jesucristo y dando testimonio del mayor acto de amor, que jamás alguien ha realizado en la historia de la humanidad: la muerte en cruz de un inocente por la salvación de todos. Esa es la referencia del “lignum crucis”, que mostráis en vuestros estandartes.

Pero hay también otro testimonio, no fácil, que consiste en la fidelidad cotidiana de las virtudes, ante Dios (religión, fe) y ante el prójimo (justicia, amor, paciencia, delicadeza) (cf. 1 Tm 6, 11). El bautismo sacramental, el martirio sangriento y el martirio incruento de la fidelidad de cada día sólo son posibles a partir de la fe, que significa vivir el presente, pendientes de un futuro que no palpamos, en función de la venida del Señor y del Dios inmortal, a quien “ningún hombre ha visto ni puede ver” (cf. 1 Tm 6, 16).

4.- Queridos cofrades, celebráis hoy la trigésima peregrinación de la Confraternidad Nacional de Cofradías y Hermandades de la Santa Vera-cruz; y habéis venido de muy diversos lugares de España.

La devoción a la Vera-Cruz en las diócesis españolas, sabéis bien que se remonta a más de ocho siglos, cuando, en el año 1208, el papa Honorio III concede y autentifica una Reliquia del “Lignum Crucis” a los Caballeros del Temple del Septentrión de Segovia, quienes consagran en las afueras de la ciudad castellana una iglesia a la Vera-Cruz. Posteriormente los Reyes y las Cortes de Castilla juran a la Santa Vera-Cruz como fórmula de sus solemnes juramentos.

A finales del siglo XV y principios del XVI surgen cofradías de penitentes, promovidas por los franciscanos guardianes de los Santos Lugares de Jerusalén, en torno a un nombre común Vera-Cruz, en varias ciudades españolas: Sevilla (1480), Zamora (1494), Valladolid (1498), Salamanca (1503), Alcañices-Zamora (1515), Palencia (1524), Bilbao (1553), Cáceres (1521).

Todas ellas tenían en común la adoración y veneración de la reliquia de la Vera-Cruz, árbol donde estuvo clavado Cristo, salvador del mundo; árbol que regó con la sangre del Redentor la humanidad, limpiándola del pecado y salvándola de la muerte eterna; árbol, que trasformó el trono seco en Árbol de la Vida. Casi todas las cofradías tenían una reliquia del “Lignum Crucis”, traída la mayoría de las veces por los franciscanos guardianes de los Santos Lugares de Jerusalén. Esta devoción fue extendiéndose a todo el territorio nacional.

5.- Hoy queréis compartir vuestros anhelos e ilusiones; expresar vuestra fraternidad espiritual, estableciendo mejores vínculos de unión entre las Hermandades y Cofradías de esta advocación; queréis animaros mutuamente para promover la devoción a la Vera-Cruz; promocionar y enriquecer la vida espiritual de estas Hermandades y Cofradías y el apostolado conjunto entre ellas; fomentar la organización y creación de nuevas Hermandades de esta advocación. Estos son los objetivos que os acomunan y que en este encuentro nacional deseo que reavivéis.

Las Cofradías tienen en común el ejercicio de la caridad entre los hermanos y también para con los más necesitados, aunque no sean cofrades. La parábola del Evangelio de hoy, centrada en el rico epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31), nos anima a ser generosos y a compartir con los hermanos más necesitados. ¡Seguid practicando esta obra de misericordia, tan grata a nuestro Señor!

Os felicito y os animo a seguir dando testimonio de vuestra fe siempre, y de manera especial en este Año de la Fe, cuya clausura está ya a las puertas.

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos acompañe en nuestro caminar hacia la patria del cielo y que nos haga testigos valientes del Evangelio; testigos de la fe, la esperanza y el amor. Amén.

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