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Matrimonio de Juan Catalá y María Bosc (Parroquia de San Andrés-Valencia)

Publicado: 21/09/2013: 291

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el sacramento del matrimonio de Juan Catalá y María Bosc, celebrado en la parroquia de San Andrés (Valencia) el 21 de septiembre de 2013.

MATRIMONIO DE JUAN CATALÁ Y MARÍA BOSC

(Parroquia de San Andrés - Valencia, 21 septiembre 2013)

 

Lecturas: Dt 6, 4-9; Sal 126; Col 3, 12-17; Mt 7, 21. 24-29.

1.- El libro del Deuteronomio, que ha sido proclamado, ha puesto en boca de Moisés la verdad que fundamenta y constituye al pueblo de Israel: “Shemá Israel, Adonai Elohenu, Adonai ejad”. ¡Bien conocéis esta afirmación de fe, esta oración, queridos miembros de comunidades neo-catecumenales!

El pueblo de la Alianza ha sido constituido por Dios mediante una elección de predilección y de amor (cf. Dt 7, 6). Dios ama a su pueblo, lo cuida, lo libera, lo conduce por el desierto para purificarle, y le hace entrar en la tierra prometida, que mana leche y miel (cf. Ex 3, 8). Son imágenes que habéis escuchado muchas veces.

Dios ha desposado a su pueblo en matrimonio perpetuo y exclusivo: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo» (Dt 6, 4). No adorarás otros dioses; «no te harás escultura ni imagen alguna, (…) No te postrarás ante ellas ni les darás culto. Porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (Dt 5, 8-9). Estamos el Año de la Fe y hemos de profundizar en el único Dios, que es quien lleva nuestra vida.

El cristiano está llamado a vivir con Dios una relación esponsal y exclusiva; aún no hemos sacado buen fruto de esta imagen, que no va referida solo a los esposos, sino de la relación entre Cristo y su Iglesia, entre cristiano y Cristo. Esta relación esponsal no admite competidores; no cabe la adoración a varios dioses.

2.- En las culturas que circundan el mundo de la Biblia la imagen de dios y de los dioses está poco clara y es contradictoria en sí misma. Lo mismo ocurre en nuestra sociedad: cada uno adopta como dios aquello que desea ardientemente; por eso aparecen tantos dioses como caprichos humanos.

Sin embargo, “en el camino de la fe bíblica resulta cada vez más claro y unívoco lo que se resume en las palabras de la oración fundamental de Israel, la Shemá: «Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno» (Dt 6, 4). Existe un solo Dios, que es el Creador del cielo y de la tierra y, por tanto, también es el Dios de todos los hombres” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 9).

El Dios bíblico es el creador de todo lo que existe; con su palabra dinámica es capaz de crear nuevos seres de la nada. El hombre, sin embargo, piensa que es creador, porque confecciona objetos o seres, a partir de otros, ya creados. De ello se deduce que los llamados “dioses” no son tales; porque solo puede existir un solo Dios y Señor del universo.

Una consecuencia de esta verdad es que Dios ama a sus criaturas, con quienes comparte su misma vida. No podemos decir lo mismo de algunos padres, que abandonan a sus criaturas o, peor aún, se deshacen de ellas antes de nacer.

El matrimonio cristiano, que hoy vais a celebrar, queridos María y Juan, es signo del amor de Dios a la humanidad; signo del amor de Cristo a su Iglesia (cf. Ef 5, 25); signo del amor de Dios a cada uno de nosotros. Estáis, pues, llamados a hacer presente entre los hombres ese mismo amor divino; vuestro amor debe ser expresión del amor de Dios.

3.- «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras expresan el corazón de la fe cristiana y corresponden a la verdad revelada en Jesucristo, no deducida por la inteligencia humana. La fe en un solo Dios nos permite conocer esta gran verdad.

La existencia cristiana puede expresarse así: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16). La opción fundamental del cristiano es haber creído en el amor de Dios.

El evangelista Juan ha expresado el acontecimiento, que ha salvado a la humanidad, con las siguientes palabras: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna» (cf. 3, 16).

El israelita creyente rezaba cada día con las palabras del Deuteronomio, que compendian el núcleo de su existencia: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» (Dt 6, 4-5).

