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Visita Pastoral a la parroquia de Santa María de la Encarnación (El Burgo)

Publicado: 13/06/2013: 440

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Visita Pastoral a la parroquia de Santa María de la Encarnación (El Burgo) celebrada el 13 de junio de 2013.

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE LA ENCARNACIÓN

(El Burgo, 13 junio 2013)

 

Lecturas: 2 Co 3,15 - 4,1.3-6; Sal 84; Mt 5,20-26.

(San Antonio de Padua)

1.- Hoy es un día especial para la comunidad cristiana de El Burgo, con motivo de esta Visita Pastoral del Obispo.

Tenemos muchas cosas buenas por las que alegrarnos y celebrar. Celebrar es una fiesta. Estamos de fiesta. Fiesta religiosa, lógicamente, porque el Señor nos visita y siempre la visita del Señor es buena y redunda en bien de cada uno de nosotros y de la comunidad.

La Visita del Obispo, representante de Cristo, es un acercarse por parte del Pastor a la grey, a los fieles. El Obispo es la máxima representación, dentro de la diócesis, del mismo Jesucristo. Y con mis limitaciones, mis imperfecciones, y mi modo de ser el Señor ha querido elegirme a mí como Obispo. Esta mañana los niños en el colegio me preguntaban qué sentía y cómo vivía al ser Obispo. Y le respondía que era una gracia de Dios, que lo vivía con alegría; también es un cargo, un peso, a veces muy complejo, pero que la gracia de Dios te lleva. Uno no pide ejercer este ministerio, sino que lo confían. El Señor me ha confiado este ministerio a través de la Iglesia, lo mismo que a los sacerdotes o al diácono, o cada uno de vosotros en la tarea que os encomienda el Señor. Y eso es motivo de acción de gracias al Señor.

2.- Hemos escuchado en la lectura de la carta de san Pablo a los Corintios, aunque él lo refiere a los judíos, podemos decirlos en general de los no cristianos. Y la imagen que pone es: imaginad uno que no cree en Dios es como aquel que tiene unas vendas puestas en los ojos. El que no tiene la luz de la fe es como el ciego que no ve.

San Pablo dice que cada vez que se leen las escrituras se cae un velo: «Hasta hoy, cada vez que se lee a Moisés, cae un velo sobre sus corazones» (2 Cor 3,15). El no creyente tiene unas vendas en los ojos y no ve.

¿En qué consiste la luz de la fe? En hacer que caigan esas vendas y que vea. ¿Es lo mismo caminar a ciegas que caminar a plena luz del día? No. ¿Es lo mismo caminar con una linterna de noche que a plena luz del día? No.

Esa sería la diferencia entre el que vive con fe y el que vive sin fe. El que vive sin fe, el pobremente se alumbra de su capacidad, de su inteligencia y va a ver mal las cosas, y va a dar muchos tropezones, porque por la noche no va a ver mucho. No va a distinguir mucho entre los peligros y las cosas buenas.

El que camina a plena luz del día tiene una gran ventaja: ve si hay agua, si hay un barranco, si hay un puente, si hay un charco, si hay un hueco y puede sortear los peligros y puede llevar el camino adecuado.

El que vive la fe tiene la ventaja de recorrer el camino de la vida de una manera más expedita, más segura, más tranquila, porque ve las cosas con una luz especial. ¡Eso es la fe!

3.- A los confirmandos el Señor os va a regalar esta tarde el don del Espíritu; y fortalecerá la luz que recibisteis en el bautismo. El don del Espíritu se os va a conceder para que veáis mejor las cosas, para que afrontéis mejor la vida, para que encajéis de la misma vida desde otra perspectiva. Se os va a regalar una fuerza, un don a los confirmandos. Los bautizados y confirmados ya los tenemos.

En este Año de la Fe la Iglesia nos invita a purificar nuestra fe; es decir, a ir quitándonos vendas para que cada día más penetre la luz de Cristo en nuestro interior. A veces, en nuestros corazones, en nuestra inteligencia hay muchas oscuridades, muchos rincones donde no llega la luz. Hay cosas que no entendemos y otras que nos queremos entender: nos hacemos los sordos y los ciegos.

¿Qué hace la fe? Iluminar hasta aquellas cosas y problemas que no entendemos. A veces, no entendemos el sentido del dolor, de la enfermedad, de la muerte, de los interrogantes de la vida… y la fe nos ayuda a entenderlos mejor, porque es verlo desde Dios. Y eso es una gran ventaja. Ver con los ojos de Dios no es lo mismo que ver con los ojos de los hombres. La mirada de Dios es infinita, es omnipresente, es omnipotente, es clarividente; la nuestra es pobre. Está bien, por tanto, que aceptemos la luz de la fe y de la revelación para entender mejor las realidades de la vida.

