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Matrimonio de Miguel-Cristóbal Rueda Román y Úrsula Urbano Oliva (iglesia de San Agustín-Málaga)

Publicado: 09/08/2013: 254

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la celebración del sacramento del matrimonio de Miguel-Cristóbal Rueda Román y Úrsula Urbano Oliva (iglesia de San Agustín-Málaga) el 9 de agosto de 2013.

MATRIMONIO DE

MIGUEL-CRISTÓBAL RUEDA ROMÁN

Y ÚRSULA URBANO OLIVA

(Iglesia de San Agustín-Málaga, 9 agosto 2013)

 

Lecturas: 1 Co 12, 31—13, 8ª; Jn 15, 9-12.

1.- Un saludo fraternal a mis hermanos Obispos, D. Fernando, D. Antoni y D. Atilano, y a los hermanos sacerdotes que concelebran en esta eucaristía. A vosotros dos, Úrsula y Micri, mi oración esta tarde es que el Señor os bendiga y bendiga vuestro amor. Y a todos los presentes, familiares y amigos, que compartís esta alegría y esta oración, que el Señor os colme de su alegría y de su paz.

La carta de san Pablo a los Corintios, que hemos escuchado, es un precioso canto al amor. En primer lugar, nos presenta unas acciones que el que ama trata de evitar: «El amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta: no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia» (1 Co 13, 4-6). Evitando estas cosas ya se vive en amor.

Pero Pablo añade aún actitudes positivas: «El amor es paciente, es benigno» (1 Co 13, 4); «goza con la verdad» (1 Co 13, 6); «todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13, 7). ¡Menudo programa de vida!

Queridos Úrsula y Micri, si estáis dispuestos a vivir así, todos os felicitamos y pedimos al Señor que os lo conceda. Los presentes nos alegramos con vosotros de que asumáis este estilo de vida y pedimos a Dios que os ayude a llevarlo a cabo. No confiéis en vuestras propias fuerzas, porque sucumbiríais.

2.- Pero hay más sobre el amor. San Pablo dice que «el amor no pasa nunca» (1 Co 13, 8). El amor es eterno, «porque Dios es amor» (1 Jn 4,8); «y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la carta del apóstol san Juan expresan con claridad el corazón de la fe cristiana (cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, 1).

Probablemente muchos coetáneos nuestros no han entendido estas palabras; y no saben o no quieren saber lo que es amar; y confunden amor con otras cosas, que no es necesario describir ahora.

El origen del amor no se encuentra en el hombre mismo, sino que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios, que se revela y sale al encuentro del hombre. Cuando el hombre quiere erigirse en centro de todo, sucumbe; porque el origen no está en él.

Los relatos de la creación son un testimonio claro de que todo cuanto existe es fruto del amor de Dios. Y de entre todos los seres de la creación, solo el hombre ha sido creado para entablar con Dios una historia de amor. Pedimos al Señor que vuestra historia de amor la escribáis junto con él; porque toda historia de amor va firmada por Dios y por el hombre.

En Cristo, el Hijo amado del Padre, Dios ama a cada hombre como hijo. Atraído por el Padre, cada ser humano es invitado a encontrarse personalmente con Cristo, descubriendo así la verdad y el camino del amor. “El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano», nos recordaba el beato Juan Pablo II (Familiaris consortio, 11). El amor humano es, pues, respuesta al amor divino. Penetrar de manera plena en la verdad del amor solo es posible desde el misterio de Cristo.

Estamos llamados a vivir esa historia de amor con Dios. Queridos Úrsula y Micri, vuestro amor solo se mantendrá si lo fundamentáis y lo envolvéis en el misterio de amor de Dios, como dos gotas de agua, sumergidas en el océano; de otro modo, esas gotas se evaporan y desaparecen. Vivid envueltos, metidos, inmersos en el misterio oceánico del amor de Dios.

3.- El amor de Dios es un amor trinitario, interpersonal, en el que el Padre y el Hijo se aman mutuamente en el Espíritu. El amor originario es, por tanto, un amor de comunión, del cual surge todo amor.

He visto los anillos, que vais a entregaros en señal de vuestro amor. Tal vez no hayáis caído en la cuenta, pero tienen un signo trinitario: cada anillo presenta en su superficie como tres pequeñas franjas o aros, símbolo de la Trinidad. Probablemente, cuando los elegisteis no pensabais en ello; pero sintonizabais con ellos y os sentíais atraídos por esa figura; porque tal vez en lo profundo de vuestro corazón percibíais esa sintonía.

