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Fiesta de los Santos Ciriaco y Paula, Patronos de Málaga (Catedral-Málaga)

Publicado: 18/06/2013: 293

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Fiesta de los Santos Ciriaco y Paula, Patronos de Málaga (Catedral-Málaga) celebrada el 18 de junio de 2013.

FIESTA DE LOS SANTOS CIRIACO Y PAULA,

PATRONOS DE MÁLAGA

(Catedral-Málaga, 18 junio 2013)

 

Lecturas: Sab 3,1-9; Sal, 125; 1 Pe 4,13-19; Lc 21,8-19.

 

Ser luz del mundo a través del testimonio de la fe

1.- Celebramos hoy con gran gozo la fiesta los santos Patronos de la ciudad de Málaga, Ciriaco y Paula. En este año además de ser fiesta litúrgica, es también fiesta laboral en la ciudad. Ellos dieron su vida por el Reino de los cielos. Su testimonio de fe y de amor a Dios quedó rubricado con el derramamiento de su sangre, como una firma indeleble que perdura a través de los tiempos.

Su vida, como la de los justos, «está en manos de Dios» (Sb 3,1); y aunque se les pidió el testimonio supremo, al perder la vida para este mundo, la encontraron en las manos del Padre del cielo, quien ama a sus hijos y no deja que se pierda ni uno solo (cf. Jn 10,29).

Los que tienen vendas en los ojos y no ven con la luz de la fe no entienden lo que sucede a los justos: «La gente insensata pensaba que morían» (Sb 3,2), pero ellos siguen viviendo en Dios; ellos disfrutan de una felicidad inimaginable para los que aún vivimos en ese mundo.

2.- Para gozar de esa felicidad eterna Dios pone a prueba, para darnos la posibilidad de demostrar nuestra fidelidad y para hallarnos «dignos de sí» (Sb 3,5).

Ciriaco y Paula fueron probados «como oro en crisol» (Sb 3,6); el Señor quiso pasarlos por el fuego del martirio para purificarlos, para aquilatarlos, para recibirlos «como sacrificio de holocausto» (Sb 3,6).

Nuestros mártires fueron inmolados y unieron la ofrenda de su vida a la de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, Aquel «que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados» (Ap 1,5).

Dios Padre no exige a los hijos de adopción mayor entrega que exigió a su Hijo consustancial. Jesucristo, el verdadero Hijo de Dios, se ofreció a sí mismo en el altar de la cruz para expiación de los pecados (cf. Hb 2,17).

El apóstol Pedro nos anima a soportar con alegría los sufrimientos por el Evangelio: «Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo» (1Pe 4,13).

De ese modo tendremos «ocasión de dar testimonio» (Lc 21,13) de nuestra fe, como lo hicieron nuestros patronos.

3.- El libro de la Sabiduría ofrece la sugestiva imagen de que los justos son como chispas, que resplandecen y prenden fuego a su alrededor (cf. Sb 3,7). Cuando el testigo de la fe es acrisolado, aumenta su valor y queda aquilatado. Su vida sirve para transmitir la luz de la fe, que ilumina la existencia humana; y para difundir el fuego del amor, que abrasa los corazones y quema lo que impide la relación personal con Dios.

El Señor Jesús se define a sí mismo como Luz: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). Con ello explica su identidad y su misión.

De esta identidad y misión hace partícipes a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14). El símbolo de la luz evoca el deseo de verdad y la sed de llegar a la plenitud del conocimiento, que están impresos en lo más íntimo de cada ser humano. Cristo, Luz del mundo, comparte su luz con los cristianos, que podemos ser también luz del mundo.

La luz de la cual Jesús nos habla en el Evangelio es la de la fe, don gratuito de Dios, que viene a iluminar el corazón y a dar claridad a la inteligencia: «Pues el mismo Dios que dijo: ‘De las tinieblas brille la luz’, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo» (2 Co 4,6).

4.- Ciriaco y Paula, nuestros Patronos, tuvieron un encuentro personal con Jesucristo, que les iluminó su vida; quedaron transformados interiormente por la luz de la fe y por el fuego del amor de Dios. Fijémonos que inteligencia y corazón van unidos; luz de la fe y amor van unidos. Las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad van siempre unidas.

El cristiano, iluminado con la nueva luz de la fe, recorre el buen camino y se convierte en testigo cualificado de la Buena Nueva. Con este nuevo estilo, que Cristo le ofrece, el testigo contempla el mundo y las personas de otro modo; penetra más profundamente en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia un conjunto de enunciados teóricos, sino asimilar una experiencia, vivir una verdad; ser sal y luz de toda la realidad (cf. Veritatis splendor, 88).

No se trata de saber cosas o verdades, se trata de vivir iluminados por la luz de Cristo. Ser cristiano no es solamente aceptar teóricamente algunas verdades de fe; ser cristiano es, fundamentalmente, tener una experiencia de relación personal con Jesús, que es la Luz (cf. Jn 8,12), la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6).

No podemos decir que somos cristianos si en nuestra vida no hay un encuentro personal con Cristo. Nadie está enamorado de una persona por el solo hecho de conocer su nombre y sus características; para entrar en relación de amor es preciso una experiencia personal y un encuentro.

Los santos entraron en relación personal con Jesucristo, quien les iluminó y transformó su vida. A imitación de Ciriaco y Paula hemos de vivir un encuentro personal con Cristo.

5.- Queridos jóvenes, Ciriaco y Paula fueron dos jóvenes malagueños, que se dejaron iluminar por Cristo y fueron testigos de su luz. Vosotros, sois también luz del mundo; os invito a ser testigos de esa luz.

El papa Juan Pablo II decía a los jóvenes, en un mensaje de la Jornada Mundial de Juventud: “En el contexto actual de secularización, en el que muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera, o son atraídos por formas de religiosidad irracionales, es necesario que precisamente vosotros, queridos jóvenes, reafirméis que la fe es una decisión personal que compromete toda la existencia. ¡Que el Evangelio sea el gran criterio que guíe las decisiones y el rumbo de vuestra vida! De este modo os haréis misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajéis y viváis, seréis signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo. No lo olvidéis: «No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín»” (cf. Mt 5,15) (Juan Pablo II, Mensaje para la XVII Jornada Mundial de la Juventud, Castel Gandolfo, 25.VII. 2001, 3).

6.- Queridos hijos de Málaga, cofrades y fieles todos, estamos llamados a ser luz y ayudar a nuestros contemporáneos a que encuentren a Jesucristo. «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14).

En medio de la noche el hombre puede sentir temor e inseguridad y espera con impaciencia la llegada de la aurora. El Señor nos invita a ser los centinelas de la mañana (cf. Is 21, 11-12), que anuncian la llegada del sol, que es Cristo resucitado. «Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en lo cielo» (Mt 5,16).

Pedimos la intercesión de los santos Patronos, Ciriaco y Paula, para que intercedan por nosotros y nos ayuden a ser testigos de la luz de Jesucristo. Amén.

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