Y los que no creen es como los ciegos que no ven porque tienen muchas vendas en los ojos y como no se les vayan cayendo van dando tumbos por ahí, van cayendo por el camino; incluso, se salen del camino sin darse cuenta.

Me gustaría que valoráramos la importancia de tener fe. Tener fe es un regalo, es un don del Señor que nos ayuda.

4.- Hablando de la fe, hoy celebramos la fiesta de San Antonio de Padua, que ya sabéis que no era de Padua. Padua es una ciudad de Italia, donde murió, pero él nació en Portugal, quería ir a misionar al nuevo mundo y al final una tormenta hizo que el barco donde viaja se hundió y el naufragó hasta tierra, donde caminó mucho a pie. Recorrió todo el sur de Italia hasta llegar a Padua. Se encontró con Francisco de Asís en el llamada capítulo de las festeras. Entonces él que era un fraile no franciscano, era de una orden no regular, portugués, había estudiado mucho, sabía mucho, explicaba las cosas de la fe, las conocía bien; y se quedó con Francisco de Asís y se hizo franciscano. Empezó a predicar por toda Italia y por Francia, teniendo mucho éxito. Llegó incluso a explicar teología a sus hermanos franciscanos. Previamente fue el primero de los predicadores de los teólogos franciscanos.

¿A qué nos anima Antonio de Padua, un gran hombre de fe y un gran predicador? A planearnos el tema de la educación en la fe. Las generaciones jóvenes, los niños, a quienes hemos bautizado, tienen el derecho de que se les forme en la fe de la Iglesia, es un derecho. Igual que un niño nacido tiene el derecho de que se le alimente, sino para qué lo hemos puesto al mundo. Los padres no pueden traer un hijo al mundo y abandonarle, tienen la obligación de darle de comer, de vestirlo y de cuidarlo.

5.- Si bautizamos a un niño tenemos la obligación de cuidarlo, de nutrirlo, de educarlo en la fe. Y, ¿Quiénes son los primeros en tener esa obligación? Los padres, los que lo han puesto en el mundo, los que han pedido el bautismo. Porque la Iglesia bautiza si los padres lo piden, si no lo piden no lo bautiza. Luego, los primeros obligados son los padres.

Y, ¿cómo han de hacer esa educación en la fe? ¿Cómo han de educarles a los niños en la religión? Igual que hacéis cuando lo educáis en la cultura. ¿Cómo lo educáis en la cultura en la que vivís? ¿Cómo les enseñáis el lenguaje? ¿Cómo les enseñáis a comer? ¿Cómo les vestís y le enseñáis a vestir? ¿Cómo les enseñáis a expresarse y a entender la vida?

Pues, la catequesis, que es una explicación orgánica de la fe tendría que empezar por una explicación familiar de la fe. Y hablarles a los niños de Dios con la misma naturalidad con la que le habláis de la Naturaleza, de la familia, de los padres, de los hermanos… El lenguaje de la fe tiene que estar presente en toda la vida, en todos los aspectos. Y de la misma manera que le repetís para que aprendan a hablar bien y les habláis, pues tendréis que hablarles de Dios y ayudarles a que hablen con Dios.

6.- No es lo mismo hablar de Dios que hablar con Dios. Cuando la mamá está con el niño y viene el hermano o el papá a casa, las mamás: ¿les habláis sólo del papá o hacéis que el niño se interrelacione con el papá y que el papá hable con él y él con el niño? Facilitáis que venga el padre, que acaricie al hijo, que lo coja en brazos, que le hable; y le animáis a que el niño le cuente al padre todo lo que ha hecho en ese día y que le haga muestras de cariño.

Pues, exactamente igual hay que educarles en la fe. No solamente es hablarles de Dios; es necesario también animarles a hablar con Dios, darle gracias a Dios por la comida que nos regala, bendecirle, adorarle, hacer la señal de la cruz, dar un beso a las imágenes de Dios. Ese debe ser el lenguaje religioso que los padres, al igual que le educáis y enseñáis en el lenguaje español, le eduquéis de una forma natural, con la naturalidad de cada día, la dimensión religiosa. Y que el niño aprendiera a dirigirse a Dios, a hablar con Él, a pedirle perdón, a darle gracias, a agradecerle, a darle un beso, a ser cariñoso con Dios y con sus hermanos. Eso es educar en la fe.

