DiócesisHomilías

Confirmaciones en la parroquia de Nª Sª de la Encarnación (Álora)

Publicado: 09/06/2013: 290

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en las confirmaciones celebradas en la parroquia de Nª Sª de la Encarnación (Álora) el 9 de junio de 2013.

CONFIRMACIONES

EN LA PARROQUIA DE Nª Sª DE LA ENCARNACIÓN

(Álora, 9 junio 2013)

 

Lecturas: 1 Re 17,17-24; Sal 29; Gal 1,11-19; Lc 7,11-17.

(Domingo Ordinario X-C)

1.- Hoy va a ser un gran día para la parroquia de NªSª de la Encarnación, de Álora, porque va a ser renovada en un buen grupo de sus miembros. La acción del Espíritu Santo en nosotros hace maravillas.

Hemos escuchado en la monición inicial que el Señor nos perdona los pecados, nos salva, nos reconforta en la enfermedad; incluso nos salva de la muerte.

En la primera lectura el profeta Elías, hombre de Dios, reza por un difunto. La fuerza de Dios se manifiesta en la acción profética de Elías. En la casa donde se alojaba el profeta Elías fallece el hijo de la dueña (cf. 1Re 17,17). Y la mujer, en expresión de protesta le dice a Elías: «¿Qué hay entre tú y yo, hombre de Dios? ¡Has venido a recordarme mis faltas y a causar la muerte de mi hijo!» (1Re 17,18). La madre reprocha al profeta, “hombre de Dios”, cómo permite que el Señor se llevara a su hijo.

2.- Una expresión similar también la hemos oído muchas veces en nuestra sociedad: “¿Por qué a mí? ¿Por qué me pasa a mí esto? ¿Por qué esta enfermedad de mi hijo, de mi pariente, de mi mujer, de mi esposo? ¿Por qué esta muerte inesperada de uno de nuestra familia?”. Como queriendo pedir a Dios explicaciones.

No nos damos cuenta de que nosotros somos criaturas de Dios, somos hijos suyos; pero no somos los que tenemos que pedir explicaciones y menos a Dios.

La fuerza del Espíritu es capaz de transformar al hombre, renovarlo por dentro, hacerle hijo de Dios, cambiar su estilo de vida, su pensamiento, su forma de vivir, incluso resucitar a los muertos. Hoy no ha resurrecciones como las que pudo hacer Jesús o el profeta Elías, pero sí que hay resurrecciones de otro estilo.

3.- Una persona puede estar muerta a Dios, porque está muerta para el amor. Se dice que cuando alguien no ama está muerto, porque el amor es vida, el amor es donación, es entrega. Si uno no ama, esa persona está muerta. Si uno es capaz de amar porque el Espíritu del Señor le anima a amar, porque ha sentido la experiencia de ser amado por Dios, esa persona revive, vuelve a la vida, resucita. Eso durante la vida terrena, pero aún más al término de nuestra peregrinación aquí en este mundo.

Todos tenemos que pasar el umbral de la muerte temporal. Nadie se queda en este mundo. El ser humano puede vivir poco o mucho tiempo: tres meses, veintes años, noventa o ciento veinte; pero al final, tiene que cruzar el umbral de la muerte; tiene que atravesar la puerta que se llama muerte temporal. Que no es muerte eterna, sino un cambio, una transformación.

4.- El Evangelio nos pone como ejemplo la semilla: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). El grano de trigo tiene que entrar en el surco, tiene que pudrirse para que quede transformado en planta.

El ser humano no puede estar permanentemente sobre la tierra, tiene que entrar, tiene que penetrar en la tierra, tiene que pudrirse la parte más material y corporal, para transformarse en una planta, es otra forma de vivir. Es una forma, por tanto, de resucitar a una nueva vida, distinta. Esa es nuestra fe.

5.- Los confirmandos vais a recibir el don del Espíritu, que os hará capaces de ser transformados, primero aquí en la tierra; y después, seréis transformados por su fuerza para no permanecer en la muerte eterna, para poder gozar de la otra vida, para ser transformados con la resurrección de Jesucristo, para resucitar con Él.

Resucitar por el poder de Dios es el mensaje de la celebración de la liturgia de hoy. El libro de los Reyes relata la historia del profeta Elías, cuando resucita al hijo de la dueña donde se hospeda (cf. 1 Re 17,22-23). Ese es el ejemplo de lo que nos puede ocurrir a nosotros.

Es lo mismo que el pasaje del Evangelio cuando el Señor, atravesando la ciudad de Naim se encuentra que van a enterrar al hijo de una viuda (cf. Lc 7,11-12). Jesús se acerca al ataúd y devuelve a la vida al difunto, símbolo de lo que será nuestra vida futura (cf. Lc 7,14).

6.- Una persona que odia, que mata, que hace daño puede convertirse en una persona que ama, que entrega su vida por el otro, fruto de la acción del Espíritu. Y ese cambio se podría verificar en esta vida; pero el paso de la muerte temporal a la vida eterna no la podemos ver. Nadie ha regresado de la otra vida para contárnoslo. Y mucha gente no cree porque no lo ve.

Precisamente la fe permite conocer y creer muchas cosas, aunque no se vean. Esa es la esencia de la fe: aceptar aún aquello que no se ve, pero que ha sido revelado de manera transcendente.

El cristiano puede ser más sabio que muchos de los “sabios” de nuestra sociedad y de nuestra cultura, porque acepta la revelación de Dios, sabe más del ser humano, del sentir de la vida, del dolor, de la muerte, del más allá, que no se puede cotejar con los métodos de las ciencias humanas.