Estáis llamados a vivir vuestro amor mutuo, unidos en el amor trinitario. Los anillos os lo recordarán siempre. Las relaciones interpersonales de la Trinidad son el mejor ejemplo para vuestra vida en común, para vuestra entrega mutua, para la plena comunión, a la que estáis llamados. La forma circular del anillo es también signo de la eternidad del amor. Hoy os profesaréis amor mutuo para siempre, aunque vengan dificultades y obstáculos.

Permaneced en el amor trinitario, como nos dice san Juan: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Vivid esta invitación del Señor como enseña de vuestra vida. De este modo podréis disfrutar del amor de Dios y recibir su luz, que hace percibir la realidad de un modo nuevo. A partir de ahora veréis la vida de otra manera, porque lo haréis con una mirada nueva.

Partiendo de ese amor originario se descubre que el ser humano, creado a imagen de Dios, ha sido creado también para amar, como recuerda el papa Benedicto XVI: “Dios nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este ‘antes’ de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 17). Al ser amados por Dios, Él nos capacita para amar como Él (cf. Jn 13,34).

4.- El matrimonio cristiano tiene, además, una función de signo. El amor conyugal es expresión del amor de Cristo por su Iglesia. Amaos, pues, como ha dicho Pablo en su carta, «como Cristo amó a su Iglesia» (Ef 5, 25). Dad testimonio de ese amor entre los hombres; sed como una luz en las tinieblas de nuestra sociedad, que no vive muchas veces la autenticidad y la verdad del amor.

El amor conyugal es un amor plenamente humano y total, fiel y exclusivo, fecundo y abierto a la vida; si no tiene estas características, no es amor, sino otra cosa. Es un “don”, que rechaza cualquier forma de reserva (cf. Conferencia Episcopal Española, La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar, 29-32. Madrid, 26.04.2012). No puede haber reserva en esa entrega.

El amor entre esposos es una “participación singular en el misterio de la vida y del amor de Dios mismo” (cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 29). Por ello, el matrimonio establece entre el hombre y la mujer una alianza, por la que «ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 6; cf. Gn 2, 24); esta alianza se convierte en una comunidad de vida y de amor. ¡Vividlo siempre así, queridos Úrsula y Micri!

5.- Finalmente, una palabra sobre el motivo de vuestra Boda en este templo de San Agustín, en Málaga. Varias son las razones, que os han llevado a celebrar aquí vuestro matrimonio. En primer lugar, vuestra fe hunde sus raíces en este lugar sagrado, donde la abuela materna de Micri venía a rezar y a pedir a Dios por los miembros de su familia; en sus oraciones estabais ya vosotros, como vástagos suyos. ¡Aprended a rezar con el ejemplo de vuestros mayores y antepasados! A los mayores los tenéis aún aquí; los antepasados están ya disfrutando de la presencia del Señor.

En segundo lugar, aquí se encuentra la imagen de la Cofradía, llamada coloquialmente la “Pollinica”, de la que Micri es miembro. Durante la procesión, en el Domingo de Ramos, Micri soporta el peso de la imagen, compartiendo el sufrimiento de Jesús, que entrega su vida por nosotros. Úrsula le acompaña con el corazón lleno de fe. Don Fernando y un servidor somos testigos de ello. Ambos os cruzáis miradas de amor y de sintonía; también lo hace otra persona, muy querida por vosotros; ambos expresáis de ese modo vuestro deseo de seguir a Jesucristo; de ser sus discípulos; de dar testimonio del gran amor, con que Él nos ha amado (cf. Ef 2,4).

Delante de la imagen de la “Pollinica” firmaréis vuestro compromiso matrimonial. Pedimos a Dios que este gesto os ayude a vivir arraigados y cimentados en el amor; a comprender la maravillosa vocación cristiana al amor (cf. Ef 3, 17-19) y alcanzar un día la contemplación plena del rostro de Dios.

Pedimos al Señor que os ayude en esta nueva etapa de vuestra vida. Buscad a Dios, como busca la cierva corrientes de agua; así lo hemos cantado en el Salmo 42.

¡Que la Virgen María os acompañe siempre y os proteja con su amor maternal! Amén.

 

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