4.- La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido el núcleo de la fe de Israel, y le ha dado una nueva profundidad y amplitud. Jesús de Nazaret ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor de Dios, que viene a nuestro encuentro.

Gracias a haber sido amados por Dios, por vuestros progenitores y por tanta gente, se os ha capacitado para amar. Ahora tenéis vosotros la misma tarea: viviendo y correspondiendo al amor, podéis ayudar a otros a tener la experiencia de ser amados y a poder amar.

Como nos recordaba el papa Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).

5.- La historia de amor de cada uno de nosotros con Dios es análoga a su historia de amor con el pueblo de Israel. Dios nos ha elegido, nos ha amado, nos ha adquirido y salvado con la sangre de su Hijo (cf. Hb 13, 12), y nos ha hecho una nación santa (cf. 1 Pe 2, 9).

Dios ha mantenido su fidelidad, a través de historia, cumpliendo su palabra y ampliando la Alianza de amor a todos los hombres. Dios ha manifestado en Cristo Jesús todo su amor por la humanidad (cf. Rm 8, 38).

Aquí no caben “capillitas”, ya que todo matrimonio debe estar abierto a todo ser humano. Nos toca corresponder a amor de Dios con todo nuestro ser: «Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 5), hemos escuchado en el libro del Deuteronomio.

6.- El amor de Dios al hombre es gratuito y de predilección; es un amor que perdona. Los profetas han expresado este amor de manera realista y poética; sus mismas vidas han sido símbolo de ese amor de Dios. Oseas muestra el amor de Dios por el hombre con la imagen del pueblo que ha roto la Alianza esponsal, ha cometido adulterio, y, sin embargo, es perdonado por Dios: «¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? (...) Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas» (Os 11, 8-9).

Este amor apasionado de Dios por el hombre pone a Dios contra sí mismo; su amor contra su justicia. El cristiano percibe esto, veladamente, en el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, para reconciliarlo consigo, se hace hombre él mismo y acepta la muerte en cruz.

Tenemos una buena escuela de amor: el ejemplo de Cristo. Hoy comenzáis, queridos María y Juan, una nueva etapa de amor en vuestra vida.

7.- En el Salmo que hemos cantado viene expresada nuestra actitud de abandono en manos de la providencia: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas» (Sal 126, 1).

Si queremos construir nuestra vida independientemente de Dios, estamos abocados al fracaso: «Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!» (Sal 126, 2).

Queridos Juan y María, poned vuestras vidas, vuestros proyectos y vuestro futuro en manos de Dios. La casa construida sobre la roca, que es Cristo, se mantiene ante los vendavales y las tormentas, que no faltan en la vida de un matrimonio, como podrían explicaros vuestros padres y los demás matrimonios que llevan años de experiencia.

Si vuestro amor está arraigado en Cristo Jesús, permanecerá a pesar de las dificultades. Haced como dice Jesús en el Evangelio: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca» (Mt 7, 24-25).

8.- San Pablo nos ha exhortado a vivir centrados y fundamentados en el amor, revestidos de las virtudes, que lo adornan: «Así pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia» (Col 3, 12).

Estas virtudes van unidas necesariamente a la vivencia del amor; no se pueden cultivar solas. La compasión entrañable, propia de Dios, es expresión de amor, que tiene entrañas de misericordia. Debéis revestiros de estas entrañas el uno para el otro y los dos para los demás.

Ello implica que os tendréis que perdonar muchas veces y soportaros con indulgencia, paciencia y amor, como dice el apóstol Pablo: «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo» (Col 3, 13).

En vuestros corazones debe reinar Cristo; y su palabra debe resonar cada día en vuestro hogar, usando la Palabra revelada escrita, para alabar a Dios, como dice san Pablo: «Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados» (Col 3, 16).

Ahora vais a celebrar, queridos María y Juan, el sacramento del matrimonio. A partir de este momento os convertiréis en signo del amor de Cristo a su Iglesia. ¡Sed un signo transparente y claro! Nuestra sociedad necesita testigos valientes, que hagan presente el amor de Dios a los hombres.

Pedimos a la Virgen María que os acompañe y proteja en esta nueva etapa de vuestra vida, que vais a comenzar en unos instantes. Amén.

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