El Señor nos hace más sabios. Hoy el Señor os va a hacer a vosotros, queridos confirmandos, más sabios. Vais a saborear cosas que otros ni se imaginan. Vais a salir transformados de la parroquia.

7.- Es importante que aceptemos y vivamos que el Espíritu nos transforma. Imaginad un orfebre o un alfarero. El orfebre cogería oro en bruto sacado de la mina para hacer una obra de arte; ¿qué haría? (Respuesta de un confirmando: fundirlo). Cierto; fundirlo. Y, ¿con qué se funde? (Respuesta de otro confirmando: con el fuego). El oro hay que purificarlo, hay que hacerlo pasar por fuego para quemar lo que no sirve, la ganga, los carbonos que tiene adheridos, los hierros. Y eso oro después de ser pasado por el fuego, ¿cómo resulta? Más aquilatado, más puro.

¿Sabéis que va a hacer hoy el Espíritu Santo con vosotros? Os va a pasar por fuego, os va a purificar, para que se queme lo que no vale: los egoísmos, el pecado, las dudas, las sombras, el mal. Eso no sirve y hay que quemarlo. Y así sois purificados para amar, para vivir con alegría y con gozo, con menos penas, porque el Espíritu nos da alegría, gozo y paz; aún en las dificultades, aún en la enfermedad, aún en la muerte.

8.- Y en el caso del alfarero, que coge barro húmedo y blando, ¿qué hace con ese barro? Lo moldea, lo transforma, lo adorna y después, ¿qué hace? (Respuesta de un confirmando: lo mete en el horno). Lo pasa por el fuego, lo purifica; de lo contrario no tendrá valor.

Lo pasa por fuego y aparece una obra de arte, una figura especial, pero además ya cocida, con valor, una buena cerámica. Me gustaría que el templo fuera como un horno, donde vais a ser purificados por el fuego del Espíritu y salir como hermosas figuras de porcelana.

Pero no como una figura estrambótica, sino como la figura de Cristo, que se os regaló en el bautismo. La imagen de Cristo puede quedar emborronada, borrada o desfigurada por el pecado. Cuando se limpia, vuelve otra vez la imagen nítida. Pues que salgáis de aquí como imágenes de Cristo, como testigos de Cristo.

9.- El Evangelio de Pablo no es de origen humano: «Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibí do ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo» (Gal 1,11-12).

La fuerza del Espíritu en la confirmación os va a transformar en testigos valientes del Evangelio. Los discípulos y apóstoles de Jesús estaban encerrados, con miedo, cuando mataron a Jesús y no lo habían visto resucitado; se encerraron en una casa por miedo a los judíos (cf. Jn 20,19). Cuando recibieron el Espíritu salieron a las calles, a las plazas, a los balcones, a los mercados a proclamar que Cristo había resucitado (cf. Hch 2,1-4). Eso no se lo inventaron ellos, eso no lo recibieron de hombre alguno, sino solo por revelación de Jesucristo.

A vosotros se os revelan unas verdades, que no pueden ser obtenidas por el mero razonamiento humano; son verdades reveladas. Y esas verdades en las que creemos: Dios-Padre, Dios-Hijo y Dios-Espíritu Santo, la Iglesia instituida por Jesucristo –no inventada por los curas–, el perdón de los pecados, los mandamientos como fuente y como norma de vida –no como ladrillos que nos pesan–; todo eso es revelación; no lo hemos inventado. De eso quiere el Señor que seáis testigos, cuando salgáis de aquí, de una manera valiente como Pablo.

10.- Saulo fue un perseguidor de los cristianos: «Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba» (Gal 1,13). Estamos invitados a pasar de ser críticos contra los defectos de la Iglesia, de la jerarquía, de nosotros mismos, a ser defensores por la bondad y la santidad que tiene la Iglesia.

Pero Pablo se convirtió en un gran predicador: «Cuando aquel que me escogió desde el seno de una madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles» (Gal 1,15-16). Pablo se dedica a anunciar el Evangelio a los no creyentes, a los paganos.

Hay muchos paganos en nuestra sociedad, muchos que no creen, otros que dudan, o que piensan que es imposible conocer a Dios; y otros piensan que, por no haber tenido experiencia de fe, el cristianismo es un “cuento chino”. Pero nosotros vamos a ser testigos de la Buena Noticia, de haber sido salvados por Jesucristo, de haber encontrado el sentido de la vida y el sentido de la muerte.

11.- La Virgen aceptó el don del Espíritu; Ella quedó repleta de gracia con el don del Espíritu. Ella, que en la encarnación aceptó el mensaje del Ángel, nos ayude también a nosotros a aceptar la revelación de Dios sin poner tantos “peros” ni tantas dudas. Hay cosas que están claras y no hace falta hacer muchos razonamientos para aceptarlas.

Estamos en Año de la Fe; la fe hemos de purificarla y procurar que la fe que profesamos sea más adecuada a la fe de la Iglesia, sin inventarnos imágenes de Dios falsas. Y la fe es como el amor, la fe se purifica como el amor, también hay que pasarlo por fuego. Nuestra fe y nuestro amor pueden ser más limpios y más puros. A veces, nuestros amores son muy egoístas, y no deberían llamarse amores. Decimos amor a actos egoístas, contrarios al amor, y creo que todos me entendéis bien.

¡Que la Virgen de la Encarnación ayude a vivir con alegría la fe en Cristo y que el amor que Él nos tiene podamos dar a los demás! Que así sea.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo