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Visita Pastoral a la parroquia de San Isidoro (Benadalid)

Publicado: 22/06/2013: 190

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Visita Pastoral a la parroquia de San Isidoro (Benadalid) celebrada el 22 de junio de 2013.

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE SAN ISIDORO

(Benadalid, 22 junio 2013)

 

Lecturas: Za 12,10-11;13,1; Sal 62,2-9; Gal 3,26-29; Lc 9,18-24.

(Domingo Ordinario XII-C)

1.- En esta celebración eucarística de acción de gracias, acto principal de la Visita Pastoral, hemos escuchado las lecturas de este domingo duodécimo de Tiempo Ordinario. Os propongo tres puntos para la reflexión.

El primero tomado del Salmo 62 que hemos recitado: «Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío». ¿Cómo está sedienta la tierra respecto al agua? El salmista ha comparado el alma con la tierra. Pues La tierra si no tiene agua no es fecunda, no crecen los árboles, las plantas no germinan, se quedan resecas, agostadas, endurecidas.

¿Cómo queda el fiel cristiano cuando no se esponja por el agua del Espíritu? Reseco, sin frutos. Si nosotros no nos esponjamos con la oración, con la gracia, con el perdón de Dios, con esa acción benefactora que es la Palabra de Dios que cae en la tierra, quedaremos áridos, quedaremos duros de corazón, infecundos. Pero si permitimos que la Palabra de Dios penetre dentro de nosotros, si permitimos que la luz de Dios, la luz de la fe ilumine nuestra vida, nuestra vida cambiará.

2.- A veces, pensamos que somos los protagonistas de nuestra vida, cuando en realidad somos criaturas que hemos de aceptar la voluntad de Dios, porque Él quiere que la vida del hombre sea un proceso de crecimiento, de maduración. Y con el tiempo, un proceso en el que vamos perdiendo fuerza física, pero no espiritual.

Nosotros, desde que nacemos y somos bautizados, la semilla que Dios ha plantado en nuestro corazón puede crecer de manera ininterrumpida y ojalá no decaiga. Pero nuestra vida no termina aquí, esto es un paso, termina en el más allá, en la vida eterna. Y estamos capacitados, porque Dios quiere cosas que los demás seres animados: animales o plantas, no van gozar; pero el hombre sí, la vida eterna, porque hemos sido creados a imagen de Dios.

Por tanto, nuestra mejor actitud ante el Señor es pedirle, como la tierra reseca que espera el agua para quedar fecunda y esponjada, que nos envíe su gracia, su Espíritu; que nos ilumine, que nos transforme por dentro, que nos empape, que nos haga fecundos en buenas obras.

3.- Cuando uno está sediento, ¿qué prefiere bebe? Agua fresca, pura, de manantial. Esa sería el agua del Espíritu, el agua de Dios, la Palabra suya. Pero si buscamos cualquier tipo de agua, como hace mucha gente, en vez de beber agua buena de manantial, beberemos agua de pozos contaminados que le sienta mal. Y así no se descubre el camino para llegar a Dios.

Todo el mundo va buscando la felicidad, pero no todos la buscan en el camino adecuado y en la forma correcta. Nosotros tenemos una gran suerte que es la luz del Evangelio, el manantial de agua viva que es Jesucristo y que lo reparte y lo distribuye a través de los sacramentos, que son Iglesia, de eso estamos gozando nosotros. Demos gracias a Dios por ello.

4.- La carta a los Gálatas nos ha dicho que somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (cf. Gal 3,26), que hemos sido bautizados en él; y una cosa importante, bonita, que hemos sido revestidos de Cristo (cf. Gal 3,27).

Nuestro vestido al nacer era un vestido pobre, raído, roto y viejo, que es el vestido del hombre en pecado por el pecado original. Y Jesús, en el bautismo, nos ha regalado una vestidura blanca, nueva, reluciente; hemos sido revestidos, cubiertos del calor de Cristo, del vestido de Cristo, del amor de Cristo.

Y ese vestido nuevo que se nos regaló en el bautismo nos protege de muchas cosas. El que va desnudo o con un vestido roto, andrajoso, (además de su aspecto negativo), no le cubre del frío en invierno; sin embargo, cuando uno tiene un vestido nuevo, bueno, ligero en verano y fuerte en invierno, se protege del frío y del calor.

El vestido que Cristo nos ha regalado en el bautismo, es un vestido que nos protege con su amor, es un vestido de luz, luminoso, es un vestido de fe, de esperanza. Y ese vestido es el que Él nos pide que mantengamos limpio. Y Si lo ensuciamos, que le pidamos perdón en el sacramento de la penitencia.

Pero ese vestido es un vestido protector, transformador. Hay mucha gente y muchas asociaciones o instituciones que tienen a gala tener un bello uniforme o un hermoso vestido. Cuando uno se pone el vestido por el que él se identifica, sea de la institución que sea, se siente a gusto, se siente orgulloso, se siente protegido, se siente bien. ¡Cuánto más si nosotros llevamos ese vestido que Cristo nos regaló en el bautismo! Sólo se aprecia por la fe, pero nos transforma en personas nuevas.

Os invito en esta celebración a revestiros de Cristo; conste que lo dice Pablo, no es una invención mía: «cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo» (Gal 3,27). Y esto nos da una libertad total, pues ya «no hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28). La gracia bautismal nos hace hermanos unos de otros.

5.- Y finalmente, el Evangelio nos habla de la profesión de fe de Pedro. Cuando Jesús pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Unos dicen una cosa, otros dicen otra cosa. Y si preguntáramos hoy: “¿Quién dice la gente que es Jesús?” Unos dirían que un hombre normal, un judío de la época romana; un profeta; un taumaturgo; un agorero… cada uno diría una idea.

¿Cuál es la conclusión que hace Pedro cuando Jesús les pregunta sobre su opinión respecto a Él, olvidando lo que dice la gente? «Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20).

Y ahora Jesús nos hace esa pregunta a nosotros: “No me digáis lo que dice la gente de mí, que dicen muchas tonterías de mí”. Jesús nos pregunta hoy: “Tú, ¿qué piensas sobre quién soy? ¿Quién soy yo para ti? Contéstaselo a Él. ¿Quién es Jesús para mí, ¿qué pinta en mi vida?, ¿qué lugar ocupa en mi corazón?, ¿quién es Jesús de Nazaret que me amó hasta el extremo, hasta entregarse por mí en la cruz?, ¿cómo correspondo yo a ese amor? Esta es la pregunta que me hace hoy.

6.- El mismo me da una pista: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9,23-24).

¿Qué queréis: perder y estropear vuestra vida o conservarla hasta la eternidad? Supongo que conservar la vida, ya que la vida es un regalo del Señor y podemos conservarla hasta la eternidad; mejor conservarla, ¿verdad? Pues ya sabemos las indicaciones del Señor: seguirle de cerca, renunciar a nuestros caprichos para realizar lo que Él nos pide. Ese es el seguimiento del Señor, al que os animo y también me lo digo a mi mismo, que si quiero conservar la vida hasta la eternidad lo mejor es seguir a Jesús.

Vamos a pedirle a la Virgen que nos ayude en esta tarea y también al Patrón vuestro, a San Isidoro, un gran santo, un hombre que entendió que la gran sabiduría residía en Cristo, y eso que escribió libros del saber humano de su época como nadie, pero entendió que el saber de Cristo, el saber de la fe era más importante que todos los demás saberes. Pues que el Señor nos lo conceda. Que así sea.

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