Después cuando sea más mayor vendrá la catequesis y el catequista, el sacerdote y otras personas que les explicarán las cosas. Pero fijaros, ¿cuándo un niño va a la escuela sabe las reglas de ortografía?; ¿sabe distinguir entre la “b” y la “v”?; ¿sabe escribir bien?; ¿sabe hablar? Saben hablar, pero no saben leer ni escribir; pero han aprendido ya a hablar. ¿Quién les enseñará a leer, escribir, la ortografía, a redactar…? Los profesores.

Cuando un niño viene a la parroquia, ¿sabe hablar ya con Dios?, ¿sabe rezar?, ¿saber el lenguaje de la fe? Algunos sí, otros no. Pues debería saber antes de empezar la catequesis, igual que sabe hablar el lenguaje, aunque no sepa escribirlo, ni las reglas de gramática, hablar el lenguaje de la fe. Aquí aprenderá las cosas de forma sistemática como los profesores le explican de forma sistemática los saberes de las ciencias.

7.- Si no educamos así la educación en la fe se convierte en una cosa superficial, como una chaqueta que le hemos puesto para unos días; y luego, el niño se la quita y se queda tan a gusto. Pero el lenguaje no se lo quita, ya le acompaña toda la vida, aunque se vaya al extranjero.

En los pueblos que estoy visitando de la Serranía hay mucha gente que se ha criado aquí y se ha ido a otra ciudad de España o al extranjero. Ha aprendido otro idioma, pero no ha perdido el español. ¿Qué pasa con nuestros niños? Que pierden el lenguaje de la fe porque nunca lo aprendieron. Hemos de cambiar el estilo de la enseñanza de la fe, de la religión y de la catequesis. No es una asignatura, eso es la asignatura de religión o de matemáticas; pero la catequesis no es una asignatura, es la vida misma.

8.- La fe nos ilumina y hace que el hombre tenga un rostro resplandeciente. La fe ha quitado las vendas y nos hace ver con los ojos de Dios, se refleja en nuestro rostro la luz de Dios y somos como estrellas andantes: «El Dios que dijo: Brille la luz del seno de las tinieblas ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo» (2 Co 4,6).

Por eso Cristo dice de los cristianos: «vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14). No porque tengamos luz, sino porque, como dice san Pablo: «todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor» (2 Cor 3,18). Reflejamos las maravillas, el amor y la misericordia de Dios.

9.- Vuestro patrón es san Agustín y como sabéis su madre era cristiana, Mónica; su padre no era cristiano, era un ateo, no tenía luz en los ojos y no quiso bautizarlo. Y san Agustín fue un joven de su tiempo muy dado a la vida alegre, mundana, un poco “calavera”; así lo cuenta en su Confesiones. Él pasó por todo y se convirtió, nada menos, que, a los treinta años, cuando había recorrido ya un montón de escuelas filosóficas, cuando había experimentado toda clase de vivencias, había hecho todo tipo de barbaridades, había tenido hijos sin casarse… de todo.

San Agustín marcha de Roma a Milán para ejercer un cargo que le encomienda el Emperador. En Milán escuchó al obispo Ambrosio y mantuvo con él muchos diálogos. Primero le atacó durísimamente, pero luego el obispo le fue ayudando a quitarse vendas y vendas que le tapaban los ojos de la fe.

Entre eso y la oración de su madre Mónica, a final aceptó la fe. Y él dice: “Ojalá me hubieran bautizado de niño y confirmado, porque habría tenido la fuerza del Espíritu y no habría hecho tantas calaveradas como he hecho”.

Por tanto, no hay que retrasar ni el bautismo, ni la confirmación, porque es el regalo del don de Dios, de la filiación divina. El Señor en el bautismo nos adopta como hijos, nos dona su Espíritu, nos ofrece la fe, el amor y la esperanza. Regalemos eso que es bueno para nuestros hijos.

Así que tanto san Agustín en este tema de la educación en la fe y en cómo somos testigos en la sociedad, como san Antonio de Padua, un hombre que amaba y conocía mucho a Dios, cuya fiesta celebramos hoy, que ambos con su intercesión nos ayuden a ser padres creyentes que sepan educar en la fe a sus hijos; a ser fieles cristianos que sepan vivir la fe con alegría; a ser catequistas que sepan educar de forma sistemática y orgánica las verdades de la fe de los hijos de la parroquia; y a ser ciudadanos que iluminen, también desde esta luz, las realidades temporales: la familia, la economía, la política... El cristiano debe entrar en juego para trasformar la sociedad.

Pues que estos dos grandes santos, san Agustín y san Antonio de Padua, nos ayuden con su intercesión. Que así sea.

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